Capítulo 3
—¡Mira nada más y donde me la vengo a encontrar! ¿Esa de allí no es la señorita Aurora, la dulce esposa del señor Bernard? ¿También por estos lares de fiesta? Ups, espera quizás me equivoco... ¿De fiesta y con uniforme del antro? —Su burla llenó el aire y fue seguida de un corridillo de rumores.

Apreté con fuerza el carrito de bebidas. Inhalé profundo. De nada servía esconderme; ya me habían visto. Y ahora estaban decididos a humillarme, no tenía cómo escapar. Lo mejor para mí en ese momento era enfrentar la situación con la cabeza en alto, sin dejarme menospreciar. Quizá, con algo de suerte, hasta lograría sacarles una propina, jajaja.

Por más vergonzante o no que fuera trabajar en un antro de noche, pero las deudas nos asfixiaban; cada día los cobradores golpeaban la puerta más fuerte. Mi padre no paraba de repetir que ya no quería vivir, mi madre lloraba sin descanso y mi hermano ahora trabajaba todo el día de mensajero. ¿Para qué seguir insistiendo en mantener un orgullo inútil y vacío?

Empujé el carrito hacia ellos, esforzándome por fingir una sonrisa torpe pero educada.

—Miren qué coincidencia, muchachos —dije con voz animada. —Ya que estamos aquí, ¿por qué no le echan una mano a esta humilde servidora? Si la pasan bien, tal vez puedan darme una buena propina, ¿no?

Julián Freire se burló al instante.

Recordé cómo este tipo solía seguirnos a mi hermano y a mí como un perrito faldero, llamándonos sus entrañables amigos a cada rato. Pero ahora que nuestra familia estaba arruinada y en la quiebra, miren cómo se hinchaba como un pavo real. Lo habría cacheteado ahí mismo si pudiera.

Pero no era momento para caprichos. Ahora, lo único que importaba era conseguir plata.

Seguí sonriendo, sin responder.

Julián se inclinó hacia mí y con una sonrisa maliciosa dijo.

—Miren pues, ¿es esta acaso la exquisita y glamurosa señorita Aurora que solíamos conocer? La vida da muchas vueltas Ja, ja, ja...

Otra ronda de risas resonó en la sala.

Daniel Colombo, otro de los presentes, me miró con una sonrisa igual de cizañera.

—Dices que la pasaremos bien, pero en un lugar como este... No te estarás refiriendo a darnos unas copas de más ¿verdad? Ja, ja. Si es así, no nos importa, ve mejor quitándote ese uniforme y déjanos revisar la mercancía, así quizás nos convences mejor de darte propina. jajaja...

Estaba frustrada pero no les podía responder nada, entonces solo pasé las uñas por el exterior de una botella de vino. Mis ojos buscaron a Mateo. Ahí estaba él, fumando tranquilamente, como si no escuchara los comentarios vulgares de los otros, o peor aún, como si no le importara en absoluto.

Bajé la mirada y comencé a colocar las botellas en la barra, todavía con una sonrisa forzada.

—Caballeros, creo que hubo un malentendido. Hablo de bebidas, ya saben, de vender alcohol. Por los viejos tiempos, pídanme algo especial, así me ayudan a ganar una comisión.

—Vaya, señorita Aurora. —intervino Julián, lanzando unos cuantos billetes sobre la barra.

—Aquí tienes trescientos. ¿Qué tal si comienzas con el listón de la blusa que llevas como uniforme? Este dinero será tuyo, ¿qué dices?

De nuevo, explotaron de risa y silbidos, evidentemente disfrutando de mi humillación.

Sentí sus ojos clavados en mí, observando cada movimiento como si estuviera en un circo. Mateo me miraba también, aunque su expresión era indescifrable.

Por mi parte, no hubo reacción, me quedé quieta y ya. Fue entonces cuando Daniel lanzó su tarjeta sobre la barra.

