Gracias por leer. Me apuró a la velocidad de la luz 😅 ya casi llegamos a los capítulos finales
Tres semanas después. Ya no podía soportar un día más de indiferencia. Ese fin de semana, Nathan, al dejar a su hijo en casa de su ex, aprovechó para pedirle unos minutos de conversación. —Tengo algunos pendientes —se excusó ella. —No creo que no puedan esperar cinco minutos —replicó él—. Es necesario que hablemos. Ariadna soltó un profundo suspiro. —¿Dime? —Le hizo una seña con el dedo, con la intención de que bajara la voz, pues Adriel jugaba en la sala. Nathan asintió. —Sé que piensas que me viste con alguien, y no es así —dijo, y tomó aire—. Bueno, sí, pero era Tania, la esposa del anciano Milán, y no es lo que parece. —Oh, así que la situación es peor de lo que imaginaba —dijo ella, con una mezcla de decepción y preocupación en sus ojos—. Nathan, amas los problemas. ¿No puedes estar tranquilo por un momento? —¿De qué hablas? —Él alzó una ceja, confundido. Ariadna le indicó que bajara el tono de su voz. —Esa mujer está casada. Nathan, si ese hombre descubre lo que haces…
La semana siguiente transcurrió. Nathan no se quitaba de la cabeza las palabras de su exesposa. Aunque una parte de él ya no quería ilusionarse con la idea de que volverían a estar juntos. Sin embargo, el recuerdo de sus manos entrelazadas no le permitía mantenerse al margen. Tal vez, todas esas ideas suyas le hacían daño. En el trabajo logró conseguir una manera de publicidad efectiva y no tan costosa. Los mismos clientes son los que recomiendan a sus conocidos y obtienen un descuento o productos por ello. Era viernes y los demás locatarios solían irse temprano. Él todavía no podía darse ese lujo, además de que ese día era cuando más clientes pasaban por su local. Cuando volvió la vista a su reloj de pared, se dio cuenta de que ya habían pasado de las ocho y media. Calculó el tiempo que le llevaría ir hasta la casa de su hijo y después a su departamento, y solo podría estar con él media hora. Así que prefirió ir mañana temprano. Le mandó un mensaje a Ariadna para avisarle y no ob
Al encontrarse, se besaron con ímpetu, como si el mañana no existiera. Entre jadeos y una lucha de lenguas y saliva, Nathan se dejó caer en el sofá.Ariadna se puso encima de él sin titubear. Él la sostuvo por las caderas, mientras sus labios continuaban con un beso desesperado.—No hagamos mucho ruido —susurró al separarse para recobrar el aliento.—¿Qué? —El entrecejo de Nathan se frunció un poco, ya que no entendió a lo que se refería.Ariadna desvió la mirada con las mejillas encendidas. ¿Acaso él no quería…?Exhaló y se quitó de encima, abochornada. Enseguida sintió los labios húmedos de su exesposo en su hombro desnudo, que avanzaban sin tregua a su cuello, su mejilla y de nuevo a su boca.Las grandes manos de Nathan acariciaban el cuerpo de Ariadna sin pudor. Había fantaseado con ese momento durante tanto tiempo.Casi de manera automática, se quitó la playera. Sus ojos, nublados por el deseo, vieron con claridad cuando ella sacó de la bolsa de su pijama un paquetito plateado.S
Cuando Ariadna abrió los ojos, la suave luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, iluminaba el rostro sonriente de su hijo, que la esperaba sentado en medio de la cama con una enorme sonrisa. Sus pequeños pies apenas tocaban las sábanas, y sus ojos reflejaban emoción. —¡Mira, mira! —exclamó, mientras agitaba las manos con entusiasmo y señalaba a su papá Ariadna fingió sorpresa y extendió los brazos para acogerlo. Esa mañana fue tranquila. Ambos compartían una ilusión, pero el temor de que las cosas saliesen mal era inevitable, sobre todo ahora que eran padres. No es lo mismo terminar una relación y no volver a ver a esa persona, que en su caso, tener que convivir por su hijo, incluso si todo terminaba mal. Sin embargo, a la hora del almuerzo, al mirarse a los ojos, todo temor se disipaba. Sus manos se encontraban cada que podían y sus corazones se aceleraban ante la idea de futuros días así. Ni siquiera en el pasado, cuando apenas eran unos recién casados, habían
