En la vida había tenido que hacer algo tan doloroso como aquello, pensé mientras empacaba las maletas de mis hijos; al ver sus juguetes y sus pequeños cuadernos, sentía que me desgarraba el alma con cada prenda que empacaba. El dolor me consumía, y sollozaba varias veces en solitario en su habitación. Ya entrada la noche, Alexander llegó. — Xavier logró hablar con papá — me contó — . Él está de acuerdo con esta decisión. reconoció que sabía que yo me resistiría, pero aceptaría tarde o temprano. Dijo que… que es un lugar perfecto para que nuestros hijos estén a salvo, que muy pocas personas saben de él. — ¿Dónde está? — pregunté.Alexander se sentó en el borde de la cama y me observó con ternura, mientras me acariciaba la mejilla. Murmuró: — No lo sé. Él dijo que no nos lo diría porque es peligroso. Ni siquiera nosotros sabremos dónde está. — Entonces, ¿cómo haremos para encontrarlos si algo sale mal? — le pregunté asustada. Aquello ya no me parecía una buena idea.Alexander me ab
La presentación del cacique era algo de suma importancia, había dicho Ezequiel. Yo, de lo que más estaba preocupada en ese momento, era de que Alexander no saltara sobre su padre para golpearlo hasta agotarse.Podía ver en sus ojos la rabia con la que lo miraba, el gesto apretado que hacía cada vez que su padre se dirigía hacia nosotros.Ya habían pasado dos días desde que entregamos a nuestros hijos al cuidado del círculo bajo, y Ezequiel no se había separado.Había regresado a la mañana siguiente y permaneció con nosotros todo el día en mi casa, explicándonos detalladamente qué era lo que teníamos que hacer, cuáles serían nuestros futuros roles y lo que debíamos hacer para conservar el mandato.El cacique se había originado como un guerrillero hace cientos de años en Brasil. Su primera misión, la primera misión del círculo bajo, era clara: proteger a las personas.Tenía un estilo más bien socialista o, por no decir, comunista, donde todas las personas deberían valer lo mismo y todas
Un grupo de mujeres llegó a mi casa entrando la tarde. Traían bolsas, maquillaje y cientos de cosas que yo ni siquiera en mi vida hubiera imaginado tener en casa.Me sentía absurdamente como una modelo de revista. Mientras unas me lavaban el cabello, otras me organizaban las uñas, y algunas más se encargaban de la cera. Me hicieron duchar con agua muy fría y, al salir envuelta en una toalla, prácticamente me desnudaron.Aquel grupo de mujeres parecía estar acostumbrado a este tipo de trabajos, ya que ninguna sintió el más mínimo momento de incomodidad mientras trabajaban con mi cuerpo. Solamente estaban ahí, toqueteándome, organizándome y haciéndome lucir perfecta.Imaginé que Alexander, al otro lado de la habitación, debía estar igual, siendo preparado por otro equipo. Fue en ese momento cuando supe que el Círculo Bajo realmente era algo grande, algo poderoso.Puede que suene un poco ridículo, pero mi conclusión llegó porque habían contratado maquilladoras expertas. Si esto apenas er
Levanté el mentón; tenía que lucir fuerte y empoderado. Lo primero que noté al entrar al Gran Salón principal, bajando las escaleras, fueron las fuertes miradas de todos los presentes.Había miradas curiosas y miradas claramente llenas de envidia. Seguramente ser el cacique era el sueño de varios de los que estaban en ese lugar, pero esta era mi presentación y yo debía fingir no solo que quería hacer esto, sino que lo disfrutaba.Ana Laura, a mi lado, apretó con fuerza mi mano mientras terminábamos de bajar las escaleras. Mi padre apareció de repente, me dio un sonoro beso en la mejilla y luego se volvió hacia el público levantando la mano y yo tuve el impulso de apartarme. — Mi hijo Alexander y su mujer Ana Laura.En cuanto pronunció esas palabras, el público estalló en aplausos. Algunos aplaudían más fuerte que otros. Ana y yo cruzamos una mirada; nos pareció que todo aquello era un poco hipócrita. — Vengan por aquí — nos indicó mi padre — , voy a comenzar a presentarles.Todos lo
