Capítulo 30
El tipo no alcanzó a terminar de hablar cuando Alan le soltó un manotazo directo al ojo.

—¿Estás loco o qué? ¿Cómo te atreves a desear a la mujer del señor Bernard?

—¿Cómo? ¿La mujer del señor Bernard? —La cara le cambió por completo. De inmediato se cubrió los ojos con ambas manos, nervioso. —¡Ya no miro! ¡No miro nada! ¡Y ya mejor me voy, jeje!

Y, dicho esto, salió corriendo como si hubiera visto un fantasma.

Me acerqué a Alan, y le dije, seria:

—Por favor, no andes diciendo por ahí que soy la mujer de Mateo. Entre él y yo ya no hay nada, y si esas palabras llegan a oídos de la persona que él en verdad ama, eso me metería en líos innecesarios.

—¿No eres tú acaso la persona que él ama? —Alan me miró sorprendido. Pero, al instante, desvió la mirada incómodamente.

Supuse que no sabía nada sobre la existencia de "la lucecita de los ojos", así que no quise seguir explicándole.

—La persona que él ama nunca podré ser yo. —respondí con calma y fui directo al espejo para maquillarme.
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