133| Alex.

Yo no supe en qué momento me caí al suelo; solo supe que un segundo después de que Gabriela hiciera esa confesión, estaba observando el techo de la cafetería con el corazón acelerado y la vista borrosa. Un mesero me ayudó a poner de pie.

— ¿Está bien? — me dijo, pero Gabriela intervino:

— Está bien, solo le dieron una fuerte noticia. Por favor, ¿le regala un vaso de agua? — .

El mesero llegó corriendo con un vaso de agua. Yo debería verme tan pálido como un fantasma; escuchaba las palabras de Gabriela retumbando en mi cabeza una y otra vez.

Por eso el pequeño Esteban tenía mis ojos, pero no eran mis ojos los que había heredado; eran los de mi padre. Me pregunté por qué mi amigo, en la prueba de ADN, no quiso decirme que sí había compatibilidad entre el pequeño y yo, no como la de un padre e hijo, pero sí la de dos medios hermanos.

— No puedo creer que ese hombre hubiera hecho eso — , murmuré.

— Ese es Ezequiel — , dijo Gabriela. — Estoy cansada de esconderme, de esconder sus juegos
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