152°

Cuando Paloma despertó, sintió las manos entumecidas. Tenía la visión borrosa y estaba en una habitación oscura.

No sabía exactamente qué había pasado. Parecía que su memoria había fallado. Pero entonces, fragmentos de recuerdos regresaron a ella: una bala destrozando el cráneo de un hombre en la puerta de su casa, los ojos oscuros de Sebastián, el joven que supuestamente la había rescatado y que luego la había lanzado en la camioneta frente a Máximo; la fuerte mano del hombre apoyando un trapo humedecido en su cara y el ardor en la garganta cuando respiró aquella sustancia que la condujo al sueño.

Se preguntó cuánto tiempo habría pasado inconsciente. Tenía hambre y estaba cansada, mareada y con dolor de cabeza.

La habitación era oscura, solamente un bombillo de luz amarillas colgaba en el centro, que oscilaba como un péndulo.

Se miró las manos, amarradas con dos esposas de aluminio que le herían las muñecas. Pero al menos sus pies estaban libres.

Levantó la cabeza y miró alrededor.
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