145°

Cuando desperté en la mañana y abrí los ojos, estaba entre los brazos de Alexander.

Enterré mi cara en su cuello mientras le acariciaba el pecho. No quería levantarme, no quería despertarme; quería quedarme ahí, entre sus brazos, para siempre. Porque despertar nuevamente a la realidad era una pesadilla. Era como si cuando estuviera en la cama durmiendo fuera realmente el bonito sueño, y al despertar entrara a una pesadilla: la pesadilla sin mis hijos, mi abuelo, una vida con riesgos y caos.

Debía ir a la empresa, Alexander debía ir a la naviera. Teníamos muchos trabajos por hacer, pero ninguno quería moverse. Había tantas cosas volando en el aire, tanta incertidumbre... Ninguno de los dos se atrevió a levantarse en aquel momento.

Cuando se rascó despacio el mentón, supe que estaba despierto, pero ninguno quería moverse, ninguno quería enfrentar lo que venía.

Debíamos hablar con Carlota, deberíamos convencerla de que estuviera de nuestro lado, de que nos ayudara a acabar con los pilare
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