Muchas gracias por leer he andado desaparecida, pero ahora sí. Esta semana el fin. Estoy preparando una nueva historia. Tendrá de título: En venta: me convertí en la obsesión del millonario cruel. Todavía está en ajustos espero que cuando suba el último capítulo de esta historia ya está visualizada la otra en la plataforma. Recuerden seguirme y si quieren algún tema en específico díganme ❤️
Cuando terminó su jornada laboral, Nathan se encontraba en piloto automático. No respondió el saludo de los locatarios vecinos y recordó que estuvo a punto de dar un cambio de más.Subió al transporte con la mirada fija en la ventana, sus errores pasaban uno a uno en su mente.Maldijo su vida y deseó nunca haber nacido; así se habría evitado tanto sufrimiento.Al bajar del bus, estuvo a punto de tropezar. Avanzó distraído hasta el departamento de Ariadna, quien bajó personalmente a abrirle la puerta de seguridad.Nathan sintió un breve respiro de calma en el instante que los labios de ella rozaron los suyos.—¿Estás bien? —preguntó ella, angustiada al ver el rostro descolorido y la postura rígida de Nathan.—No —admitió él.Ambos subieron por las escaleras. Al llegar al tercer piso, Nathan vio al pequeño niño que jugaba con plastilina en el suelo.—¿Quieres hablar? —murmuró ella.Nathan negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a su hijo, como si todos sus problemas se quedaran fuera
En la mañana Nathan miraba los movimientos coordinados de Ariadna en la cocina, como si ya hubiera memorizado cada cosa. Ella, al notar la concentración con la que la observaba, se puso nerviosa. —¿Qué? —le dijo con una sonrisa tímida. —Me encanta que te muerdas el labio cuando te concentras en algo. —Nathan permaneció con los brazos apoyados en la barra, el rostro escondido entre sus manos mientras la miraba. Las mejillas de ella ardieron. Desvió la vista apenada. Las tareas que realizaba en la cocina se tornaron lentas y algo torpes. Nathan se levantó de su lugar, fue hasta ella y la abrazó por la espalda. —Me gusta esto. —Inclinó la cabeza y sus labios tocaron el cuello de Ariadna. La mujer se estremeció ante el contacto. —Es una mañana normal —dijo con voz apenas audible. —Eso me gusta, lo cotidiano —reconoció él con un atisbo de melancolía. Al escuchar el llamado de su pequeño, fue rápidamente al cuarto principal. Ariadna permaneció en silencio, inmersa en sus pe
Ariadna imitó el gesto. Con la mano desocupada tocó la mejilla de Nathan. —Como hayan sido las cosas, lo importante es que estamos aquí —le dijo. Nathan ladeó la cabeza de tal manera que sus labios quedaron sobre su mano, y la besó. —Te quiero —le susurró casi inaudible. Ella escuchó a la perfección, pero se hizo la que no. Apartó su mano y volvió su rostro al frente y fingió prestar atención a los programas infantiles de su hijo. Esa madrugada, ambos volvieron a unir sus cuerpos. Sin embargo, a diferencia del pasado, en esta ocasión el deseo ferviente de que eso fuera eterno los quemaba. Una parte los ponía ansiosos, y otra los llenaba de esperanza. … Las semanas pasaron. Adriel se había acostumbrado tanto a dormir y despertar entre sus papás. Nathan tuvo que hablar con su padre e informarle que ya no utilizaría el departamento que le prestó. Urriaga lo miró como si se hubiera vuelto loco, le dijo que las rentas son caras y que, mientras se estabilizaba, era conveniente acep
Las cosas parecían encajar a la perfección. Otra semana transcurrió entre el trabajo, atender a Adriel y tener largas pláticas hasta que el sueño los vencía. Todo daba la impresión de ser pacífico, sereno, y para Nathan eso tenía la pinta de ser extraño. Era un jueves a las cinco de la tarde. Los transeúntes avanzaban por los pasillos del centro comercial, algunos apresurados sin siquiera mirar a su alrededor, otros mataban el tiempo con ojos curiosos en los aparadores ante la multitud de objetos en venta. Ese día, Nathan decidió salir una hora y media después del cierre habitual. Le avisó a Ariadna, y ella le pidió si podía llevar cereal, un casillero de huevos y azúcar a la casa. Nathan aceptó sin inconvenientes. Aunque ella insistió en ir a buscarlo, él argumentó que le preocupaba que manejara con su hijo tan noche, que conocía bien los horarios del transporte y no tendría problemas para llegar a casa. Ariadna confió en que todo iría bien. No era la primera vez que Nathan se q
