Pasé el resto de la tarde en la casa de Xavier. No tenía fuerzas para ir a mi casa y tampoco para enfrentar a nadie. Me recosté en la cama de Xavier, y él se recostó al otro lado mientras veía una serie de televisión, estiró su mano y acariciaba mi cabello como si aún pudiera soportarlo tanto como yo. — esto todavía podría dolerme tanto como a ti — dijo él — . Porque ahora resulta que ya ni siquiera somos hermanos completos. Ahora resulta que somos medios hermanos. Pero eso no importa. Siempre seguiremos siendo hermanos, ¿no es así?Yo asentí. — Claro que sí — le dije — . Siempre seguiremos siendo hermanos, siempre.Entonces, después de tanto esperar, al fin la puerta sonó, y yo caí sentado de golpe, pues ya había llegado. Mi corazón latía con tanta fuerza que Xavier lo escuchó al otro lado de la cama. — Ya está aquí, ya está aquí — repetí. Me puse de pie y salí corriendo. Cuando abrí la puerta, en efecto, era el juez al otro lado, con su cabello entrecano y su brillante sonrisa.
No pude negar que la sensación que se envolvió en mi cuerpo era potente y más bien preocupante. La propuesta de Federico era un poco excesiva, pero yo sabía por qué lo hacía.Sabía que querer acostarse conmigo no era simplemente por el hecho de querer acostarse conmigo; era porque quería encontrar en mi cuerpo las respuestas a sus preguntas. La gran pregunta: saber si yo aún sentía algo por Alexander.Yo sabía que sí, que aún sentía cosas por Alexander, a pesar de todo lo que había sucedido. No era un secreto para mí, tampoco para él; de eso estaba segura. Pero él quería hacerlo, quería probarme, llevarme hasta el límite. Y tal vez era lo que yo necesitaba hacer. Tal vez estar con otro hombre, sentirme abrazada por otro hombre, era lo que necesitaba para sacar a Alexander de mi cabeza.Así que lo miré y asentí, mirando sus profundos ojos azules que me perforaban después de haberme hecho aquella sugerencia. — Somos adultos, Ana Laura, y creo que ambos lo necesitamos después de tanto t
En el teléfono, Gabriela sonó triste y enojada. Es una mezcla de emociones que nunca le había visto, a pesar de todos los años que habíamos pasado juntos.— ¿De qué quieres hablar exactamente? — , me preguntó, y yo respiré profundo.— De todo, de todo lo que tengas por decirme — . — A mí ya me dejaron por fuera del gran juego, ya no importa — , dijo ella. Yo no entendía aquellas palabras, pero *el gran juego* era como mi padre le había llamado al círculo bajo, y a convertirme en el cacique, supe que Gabriela tenía que ver con eso de alguna forma.— Voy para tu casa — , le dije, y ella negó. — Veámonos en la cafetería que está cerca, créeme, necesitamos estar en un lugar público, porque me odiarás. Tengo miedo de lo que puedas llegar a hacerme — . Yo no entendí sus palabras, ¿en serio la verdad que tenía que contarme podría herirme a tal punto que ese miedo era por su integridad?Yo nunca había sido un golpeador, jamás en mi vida había levantado mi mano contra ella ni contra ninguna
Yo no supe en qué momento me caí al suelo; solo supe que un segundo después de que Gabriela hiciera esa confesión, estaba observando el techo de la cafetería con el corazón acelerado y la vista borrosa. Un mesero me ayudó a poner de pie. — ¿Está bien? — me dijo, pero Gabriela intervino:— Está bien, solo le dieron una fuerte noticia. Por favor, ¿le regala un vaso de agua? — .El mesero llegó corriendo con un vaso de agua. Yo debería verme tan pálido como un fantasma; escuchaba las palabras de Gabriela retumbando en mi cabeza una y otra vez.Por eso el pequeño Esteban tenía mis ojos, pero no eran mis ojos los que había heredado; eran los de mi padre. Me pregunté por qué mi amigo, en la prueba de ADN, no quiso decirme que sí había compatibilidad entre el pequeño y yo, no como la de un padre e hijo, pero sí la de dos medios hermanos. — No puedo creer que ese hombre hubiera hecho eso — , murmuré. — Ese es Ezequiel — , dijo Gabriela. — Estoy cansada de esconderme, de esconder sus juegos
