63°

Gabriela me observó directo a la cara, conteniendo la rabia, la impotencia que sentía en ese momento. Pero yo me sentí feliz, o quise hacerlo.

Solo necesitaba haberla humillado, necesitaba humillarla de la misma forma que ella lo había hecho conmigo, y solo así podría liberarme de ese nudo que tenía en mi pecho. Solo así podría sentir nuevamente un poco de paz.

— ¿Qué? — me preguntó con rabia.

Yo presioné con el tacón el pagaré en el suelo.

— Así como lo escuchas, Gabriela. ¿Te suena conocido esto? ¿Quieres estos pagarés? Entonces recógelos con la boca, uno a uno. Quiero que lo hagas ahora, o voy a hacer efectivos estos pagarés ahora mismo y tus padres se van a quedar sin nada.

Gabriela apretó los puños. La mandíbula comenzó a temblarle.

— No. No lo haré — dijo.

— Lo harás — añadí con seguridad.

Entonces, la voz de un hombre sonó al otro lado de la sala.

— Ella no hará eso.

Me volví, asustada al reconocer aquella voz, y cuando lo vi a la cara, sus ojos verdes se clavaron
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