Nunca conoces a quien tienes al lado
Nunca conoces a quien tienes al lado
Por: Solange Cardot
Capítulo 1
Mateo Bernard me cogió por casi media semana. Por supuesto, yo también me lo cogí a él. Lo hubiera hecho a gusto, de no ser por el hecho de que él se aprovechó de mi estado. Él era tan solo un pobretón a quien yo no solo no dejaba que me pusiera ni un dedo encima, sino que también lo menospreciaba y pisoteaba.

Ahora, irónicamente yo soy quien ha caído en la pobreza y la desgracia, y él, en cambio, ha prosperado. Pero, como si quisiera vengarse por toda su frustración, ahora de verdad me hacía el amor, y me lo hacía con mucha hambre de mi…

……

Mi ahora esposo por error que vino a vivir a mi casa.

¿Y por qué esposo por error? Porque, al principio, su hermano era quien me gustaba e incluso salía con él. Pero, en una reunión de fraternidad, terminé teniendo sexo con el hermano equivocado en medio de mi borrachera. Y todo el mundo se enteró.

Al final, mi padre no tuvo más remedio que pedirme que me case con él, para no deshonrar a la familia. Así, él se convirtió en su yerno y acabó viviendo en nuestra casa.

Él era el hijo del primer matrimonio de su padre. Pero desde que su padre se divorció y se casó con otra mujer, no lo bajaba de considerarlo un bastardo. Sin embargo, mi familia tenía una muy excelente posición, y yo era la niña de los ojos de mis papas. Eso hizo que fuera fácil para su padre aceptar que fuera nuestro yerno.

Así sucedieron las cosas, y nos terminamos casando.

Pero, yo no estaba feliz con esa decisión. Yo a quien en verdad amaba era a su hermano, no a él. Debido al resentimiento que en mi corazón sentía hacia él, lo trataba mal en todo momento. Por la noche le tendía unas cobijas en el suelo y lo obligaba a dormir ahí tirado. Ni que pensara que compartiría la cama conmigo. Durante las comidas, mi hermano y yo lo humillábamos, le tratábamos mal, escupíamos en su comida a escondidas y limitábamos cuánto podía comer.

En reuniones con amigos, incluso si llovía y él se acercaba amablemente a darme una sombrilla, yo lo insultaba y le mandaba cuantos improperios hubiera en mi mente.

En resumen, yo era feliz regañándolo y criticándolo por cualquier pendejada.

Pero él, por su parte, era una persona bastante peculiar. Y parecía no tener temperamento alguno. No importaba cuánto lo humilláramos mi familia y yo, él nunca se enojaba, o eso pretendía. A pesar de cuanto improperio recibiera, siempre mantenía una actitud serena y amable hacia con nosotros.

A ver, debo admitir que tampoco era feo, aunque quizás sí algo tontito. Según me cuentan, en su época de estudiante estaba bastante metido en su propio mundo, y las malas calificaciones eran algo constante en él, al punto que llegó a repetir varios años en la primaria y la prepa. En esos años sólo inspiraba lástima.

Pero su hermano… Oh, él sí que era completamente lo opuesto: carismático, con una personalidad radiante, muy simpático, atractivo, e inteligente. Mantenía excelentes notas y era muy popular. Por eso, el solo pensar en cómo mi incipiente romance con su hermano se apagó por culpa de él me llenaba de enojo y rencor.

En una noche, me levanté de la cama y lo desperté de un puntapié mientras dormía en el suelo, diciéndole que tenía sed.

Él se levantó rápidamente y fue a traerme agua. Fue bastante considerado, sabía que sentía frio por lo que me trajo un vaso de agua tibia.

Pero aquella noche, no sé qué me dio y de tan solo recordar cómo se aprovechó de mí después de aquella reunión encendió mi ira nuevamente. Le arrojé toda el agua en la cara.

Aun así, no mostró enojo hacia mí. Se limitó a ir al baño en silencio a cambiarse la ropa húmeda.

Al verlo marcharse en silencio, sentí algo de remordimiento, siendo honesta. Aunque, de solo recordar cómo había arruinado mi vida, esa culpa desapareció al instante.

Así fueron pasando los años, en total tres, en los que lo humillé y lo traté como una mierda.

Sin embargo, la vida dio muchas vueltas en esos tres años. Por ejemplo, mi familia cayó en la pobreza y se declaró en bancarrota. También, por esos azares del corazón que a veces una no entiende, yo comencé a sentir algo por él. O, también, por ejemplo... él me pidió el divorcio.

Cuando me entregó los papeles del divorcio, el muy descarado me dijo que su primer amor había vuelto a su vida, y era su deseo estar con ella.

Debo admitir que, en ese momento, esa noticia me cayó como un baldado de agua fría, y todo lo que alguna vez planeé se desmoronó.

A pesar de todo, mi orgullo, forjado después de años de ser consentida, me impidió mostrar el más mínimo rastro de tristeza frente a él. Por lo que firmé los papeles y acepté sin mayor remilgo.