En un constante e intermitente llanto, le conté todo a Analía: el contexto, todo lo que sabía, toda la verdad. Descargué en ella todas mis frustraciones y la rabia que tenía en ese momento. Le conté cómo mi padre me había utilizado como una pieza de ajedrez, cómo me había obligado, inconscientemente, a casarme con Gabriela, cómo la había embarazado, cómo había criado yo a mi hermanito creyendo que era mi hijo. — Es un monstruo — me dijo Analía al final, mientras me abrazaba.Nos habíamos acostado en la cama, uno al lado del otro. Yo había recostado mi cara en su cuello, mientras ella me acariciaba el cabello y la espalda.No quería apartarme ni un segundo de su lado; no quería soltarla y ya no la soltaría nunca. Pero las dudas me acometieron nuevamente. Cuando intenté apartarme, ella me tomó por los hombros y me atrajo nuevamente hacia ella. — Estás con Federico — le dije, tratando de alejarme.Pero ella me aferró fuertemente, se aferró a mí como un náufrago con una tabla. — Ya no
Pasamos toda la noche haciendo el amor. No supe cuántas veces terminamos uno junto al otro. Pero cuando llegó la madrugada, el sueño irremediablemente nos invadió.Yo ya no quería nada, ya no pensaba en nada; había tomado una decisión y, al despertar, enfrentaría aquellas consecuencias. Pero en ese momento no quería más que sentir el cuerpo de Ana Laura, aferrarme a tocarla y besarla.Me dormí con su cálido rostro sobre mi hombro, y por primera vez en muchísimo tiempo, no tuve ninguna pesadilla.Fue un sueño tranquilo y oscuro, un sueño profundo en el que sabía que todo estaba bien porque ella estaba a mi lado.Cuando abrí los ojos en la mañana, miré despacio el reloj que estaba sobre el pequeño nochero, donde se veía claramente que era casi el mediodía. Pero no importaba. Ya nada importaba; lo único que importaba era cada segundo que pudiera pasar a su lado.La cálida mano de Ana me acariciaba el torso mientras seguía recostada en mi hombro. Tenía los ojos cerrados, pero yo sabía que
Pude sentir el terror en el tono de voz de Alexander cuando gritó el nombre de Gabriela, y yo me abracé a mí misma en el lugar donde estaba. Pude ver en sus ojos que aquello no había sido nada bueno, y cuando cortó el teléfono y volteó a mirarme, lo supe en su mirada. — ¿Qué pasó? — le pregunté, aunque sabía que la respuesta podría asustarme. — Es Gabriela. Ayer que me contó la verdad, la desterré de la ciudad, le dije que no podía volver nunca... y ella acaba de llevarse al pequeño Esteban.Yo me llevé las manos a la boca. — ¿Se lo llevó? ¿Pero cómo? O sea.— no puede hacer eso.— es su madre — murmuré. — Lo sé, pero yo no lo voy a permitir. No permitiré que el pequeño esté a su lado, al lado de una mujer que miente y que manipula de esa forma.Sacó su celular y llamó a alguien, sentándose en el borde de la cama. — Camila — dijo, y según recordaba, ella era la mujer que cuidaba al pequeño Esteban en la casa de Alexander — . Camila, ¿qué sucedió?Me senté a su lado en la cama y e
En la vida había tenido que hacer algo tan doloroso como aquello, pensé mientras empacaba las maletas de mis hijos; al ver sus juguetes y sus pequeños cuadernos, sentía que me desgarraba el alma con cada prenda que empacaba. El dolor me consumía, y sollozaba varias veces en solitario en su habitación. Ya entrada la noche, Alexander llegó. — Xavier logró hablar con papá — me contó — . Él está de acuerdo con esta decisión. reconoció que sabía que yo me resistiría, pero aceptaría tarde o temprano. Dijo que… que es un lugar perfecto para que nuestros hijos estén a salvo, que muy pocas personas saben de él. — ¿Dónde está? — pregunté.Alexander se sentó en el borde de la cama y me observó con ternura, mientras me acariciaba la mejilla. Murmuró: — No lo sé. Él dijo que no nos lo diría porque es peligroso. Ni siquiera nosotros sabremos dónde está. — Entonces, ¿cómo haremos para encontrarlos si algo sale mal? — le pregunté asustada. Aquello ya no me parecía una buena idea.Alexander me ab