Ariadna se acercó a él. Soltó un suspiro antes de sentarse en la esquina de la cama. —Nunca debes ocultarme algo así —le dijo entre sollozos. Sujetó su mano con delicadeza. Se mordió el labio inferior, en un intento de reprimir el llanto. —Era muy tarde —Nathan intentó explicarle—, es peligroso que salgas sola con el niño. —¿Sabes quiénes te hicieron esto? —De seguro fue Tania. Ni siquiera pude defenderme —dijo con la cabeza agachada—. En esa área hay cámaras. Si hacía algo, sería la excusa perfecta para volver a encerrarme. —Nathan —mencionó su nombre con pesar. Su pecho se llenaba de dolor al verlo así—. ¿Qué podemos hacer con tal de que esa mujer te deje en paz? —No sé —le mintió. Su labio palpitaba adolorido. —Dime —exigió una respuesta. —Le debo dinero —confesó con los hombros encogidos y expresión de vergüenza—, a ella y a su esposo. —¿Cuánto? —preguntó Ariadna con la respiración agitada. —Mucho —respondió sin poder mirarla a los ojos. —Necesito saber cuánto. —Ya te d
Ariadna era consciente de su desmedido estrés, entre los excesos de trabajo, estirar la economía y los constantes reclamos de su madre al enterarse de que volvió con su exesposo. Nunca creyó que la relación con sus padres sería tan pésima; no obstante, las personas cambian, para bien o para mal, y esa era una verdad que todavía le costaba procesar. A sus padres les agradaba la idea de que conociera a Lucas, que saliera con él, que rehiciera su vida. Sin embargo, la “relación” causó descontento después de escuchar su mentalidad. El hombre creció en una familia donde las mujeres tomaban las riendas de su vida. Lucas le pidió a Ariadna que se concentrara en su trabajo, sin importar los sacrificios. Eso no era malo. El problema era que ella ya tenía otra responsabilidad. Su hijo era muy pequeño y a Lucas no parecía importarle que lo dejara solo con tal de realizarse profesionalmente. Los Acosta vieron en eso una señal negativa. “Claro, porque no es su hijo. Por eso no le import
Sus circunstancias no eran las que alguna vez idealizó en su juventud. La vida resultaba dura, complicada, y jamás sintió tanto temor por sus finanzas como en ese momento. Sin embargo, pese a lo difícil de todo, estaba seguro de que nunca experimentó tanta felicidad. Al ver la sonrisa de su amada, al sentir los bracitos de su hijo rodeándole la pierna, sentía una paz única. Lástima que siempre existiera alguien dispuesto a arruinar esos momentos especiales, y en su día perfecto de unión matrimonial, esa persona fue su suegra. Justo después de la boda, comenzó a quejarse de todo. Le reclamó a Ariadna por los grandes sacrificios que hicieron por ella. Con lágrimas de pura amargura, le dijo que detestaba que se conformara con tan poca cosa. Todo porque la boda, en esta ocasión, no fue nada comparado con los buenos tiempos económicos. Criticó sin piedad su vestido, y literalmente lo llamó "corriente". La acusó de conformista por aceptar una simple comida en casa de sus suegros en lug
En las semanas siguientes, Nathan permaneció alerta. Atento a que su suegro no utilizara el trabajo que le otorgó para tenderle alguna clase de trampa. Esos días, ambos avanzaban con precaución, recelaban hasta de su propia sombra. Cautelosos a no revelar algo que uno pudiera emplear en contra del otro. Sin embargo, los días se transformaron en meses y nadie podía fingir ser algo que no era. Así que con más "confianza", Gerardo exhibía su verdadera personalidad. La de un hombre maduro, que disfrutaba ser galante con las empleadas jóvenes. Les invitaba un café o el almuerzo y hacía bromas frecuentemente fuera de lugar. —Buenos días, señorita Jimena. Veo que hoy viene con falda. ¿Qué tal si me da una vueltecita para apreciar mejor la... vista? La joven apretó los puños y esbozó una sonrisa forzada, en su estómago sintió una mezcla de asco e impotencia. —Buenos días, señor Acosta —respondió con la mayor cortesía posible, y luchó contra el impulso de abofetearlo. Gerardo rehusa