Después de firmar, su voz calmada resonó a mi lado:

—¿Quieres que mande un conductor a llevarte?

No supe cómo responderle.

Se me había olvidado contar algo. La hacienda frente a mí, donde había vivido durante más de 20 años, y pasado todos mis años felices de infancia, ya no era mi hogar. Mi familia había quebrado y tuvo que hipotecar o vender todas sus propiedades.

Él, quien había usado todos los medios posibles para casarse conmigo, y a quien nosotros habíamos despreciado, había fundado él solito y a nuestras espaldas una compañía. Y ahora que su empresa prosperaba, él había comprado la hacienda.

Pero a decir la verdad, no tengo ningún derecho a culparlo, ni tampoco a pedirle que divida mi propiedad, porque en realidad él todo lo obtuvo en base a sus propios esfuerzos, sudor y trabajo duro, sin usar un solo centavo de mi familia.

Me miró en silencio y no me apuró. Pero era su dulzura la que me recordaba lo que yo le había hecho antes, y me avergonzaba de mí misma, porque en realidad nunca mereció nada de lo que le hice.

Después de todo, en una situación como esta, él debería haber duplicado la humillación que sufrió en ese entonces y hacerme pagar diente por diente, como dice el dicho. Sin embargo, no lo hizo, y en cambio fue tan amable como siempre.

Yo, aferrada a mi orgullo, no podía ceder.

—Muchas gracias, pero yo puedo irme sola. — Dije apresuradamente, antes de salir corriendo.

De pronto, escuché su voz detrás de mí:

—¿Hay algo en especial que te haya traído hasta aquí esta noche?

—Para nada. — Respondí sin mirar atrás, mientras abandonaba la propiedad.

Afuera estaba lloviendo, y apreté el regalo que llevaba en mi mano.

Precisamente, ese día era nuestro tercer aniversario de bodas.

Aunque nunca antes lo había hecho, al darme cuenta de que sentía algo más por él, aparte del habitual odio, quise celebrar ese día como debía ser. Lo que me tomó sorpresa fue que lo que me esperaba, en cambio, fueran los papeles de divorcio. Reí con amargura, dejando que la lluvia me empapara.

Al día siguiente, me enfermé. Incapaz de levantarme, estuve todo el día en la cama. Sin embargo, los ruidos y la algarabía de afuera me obligaron a salir.

Vi a mi padre sentado en un muro viejo y desgastado, amenazando con lanzarse al vacío y suicidarse. El lugar donde vivíamos ahora era un edificio viejo y descuidado, pero la renta era barata.

Mi madre lloraba desconsoladamente, diciendo que, si mi padre se suicidaba, ella también lo haría. No sabía qué hacer. Todo daba vueltas en mi cabeza, pero le aseguré que la bancarrota no era el fin, que mientras hubiera vida, había esperanza de recuperar todo lo que habíamos perdido.

Mi padre, en cambio, me devolvió una mirada tan intensa que me hizo estremecer, y me dijo:

—Mejor ve y pídele a Mateo que ayude a papá, después de todo, él es el yerno de nuestra familia y definitivamente nos ayudará.

Mi madre también dijo apresuradamente:

—Sí, aunque en un principio no fuimos muy buenos con él, él te ayudará. Ve a pedírselo, por favor.

Les sonreí con sarcasmo, mis padres no sabían que me había dejado. Me negué rotundamente a ir y rogarle, pero mi padre seguía amenazando con quitarse la vida si no lo hacía.

No tenía otra opción, terminé aceptando.

Antes de ir a rogarle, mi madre gastó el poco dinero que quedaba para comprarme un vestido elegante con un sensual escote, y unas bonitas zapatillas. Mi mamá incluso me llevo a la peluquería a cambiarme de look y a que me maquillaran. Me miré en el espejo, y sonreía irónicamente. Parecía que iba a seducirlo, no a pedirle ayuda.

Pero sabía que, incluso si me desnudaba frente a él, probablemente ni siquiera se tomaría la molestia de mirarme.

Aún no entendía por qué aquella noche le había dado por tener sexo conmigo. ¿Estaba también borracho? ¿O quizás, mejor aún, me había confundido con su dichoso primer amor? Dejé de lado todos esos pensamientos y, para que mis padres no insistieran más, me dirigí a buscarlo.

En recepción me enteré de que estaba en su oficina, y entonces fui directamente allí.

Mis padres esperaban con ilusión frente al edificio, confiando en que les traería buenas noticias. Por eso, al ver sus caras llenas de esperanza, no pude evitar sentir un poco de amargura al pensar en todas las vueltas del destino.

Cuando llegué al piso donde estaba su oficina, quienes estaban allí me miraban extraño y escuché murmullos desagradables.

Ignorándolos, me paré derecha y entré directamente. Pero en cuanto lo vi, todo mi cuerpo se sintió débil. Él, allí sentado en su silla, pareciendo elegante y con poder, mientras me miraba con una sonrisa y yo...

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