De pronto empecé a llorar a todo pulmón.Le pregunté en qué hospital estaba, pero no me quiso decir, solo dijo que esperara.Me quedé sentada frente a la puerta de la casa de los Bernard.El sol empezó a ponerse lentamente. Era un día caluroso, pero yo sentía el cuerpo congelado.Si de verdad le pasó algo grave a la abuela Bernard, ¿qué voy a hacer?Siento que ni muriéndome podría compensar todo esto.No sé cuánto tiempo pasó, pero, al final, Michael apareció.Bajó del carro y se acercó rápido a mí:—Aurorita, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien? ¿Por qué te ves tan mal?Con la voz quebrada, pregunté:—¿Ya salió la abuela de emergencias?—Todavía no, pero está mala.Todo empezó a darme vueltas, me hice hacia atrás y sentí que el frío me invadía más.Michael me abrazó fuerte, intentando calmarme:—No te preocupes, la abuela va a estar bien. Hace dos años estuvo mucho peor y al final se recuperó.Dos años atrás…Fue justo cuando yo también la lastimé.Sentí el pecho cerrado, apenas podía respir
—¿Ya acabaste con el show? —dijo Mateo con voz seca, mirándome con asco.—Cuando insultaste a la abuela Bernard y le rompiste el brazalete, no parecías una mansa paloma.—Fue sin querer… —dije, negando con la cabeza mientras las lágrimas no paraban de caer—. No sabía que estaba enferma, ¡te lo juro! Perdón.—¿No lo sabías?Mateo bajó la mirada y sonrió, lleno de ironía.—Con esa pose de señorita elegante, ¿cómo no ibas a entender? Siempre fuiste altanera, con aires de superioridad. Nunca has respetado a gente como nosotros. Cuando te dio ese brazalete, seguro lo despreciaste. Nunca te importó. Así que no importa si sabías o no de su enfermedad, igual la habrías tratado igual, ¿no?—No… no es cierto…Sentí el pánico apretándome el pecho al notar cómo me veía él. Estaba desesperada.Mateo se puso de pie.Era más alto que yo, y su mirada parecía un puñal directo al pecho.—Ya te lo dije antes, la abuela no aguanta estrés. ¿Y qué hiciste? Ella te trataba con mucho cariño, pero tú… ¿qué le
—Aurorita, no llores, la abuela Bernard va a estar bien. —dijo Michael intentando consolarme.Yo no podía decir nada, me sentía hecha trizas.En ese momento, habría preferido que me tragara la tierra.Michael me abrazó y susurró:—No tomes tan en serio lo que dijo Mateo hace rato. Seguro tiene rabia de esos tres años juntos, y además, quiere mucho a la abuela. Por eso reaccionó así...—Él me odia, siempre lo supe. —miré el jardín frente a la entrada, con los ojos llenos de lágrimas.—Si la abuela está en peligro, yo daría mi vida sin pensarlo.Michael se molestó:—No digas eso, Aurorita. No fue tu culpa. ¡Nunca más hables así!No eran palabras vacías, ni rabia. Era lo que sentía.Cuando se lo dije a Mateo, ya me había mentalizado para esto.Michael me miró con confusión y dijo:—Olvidemos eso por ahora. Te voy a llevar a casa. Te ves muy mal, necesitas descansar.No quería moverme de ahí.Michael suspiró:—Vale, entonces quédate aquí. Si me necesitas, voy a estar cerca. Voy a comprarte
El teléfono sonó y era la voz de mi papá.Hablaba con ese tono cuidadoso, como tratando de tranquilizarme.Me preguntó:—Aurorita, ¿qué estás haciendo? ¿Estás con Mateo otra vez?No sé por qué, pero al escucharle ese tono tan fingido y justo mencionar a Mateo, algo dentro de mí se encogió.Pregunté con seriedad:—¿Para qué me llamas?—Es que, Aurorita, estuve metido en un proyecto con alguien, pero salió mal y perdí... —dijo, con la voz cargada de preocupación.Respondí, molesta:—¿Y ahora quieres que te preste dinero?—Ay, Aurorita, ¿qué forma de hablar es esa? ¿Por qué siempre me tratas así? Solo perdí unos millones, es plata que me prestaron, y ahora tengo que devolverla. ¿No podrías pedirle a Mateo...?—¡Ni se te ocurra!No aguanté más. Estallé, gritando con todo lo que tenía guardado:—¿Por qué siempre haces lo mismo? Siempre metido en apuestas o negocios sin sentido. ¿No puedes estar tranquilo si no estás perdiendo plata?—Tienes tantas deudas, ¿de dónde se supone que voy a sacar
