Ariadna imitó el gesto. Con la mano desocupada tocó la mejilla de Nathan. —Como hayan sido las cosas, lo importante es que estamos aquí —le dijo. Nathan ladeó la cabeza de tal manera que sus labios quedaron sobre su mano, y la besó. —Te quiero —le susurró casi inaudible. Ella escuchó a la perfección, pero se hizo la que no. Apartó su mano y volvió su rostro al frente y fingió prestar atención a los programas infantiles de su hijo. Esa madrugada, ambos volvieron a unir sus cuerpos. Sin embargo, a diferencia del pasado, en esta ocasión el deseo ferviente de que eso fuera eterno los quemaba. Una parte los ponía ansiosos, y otra los llenaba de esperanza. … Las semanas pasaron. Adriel se había acostumbrado tanto a dormir y despertar entre sus papás. Nathan tuvo que hablar con su padre e informarle que ya no utilizaría el departamento que le prestó. Urriaga lo miró como si se hubiera vuelto loco, le dijo que las rentas son caras y que, mientras se estabilizaba, era conveniente acep
Las cosas parecían encajar a la perfección. Otra semana transcurrió entre el trabajo, atender a Adriel y tener largas pláticas hasta que el sueño los vencía. Todo daba la impresión de ser pacífico, sereno, y para Nathan eso tenía la pinta de ser extraño. Era un jueves a las cinco de la tarde. Los transeúntes avanzaban por los pasillos del centro comercial, algunos apresurados sin siquiera mirar a su alrededor, otros mataban el tiempo con ojos curiosos en los aparadores ante la multitud de objetos en venta. Ese día, Nathan decidió salir una hora y media después del cierre habitual. Le avisó a Ariadna, y ella le pidió si podía llevar cereal, un casillero de huevos y azúcar a la casa. Nathan aceptó sin inconvenientes. Aunque ella insistió en ir a buscarlo, él argumentó que le preocupaba que manejara con su hijo tan noche, que conocía bien los horarios del transporte y no tendría problemas para llegar a casa. Ariadna confió en que todo iría bien. No era la primera vez que Nathan se q
Ariadna se acercó a él. Soltó un suspiro antes de sentarse en la esquina de la cama. —Nunca debes ocultarme algo así —le dijo entre sollozos. Sujetó su mano con delicadeza. Se mordió el labio inferior, en un intento de reprimir el llanto. —Era muy tarde —Nathan intentó explicarle—, es peligroso que salgas sola con el niño. —¿Sabes quiénes te hicieron esto? —De seguro fue Tania. Ni siquiera pude defenderme —dijo con la cabeza agachada—. En esa área hay cámaras. Si hacía algo, sería la excusa perfecta para volver a encerrarme. —Nathan —mencionó su nombre con pesar. Su pecho se llenaba de dolor al verlo así—. ¿Qué podemos hacer con tal de que esa mujer te deje en paz? —No sé —le mintió. Su labio palpitaba adolorido. —Dime —exigió una respuesta. —Le debo dinero —confesó con los hombros encogidos y expresión de vergüenza—, a ella y a su esposo. —¿Cuánto? —preguntó Ariadna con la respiración agitada. —Mucho —respondió sin poder mirarla a los ojos. —Necesito saber cuánto. —Ya te d
Ariadna era consciente de su desmedido estrés, entre los excesos de trabajo, estirar la economía y los constantes reclamos de su madre al enterarse de que volvió con su exesposo. Nunca creyó que la relación con sus padres sería tan pésima; no obstante, las personas cambian, para bien o para mal, y esa era una verdad que todavía le costaba procesar. A sus padres les agradaba la idea de que conociera a Lucas, que saliera con él, que rehiciera su vida. Sin embargo, la “relación” causó descontento después de escuchar su mentalidad. El hombre creció en una familia donde las mujeres tomaban las riendas de su vida. Lucas le pidió a Ariadna que se concentrara en su trabajo, sin importar los sacrificios. Eso no era malo. El problema era que ella ya tenía otra responsabilidad. Su hijo era muy pequeño y a Lucas no parecía importarle que lo dejara solo con tal de realizarse profesionalmente. Los Acosta vieron en eso una señal negativa. “Claro, porque no es su hijo. Por eso no le import
