Había sido una semana productiva en Transportes Imperio, ya los tratos que teníamos con la naviera Idilio se habían concretado y ahora no quedaba más que concretar el primer viaje que querían ambas empresas en conjunto.Como cada mañana, rechacé un par de llamadas de periodistas que querían entrevistarme o a cualquiera de los gemelos para hablar sobre la nueva unión entre las empresas. Pero yo sabía que no era más que cotilleo y chisme.No les importaba que dos de las transportadoras más importantes del país, y tal vez de América, se asociaran; solo les importaba saber cómo la ex amante de Alexander Idilio regresaba a su vida.Había sido tema de conversación durante estas semanas, y yo no estaba dispuesta a darle más de qué hablar a la prensa y a los periódicos de chismes, a pesar de que mi cara ocupara varios encabezados.Raúl me dijo que debía de hacerme respetar. Pero sinceramente, me importaba un comino lo que pensara la crítica y mucho menos la prensa.Así que había decidido igno
Tuve el impulso de dar la vuelta y marcharme, pero ya estaba ahí. Aunque mi razón me decía una cosa, mi razón me decía otra.Sería una ingenua si dijera que no sentía nada por Alexander, a pesar de todo lo que había sucedido y de que quería verlo sufrir como venganza.Pero ahí, mientras me daba la espalda, pude ver cómo tenía roto el corazón. Al igual que la vez anterior, lo hacía sin mostrar ningún tipo de emoción por su sufrimiento.Avancé hacia él despacio y dejé los papeles sobre el escritorio. Cuando rodeé toda la mesa y me posicioné frente a él, pude ver cómo se limpiaba los ojos enrojecidos con un pañuelo que tenía en el bolsillo de su saco, de mala gana. Luego suspiró profundamente. — ¿Qué es lo que quieres? — me preguntó con la voz rota, aunque trataba de ocultar la rabia. — Ya está todo listo en Londres para hacer el embarque, pero necesito tu firma. — Está bien, ya mismo te la doy — dijo mientras se sentaba en el escritorio y tomaba los papeles que había traído. Los sacó
61De regreso a casa, Raúl no pronunció ni una palabra. Yo sabía que estaba enojado conmigo por lo que haría, pero tenía que hacerlo.Más ahora, sabiendo que Gabriela no era una santa paloma, como tanto presumía.Merecía aquella venganza. Merecía saber que sus amenazas habían sido en vano, que me había dicho que no sería más que la arrastrada que recogería billetes con la boca del suelo, y que no podría acceder a nada más que eso. Yo quería demostrarle que no era así. Tenía tanta rabia en mi interior, y el dolor que sentía en el pecho cada vez que recordaba aquellas humillaciones me guiaba a seguir adelante.Me impulsaba a presionar más en aquella venganza. Gabriela ya estaba en mis manos. Su padre ya había firmado los pagarés con fecha del próximo día; no había marcha atrás. Cuando llamé a Dayana desde mi oficina en Transportes Imperio, ella sonrió. — Todo está perfectamente organizado — me dijo — . Los pagarés los tengo aquí con su firma. Si mañana no se hacen efectivos, tendre
Cuando Gabriela llegó a casa, lloraba. Yo estaba sentado en la sala esperando a que trajeran a mi pequeño de la escuela. Quería confrontarla.Tenía tanta rabia en ese momento que quise abofetearla, empujarla por las escaleras, pero no me atreví a hacerlo, y mucho menos después de que llegó con los ojos hinchados y la cara roja. — ¿Qué te pasó? — le pregunté. Ella se encogió de hombros y caminó por las escaleras hacia nuestra habitación. Yo la seguí. — Dime, ¿qué sucede? — le insistí — . ¿Por qué estás llorando? — No te importa — me gritó — Luego se sentó en el alféizar de la ventana — Ahora que Ana Laura regresó a nuestras vidas, quiero hacerte una pregunta. Yo, sinceramente, no me imaginé qué tipo de pregunta podría hacerme, pero supuse que sería algo sobre si todavía la amaba o si le sería infiel con ella, alguna cosa de celos posesivos. — La conociste por varios años, ¿no es así? — Yo asentí — ¿Qué tan lejos crees que sea capaz de llegar? Siempre la defendiste como