—Aquí mil dolaritos más —dijo con descaro. —No solo el listón de la blusa, la blusa completa y que pases la noche con nosotros asi nos consientes como nos lo merecemos y todo este dinero es tuyo.

Lo miré, muerta de la ira.

Aunque nuestra familia estuviera en la ruina, yo seguía siendo la esposa de Mateo. ¿Cómo se atrevía Daniel a hacer una propuesta así delante de él y tan indecente?

A menos que... Mateo les hubiera contado sobre nuestro divorcio. Tal vez incluso les dijo cuánto me despreciaba.

—¿Y entonces? —Daniel rio. — ¿No que necesitabas de unos cuantos centavos? Si no puedes sacrificar algo de tu orgullo, ¿qué haces trabajando aquí? Te estamos ofreciendo una buena cantidad. ¿No sabes cuántas noches tendrías que trabajar para ganar esto?

Pues después de todo tenía razón en algo: necesitaba dinero. Pero eso no significaba que me iba a humillar de semejante forma.

Miré a Daniel con asco. Su sonrisa maliciosa me revolvió el estómago.

Tomé sus sucios billetes y los arrojé de vuelta.

—¿Mil dólares? ¿De verdad crees que valgo tan poco? Si quieres una noche conmigo, ¡tráeme cien mil, cobarde!

Conocía bien a Daniel. Siempre había sido un tacaño de lo peor, incapaz de gastar ni un centavo en nada. Para él, mil ya era mucho, y cien mil eran inimaginables.

El lugar se llenó de risas nuevamente, mientras algunos comenzaron a burlarse de él. Su cara se puso roja de furia, y me tiró una mirada.

—No mereces más —dijo entre dientes.

Ignorándolo, tomé los billetes de Julián.

—¿Y tú ibas en serio? —pregunté, sosteniéndola en alto. —¿Trescientos por el listón de mi blusa?

Julián se quedó helado.

No esperaba que lo tomara en serio. Igual que Daniel, era un avaro, y probablemente no pudiera permitirse gastarse más de la cuenta.

—¿Va esto en serio? —dijo con nerviosismo. —Solo estaba tomando del pelo.

Intentó tomar el dinero, pero lo aparté.

—No estaba bromeando —le respondí con una seriedad que lo hizo enojarse. —El listón de la blusa no es gran cosa. Por trescientos, parece un negociazo, ¿no?

Daniel estalló de risa, gozándose la incomodidad de Julián.

—¡Pues en buena hora! Queremos ver cómo la refinada señorita Aurora pierde su dignidad.

Cerré los ojos por un momento, recordando las caras de los cobradores, las lágrimas de mis padres y la desesperación de mi hermano.

Suspiré.

—Pues de acuerdo entonces.

Cuando lo fui a tomar, una mano firme me agarró del brazo.

Miré y era Mateo, viéndome con una mirada de rabia. Mi corazón saltó de mi pecho.

—Todos, fuera.

Su voz era tranquila, pero los otros se apartaron apresurados, con miedo de haberlo molestado.

Julián tomó el dinero antes de desvanecerse, y cuando la sala quedó vacía, Mateo volteó a verme.

—¿De verdad necesitas tanto el dinero?

Aparté mi brazo de su mano y di un paso atrás.

—¿Qué cree usted, señor Bernard? —le respondí con sarcasmo.

—¿Señor Bernard? —repitió. Una sonrisa sarcástica adornaba su cara.

No sabía qué tenía en mente, ni tenía ganas de averiguarlo. Señalé las botellas sobre la barra.

—Aquí están los tragos que pidieron. Si el servicio fue bueno, puede usted considerar darme una buena propina.

Mateo me miró fijamente, con esos ojos que parecían leer hasta mi alma.

Yo decidí irme. Ya había dado los primeros pasos cuando lo escuché decir:

—Yo por ti daría más de cien mil.

Me detuve en seco y lo miré, incrédula.

—¿Qué dijiste?

Se acercó hasta quedar frente a mí. Mis ojos quedaron atrapados en su mirada.

—Te daría cien mil para pasar una noche conmigo.
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