Cuando terminó su jornada laboral, Nathan se encontraba en piloto automático. No respondió el saludo de los locatarios vecinos y recordó que estuvo a punto de dar un cambio de más.Subió al transporte con la mirada fija en la ventana, sus errores pasaban uno a uno en su mente.Maldijo su vida y deseó nunca haber nacido; así se habría evitado tanto sufrimiento.Al bajar del bus, estuvo a punto de tropezar. Avanzó distraído hasta el departamento de Ariadna, quien bajó personalmente a abrirle la puerta de seguridad.Nathan sintió un breve respiro de calma en el instante que los labios de ella rozaron los suyos.—¿Estás bien? —preguntó ella, angustiada al ver el rostro descolorido y la postura rígida de Nathan.—No —admitió él.Ambos subieron por las escaleras. Al llegar al tercer piso, Nathan vio al pequeño niño que jugaba con plastilina en el suelo.—¿Quieres hablar? —murmuró ella.Nathan negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a su hijo, como si todos sus problemas se quedaran fuera
En la mañana Nathan miraba los movimientos coordinados de Ariadna en la cocina, como si ya hubiera memorizado cada cosa. Ella, al notar la concentración con la que la observaba, se puso nerviosa. —¿Qué? —le dijo con una sonrisa tímida. —Me encanta que te muerdas el labio cuando te concentras en algo. —Nathan permaneció con los brazos apoyados en la barra, el rostro escondido entre sus manos mientras la miraba. Las mejillas de ella ardieron. Desvió la vista apenada. Las tareas que realizaba en la cocina se tornaron lentas y algo torpes. Nathan se levantó de su lugar, fue hasta ella y la abrazó por la espalda. —Me gusta esto. —Inclinó la cabeza y sus labios tocaron el cuello de Ariadna. La mujer se estremeció ante el contacto. —Es una mañana normal —dijo con voz apenas audible. —Eso me gusta, lo cotidiano —reconoció él con un atisbo de melancolía. Al escuchar el llamado de su pequeño, fue rápidamente al cuarto principal. Ariadna permaneció en silencio, inmersa en sus pe
Ariadna imitó el gesto. Con la mano desocupada tocó la mejilla de Nathan. —Como hayan sido las cosas, lo importante es que estamos aquí —le dijo. Nathan ladeó la cabeza de tal manera que sus labios quedaron sobre su mano, y la besó. —Te quiero —le susurró casi inaudible. Ella escuchó a la perfección, pero se hizo la que no. Apartó su mano y volvió su rostro al frente y fingió prestar atención a los programas infantiles de su hijo. Esa madrugada, ambos volvieron a unir sus cuerpos. Sin embargo, a diferencia del pasado, en esta ocasión el deseo ferviente de que eso fuera eterno los quemaba. Una parte los ponía ansiosos, y otra los llenaba de esperanza. … Las semanas pasaron. Adriel se había acostumbrado tanto a dormir y despertar entre sus papás. Nathan tuvo que hablar con su padre e informarle que ya no utilizaría el departamento que le prestó. Urriaga lo miró como si se hubiera vuelto loco, le dijo que las rentas son caras y que, mientras se estabilizaba, era conveniente acep
Las cosas parecían encajar a la perfección. Otra semana transcurrió entre el trabajo, atender a Adriel y tener largas pláticas hasta que el sueño los vencía. Todo daba la impresión de ser pacífico, sereno, y para Nathan eso tenía la pinta de ser extraño. Era un jueves a las cinco de la tarde. Los transeúntes avanzaban por los pasillos del centro comercial, algunos apresurados sin siquiera mirar a su alrededor, otros mataban el tiempo con ojos curiosos en los aparadores ante la multitud de objetos en venta. Ese día, Nathan decidió salir una hora y media después del cierre habitual. Le avisó a Ariadna, y ella le pidió si podía llevar cereal, un casillero de huevos y azúcar a la casa. Nathan aceptó sin inconvenientes. Aunque ella insistió en ir a buscarlo, él argumentó que le preocupaba que manejara con su hijo tan noche, que conocía bien los horarios del transporte y no tendría problemas para llegar a casa. Ariadna confió en que todo iría bien. No era la primera vez que Nathan se q