La voz de Javier sonaba tranquila:—Me dijeron en recursos humanos que no fuiste a trabajar hoy, ¿cómo te sientes?Ahí recordé que tenía que ir a la oficina, pero con todo lo de la abuela se me olvidó avisar.No entendía por qué Javier, el presidente, me llamaba solo porque falté. Tal vez era porque hoy teníamos esa reunión del proyecto.Me sequé rápido las lágrimas de la cara y traté de sonar lo más normal posible:—Perdóname, Javier, hoy tuve un problema muy grave y creo que no voy a poder ir. Tampoco voy a poder acompañarte a la reunión del proyecto. De verdad lo siento. Sé que te fallé, le fallé a la oportunidad que me diste y a la confianza que pusiste en mí.Aunque intentaba disimular, la voz me salía ronca y entrecortada.Hubo una pausa y luego Javier respondió:—No te preocupes. Si no te sientes bien, quédate en casa unos días. Justo iba a llamarte para avisarte que la reunión del proyecto se pospuso. Después te digo la nueva fecha.—¿Se pospuso? —pregunté sorprendida.—Ajá, el
Mateo Bernard me cogió por casi media semana. Por supuesto, yo también me lo cogí a él. Lo hubiera hecho a gusto, de no ser por el hecho de que él se aprovechó de mi estado. Él era tan solo un pobretón a quien yo no solo no dejaba que me pusiera ni un dedo encima, sino que también lo menospreciaba y pisoteaba.Ahora, irónicamente yo soy quien ha caído en la pobreza y la desgracia, y él, en cambio, ha prosperado. Pero, como si quisiera vengarse por toda su frustración, ahora de verdad me hacía el amor, y me lo hacía con mucha hambre de mi………Mi ahora esposo por error que vino a vivir a mi casa.¿Y por qué esposo por error? Porque, al principio, su hermano era quien me gustaba e incluso salía con él. Pero, en una reunión de fraternidad, terminé teniendo sexo con el hermano equivocado en medio de mi borrachera. Y todo el mundo se enteró.Al final, mi padre no tuvo más remedio que pedirme que me case con él, para no deshonrar a la familia. Así, él se convirtió en su yerno y acabó vivi
Al no tener nada más que hacer y de los nervios tan terribles que sentía, me puse como una niña de preescolar a jugar con mis dedos, mientras yo explicaba el motivo de mi visita.Me vio directo a los ojos, como cuestionándome esto me puse mucho más nerviosa. Pero luego, sonrió y me preguntó:—¿Y por qué crees que debería ayudarte?Sabía que pedirle el favor sería en vano, así que, nerviosa, sonreí tontamente y le respondí:—Entonces, supongo que mejor olvida que vine.Claro, después de cómo lo tratamos en el pasado, era un milagro que no buscara venganza contra toda mi familia. ¿Cómo iba siquiera a considerar ayudarnos?¿En serio porque había venido a suplicarle? Cuanto más lo pensaba, más se me arrugaba la cara de la mucha vergüenza, era bien ilusa yo.Di media vuelta para irme, pero él me detuvo.—No te vayas aún—empezó—, ¿habla a ver qué estás dispuesta a ofrecerme para que te ayude? Si vale la pena, no me importaría echarles una mano.Me quedé paralizada. Pensé y pensé, pero
—¡Mira nada más y donde me la vengo a encontrar! ¿Esa de allí no es la señorita Aurora, la dulce esposa del señor Bernard? ¿También por estos lares de fiesta? Ups, espera quizás me equivoco... ¿De fiesta y con uniforme del antro? —Su burla llenó el aire y fue seguida de un corridillo de rumores.Apreté con fuerza el carrito de bebidas. Inhalé profundo. De nada servía esconderme; ya me habían visto. Y ahora estaban decididos a humillarme, no tenía cómo escapar. Lo mejor para mí en ese momento era enfrentar la situación con la cabeza en alto, sin dejarme menospreciar. Quizá, con algo de suerte, hasta lograría sacarles una propina, jajaja.Por más vergonzante o no que fuera trabajar en un antro de noche, pero las deudas nos asfixiaban; cada día los cobradores golpeaban la puerta más fuerte. Mi padre no paraba de repetir que ya no quería vivir, mi madre lloraba sin descanso y mi hermano ahora trabajaba todo el día de mensajero. ¿Para qué seguir insistiendo en mantener un orgullo inútil y