Gabriela me observó directo a la cara, conteniendo la rabia, la impotencia que sentía en ese momento. Pero yo me sentí feliz, o quise hacerlo.Solo necesitaba haberla humillado, necesitaba humillarla de la misma forma que ella lo había hecho conmigo, y solo así podría liberarme de ese nudo que tenía en mi pecho. Solo así podría sentir nuevamente un poco de paz. — ¿Qué? — me preguntó con rabia. Yo presioné con el tacón el pagaré en el suelo. — Así como lo escuchas, Gabriela. ¿Te suena conocido esto? ¿Quieres estos pagarés? Entonces recógelos con la boca, uno a uno. Quiero que lo hagas ahora, o voy a hacer efectivos estos pagarés ahora mismo y tus padres se van a quedar sin nada. Gabriela apretó los puños. La mandíbula comenzó a temblarle. — No. No lo haré — dijo. — Lo harás — añadí con seguridad. Entonces, la voz de un hombre sonó al otro lado de la sala. — Ella no hará eso. Me volví, asustada al reconocer aquella voz, y cuando lo vi a la cara, sus ojos verdes se clavaron
Cuando la soledad dentro del salón me pareció demasiado abrumadora, logré regresar nuevamente a mí misma.Había estado abstraída por lo menos media hora, ahí de pie, en medio del salón, completamente sola. Alexander me odiaba. Me odiaba porque no entendía el contexto de mi venganza, porque no sabía que Gabriela había hecho lo mismo conmigo.Ella había comenzado este juego macabro, y yo lo había terminado. Pero ahora él me odiaba, me odiaba de verdad. Y me odiaría aún más, estaba segura de eso.Yo quería quitarlo de la presidencia de la naviera Idilio como parte de mi venganza, pero no lo pude conseguir. Ahora no sabía qué haría en su contra, pero tenía que arrancarme la espina, tenía que hacerlo porque la extraña sensación en mi pecho no se iba. Estaba muy claro: había iniciado con las humillaciones, con el dolor. Cada vez que las recordaba, aquella sensación punzante en el pecho me atenazaba el corazón.Creí que, al vengarme de Gabriela, aquello comenzaría a desaparecer, pero no
El abuelo notó de inmediato que algo había pasado. Caminó hacia mí y, con cuidado, recogió las fotografías del suelo. Las observó detalladamente. Yo me quedé ahí, paralizada, observándolo. Su expresión no cambió; permaneció serio, imperturbable. — ¿Qué es esto? — pregunté con rabia, con una sensación agobiante en el pecho — . Abuelo, por favor, dime qué está pasando — le pedí, aunque sabía que él no tenía la respuesta. — No lo sé — me dijo — ¿Él es Alexander? — preguntó mi abuelo. Nunca lo había visto en persona. Entendí entonces que no tenía el contexto de aquellas imágenes. — Lo es — le aseguré. Tomé nuevamente las fotografías, con las manos temblorosas, con el corazón latiéndome en los oídos con fuerza. ¿Alexander había tenido una relación con mi hermana? ¿En qué momento...?— Sabía que este día llegaría — dijo mi abuelo. Entonces lo miré. —¿A qué te refieres con eso? Mi abuelo tomó asiento frente al mueble, en una pequeña banquita, y se quedó observando un punt
Cuando salí de las instalaciones de Transportes Imperio no logré encontrar a Gabriela. Seguramente había salido corriendo después de la tremenda humillación a la que Ana Laura la había sometido. El investigador privado que había contratado estaba discretamente oculto en una esquina, cerca de la empresa, y caminé hacia él. — ¿Qué sucedió? — le pregunté — . ¿Para dónde se fue Gabriela? — Tomó un taxi unos segundos antes de que usted saliera — me respondió.Me despeiné el cabello con frustración. No había querido esperarme. Tomé rápidamente mi auto y me dirigí a casa. Seguramente iría para allá, no tenía dónde más ir… O probablemente se fuera donde sus padres, pero hoy, primero a casa.Llegué, abrí la puerta con las llaves y lo primero que encontré fueron los ojos azules de Yeison, que me observaban desde la sala. — Señor Alexander, ¿cómo está? — me preguntó.Tenía un computador sobre las piernas y me sonrió con alegría. — Muchas gracias por lo de la universidad. Es algo impresionant