Sus circunstancias no eran las que alguna vez idealizó en su juventud. La vida resultaba dura, complicada, y jamás sintió tanto temor por sus finanzas como en ese momento. Sin embargo, pese a lo difícil de todo, estaba seguro de que nunca experimentó tanta felicidad. Al ver la sonrisa de su amada, al sentir los bracitos de su hijo rodeándole la pierna, sentía una paz única. Lástima que siempre existiera alguien dispuesto a arruinar esos momentos especiales, y en su día perfecto de unión matrimonial, esa persona fue su suegra. Justo después de la boda, comenzó a quejarse de todo. Le reclamó a Ariadna por los grandes sacrificios que hicieron por ella. Con lágrimas de pura amargura, le dijo que detestaba que se conformara con tan poca cosa. Todo porque la boda, en esta ocasión, no fue nada comparado con los buenos tiempos económicos. Criticó sin piedad su vestido, y literalmente lo llamó "corriente". La acusó de conformista por aceptar una simple comida en casa de sus suegros en lug
En las semanas siguientes, Nathan permaneció alerta. Atento a que su suegro no utilizara el trabajo que le otorgó para tenderle alguna clase de trampa. Esos días, ambos avanzaban con precaución, recelaban hasta de su propia sombra. Cautelosos a no revelar algo que uno pudiera emplear en contra del otro. Sin embargo, los días se transformaron en meses y nadie podía fingir ser algo que no era. Así que con más "confianza", Gerardo exhibía su verdadera personalidad. La de un hombre maduro, que disfrutaba ser galante con las empleadas jóvenes. Les invitaba un café o el almuerzo y hacía bromas frecuentemente fuera de lugar. —Buenos días, señorita Jimena. Veo que hoy viene con falda. ¿Qué tal si me da una vueltecita para apreciar mejor la... vista? La joven apretó los puños y esbozó una sonrisa forzada, en su estómago sintió una mezcla de asco e impotencia. —Buenos días, señor Acosta —respondió con la mayor cortesía posible, y luchó contra el impulso de abofetearlo. Gerardo rehusa
Dos años después. Ariadna llevaba oficialmente un año de haber renunciado. Nunca olvidará el gesto de felicidad en el rostro de su madre al darle la noticia. Nathan le dijo que más adelante podía buscar otro trabajo, poner un negocio y hacer lo que ella quisiera. El problema de su antiguo empleo radicaba en la saña con la que Lucas la comenzó a tratar. Ahora era ama de casa, lo que equivalía a hacer mil trabajos al día. Disfrutaba poder estar presente en la vida de su hijo. Las cuestiones laborales las retomaría más adelante. En el presente, sus batallas ya no eran los presupuestos o inventarios. Su mayor lucha era la gastritis, que por falta de cuidado se intensificó. Ese día, en particular, se encontraba tan sensible que inició una discusión con su esposo por no usar portavasos. En su defensa, el comedor era nuevo y de madera. En otras ocasiones le externó su molestia, y Nathan hacía caso omiso a su petición de ser cuidadoso. Toda la mañana y parte de la tarde repasó el i
Hola, primero, muchas gracias a todas las personitas que se han tomado el tiempo de ver vídeos para desbloquear los bonos y los han utilizado en mis capítulos. Gracias a las que han invertido directamente para leer la novela. De verdad si ustedes no se armaría el show. Yo sé que mis escritos no son perfectos pero es una promesa que en cada capítulo seguiré dando lo mejor de mí. Hace unos meses tomé esto como mi trabajo y estoy muy agradecida de los bonitos comentarios que me han dejado. Que Dios les bendiga mucho. Ahora como me gusta promocionarme descaradamente, les dejó la sinopsis de mi primer novela que ya está finalizada: Sádico: ¿Amor o síndrome de Estocolmo? ¿Qué hacer cuando anhelas a alguien completamente indebido? Libia Musso, una romántica empedernida, siempre ha soñado con la familia que nunca tuvo. Con la idea de algún día encontrar a su hombre perfecto, su príncipe azul, y lucha por la irremediable atracción que tiene por los patanes. Un día se embarca a Brasil pa