64°

Cuando la soledad dentro del salón me pareció demasiado abrumadora, logré regresar nuevamente a mí misma.

Había estado abstraída por lo menos media hora, ahí de pie, en medio del salón, completamente sola. Alexander me odiaba. Me odiaba porque no entendía el contexto de mi venganza, porque no sabía que Gabriela había hecho lo mismo conmigo.

Ella había comenzado este juego macabro, y yo lo había terminado.

Pero ahora él me odiaba, me odiaba de verdad. Y me odiaría aún más, estaba segura de eso.

Yo quería quitarlo de la presidencia de la naviera Idilio como parte de mi venganza, pero no lo pude conseguir. Ahora no sabía qué haría en su contra, pero tenía que arrancarme la espina, tenía que hacerlo porque la extraña sensación en mi pecho no se iba.

Estaba muy claro: había iniciado con las humillaciones, con el dolor. Cada vez que las recordaba, aquella sensación punzante en el pecho me atenazaba el corazón.

Creí que, al vengarme de Gabriela, aquello comenzaría a desaparecer, pero no
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