Capítulo 22
Tal vez muy pronto, todos sepan que soy la amante de Mateo. Para entonces, la que alguna vez fue la orgullosa hija de los Cardot no será más que el chisme predilecto en las mesas de Ambarada.

Mis padres, aún incrédulos, no dejaban de preguntarme si era cierto que Mateo y yo nos habíamos divorciado.

Al confirmarles que sí, mi papá, lleno de rabia, empezó a insultar a Mateo y a toda su familia.

Mi hermano, que estaba escuchando todo desde un rincón, dijo:

—Ya nos pagó todas las deudas y además les dejó unos diez mil extras. ¿Qué más pues quieren? ¿No recuerdan cómo lo trataron antes? Que haya hecho tanto por nosotros ya es más de lo que merecíamos.

—Pero eso no le da derecho a dejar a nuestra Aurora en cuanto se hizo rico —mi mamá dijo, llena de indignación.

Suspiré, cansada, y les respondí:

—¿Por qué no? Él nunca me quiso, ni me debía nada. Que me dejara es lo más lógico del mundo.

Mi mamá se quedó sin argumentos, callada por un momento.

Fue mi papá quien, desesperado, rompió el
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