El muchacho estaba tembloroso. Me acerqué a él y lo tomé por los hombros. — ¿De qué hablas, Yeison? — Es mi madre — dijo — . Yo prometí que no volvería a molestarlos, pero te necesito. Tuvo una crisis, casi se muere esta noche. Necesita ese trasplante urgente. — Yeison, yo… — Es imposible que el mismísimo futuro cacique del círculo bajo vaya a dejar morir a su madre de esa forma.Lo dijo con tanta severidad y madurez que me sentí sobrecogido. — Por favor — me suplicó — . No por mí. Sé que no debes tener ningún aprecio por mí, y que recién te enteraste de que soy tu hermano, pero por favor.Entonces me puse en su lugar. Había tenido que sufrir tanto. Toda su vida había estado solo. Aunque sabía que había tantos hermanos que podrían ayudarlo, nunca nos había pedido ayuda. Solo ahora. Ahora que realmente la necesitaba. — Está bien, Yei. Sube al auto.El joven, con pasos temblorosos, salió corriendo hacia el auto y se subió en la parte de atrás, donde yo venía con Ana Laura. Cuando
Las manos de la mujer eran cálidas, y me tocaron con ternura. No pude negar que no sentía nada por ella porque era una completa desconocida, pero saber que era mi madre verdadera me generaba una extraña sensación en el estómago.Era una sensación abrumadora de familiaridad, como si fuese verdad que la sangre llamara, como si fuese verdad que solamente su sangre corriendo por mis venas fuera suficiente para que mi corazón sintiera que ella era parte de mí.Traté de controlar mis emociones a pesar de todo. Respiré profundo y asentí. — Sí, aquí estoy. Me tardé mucho en llegar porque no sabía que existías, porque no sabía la verdad. Pero ahora ya la sé.La mujer volteó a mirar a Yeison. — Lo hiciste, ¿no es así? — le preguntó, y el joven apartó la mirada. Tú me prometiste que no les dirías nunca nada. ¿Por qué lo hiciste? — Yo... — Yeison levantó los ojos para justificarse, pero yo lo detuve. — No es su culpa. Tenía que hacerlo. Era su responsabilidad contarnos la verdad, y lo hizo. E
Cuando salí de la habitación, no pude evitar que en mi rostro se pintara una mueca de tristeza. Yeison captó perfectamente esa expresión y negó con vehemencia. — Por favor, dime que no es verdad — me preguntó. — Lo siento, Yeison, pero yo tampoco soy compatible.El rostro del muchacho se tornó grisáceo. Una sensación de mareo lo hizo caer sentado en el mueble junto a Ana Laura, quien lo abrazó por la espalda. — Lo siento mucho — dijo ella — , pero aún quedan las donaciones, ¿no es así?Yeison negó con la cabeza. — No, el listado es demasiado tardado. Nunca encontraremos un donante a tiempo antes de que muera. Ya la perdí... ya la perdí... — dijo en medio del llanto.Entonces me acerqué, lo tomé por los hombros y lo puse de pie para que me mirara a la cara. Le hablé con firmeza: — Aún queda Paloma. Ella tiene que entenderlo. Es nuestra última esperanza. — ¿Paloma? — preguntó Yeison. — Es terca como una mula — intervino Xavier desde donde estaba sentado — . No creo que escuche.
Yeison sabía que aquello podría llegar a ser muy complicado. Como sus hermanos habían dicho, Paloma era una chica rebelde y voluntariosa. Pero tenía que intentarlo. Por eso estaba ahí, de pie, frente a la entrada del edificio donde vivía la chica. El portero lo miró de los pies a la cabeza. — ¿Usted otra vez? — dijo, y Yeison asintió. — Sí, yo otra vez. Podría decirle a Paloma que estoy aquí.Pero el hombre negó. — Ella dejó especificaciones muy claras de que no quería que nadie la molestara, ni siquiera sus hermanos. — Que me lo diga ella — respondió Yeison — . Que me lo diga en la cara. Esto es algo de vida o muerte.El portero lo pensó por un momento, como si tuviese miedo de la muchacha, pero finalmente accedió. — Está bien, pero que se haga responsable de lo que pase. — Lo sé — dijo Yeison.El hombre tomó el teléfono y llamó. — Un tal Yeison la está buscando.Después de una pausa añadió: — Ella dice que no quiere hablar con usted.Yeison estiró la mano con un poco de viol