143| Alex.

Cuando salí de la habitación, no pude evitar que en mi rostro se pintara una mueca de tristeza. Yeison captó perfectamente esa expresión y negó con vehemencia.

— Por favor, dime que no es verdad — me preguntó.

— Lo siento, Yeison, pero yo tampoco soy compatible.

El rostro del muchacho se tornó grisáceo. Una sensación de mareo lo hizo caer sentado en el mueble junto a Ana Laura, quien lo abrazó por la espalda.

— Lo siento mucho — dijo ella — , pero aún quedan las donaciones, ¿no es así?

Yeison negó con la cabeza.

— No, el listado es demasiado tardado. Nunca encontraremos un donante a tiempo antes de que muera. Ya la perdí... ya la perdí... — dijo en medio del llanto.

Entonces me acerqué, lo tomé por los hombros y lo puse de pie para que me mirara a la cara. Le hablé con firmeza:

— Aún queda Paloma. Ella tiene que entenderlo. Es nuestra última esperanza.

— ¿Paloma? — preguntó Yeison.

— Es terca como una mula — intervino Xavier desde donde estaba sentado — . No creo que escuche.

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