Me enamoré de mi fea secretaria
Me enamoré de mi fea secretaria
Por: Danger Nigga
Una secretaria invisible

Martina sale de la oficina de nuestro jefe con el vestido un poco más arriba de cómo entró y con su labial corrido, esta se acomoda el vestido y se limpia un poco el labio, al pasar su mirada por mi pequeño escritorio, bajo la mirada para no recibir un regaño.

Tal vez lleve semanas trabajando aquí, pero no soy tonta, es obvio que se revuelca con el jefe y la verdad es que la comprendo, ¿Quién no querría acostarse con Leandro Suárez? Uno de los empresarios más guapos de España, treinta y tres años de edad y exitoso.

Soy Alba Lucía Bermúdez y hace unas semanas que comencé a trabajar aquí en la empresa Suárez, la chica que acabo de mencionar, Martina Roso, es la secretaria principal de la empresa y por alguna razón fui contratada.

Yo metí currículum en muchos lugares, pero jamás creí recibir una llamada para una entrevista para ser secretaria secundaria de esta empresa.

Me imaginé un puesto más inferior, ya que tengo el problema de muchos jóvenes de 23 años, que después de graduarse no encuentran un buen trabajo, y además te piden la experiencia suficiente como para trabajar en un buen puesto.

Y ser secretaria secundaria de la empresa es un buen puesto, soy la tercera persona que tiene contacto con el jefe, sin embargo, parece que no sabe de mi existencia desde que llegue o tal vez no le importa.

Lo he saludado en varias ocasiones por educación, pero ni se limita a mirar, pasa como un arrogante creyéndose el rey, pero yo creo que un rey tiene aunque sea la decencia de ser cortés.

De todos modos cuando fui contratada, eso fue lo que me advirtieron, que no molestara al jefe a menos que esto sea necesario.

No sé a qué se refería Martina de molestar, se supone que soy secretaria y mi trabajo es estar dispuesta a los pedidos del jefe, claro que pedidos de trabajo.

No como Martina, que mientras ella anda con el jefe, yo siempre estoy trabajando.

—Martina… —habla el jefe por su intercomunicador—. Martina.

Repite, y alzo la vista, ¿A dónde ha ido ella? El jefe la necesita.

—Martina —se escucha exasperado.

Veo a hacia el pasillo que nos separa entre escritorios, pero a la vez es el camino para dirigirse a la oficina del jefe.

Miro el intercomunicador y me quedo del otro lado rogando que Martina aparezca, pero esta no llega.

—Martina… ¡Alguien que atienda el teléfono! —se enoja.

Se supone que no debía molestar al jefe, Martina me aconsejo que mientras sea menos vistas, entonces iba a evitar mi despedida como la chica anterior, realmente no me dio detalles del tema, pero si me dejó claro que si no hacía bien mi trabajo, me echarían.

Ruedo mi silla y me levanto para caminar hasta el escritorio de Martina, me tomaría el atrevimiento de atender a su llamado, ¿Qué hablas Alba? No temas, eres la secretaria secundaria, si la primera no está, tu papel está suplantarla.

Presiono el botón y tomo valor.

—¿Si señor? ¿Qué necesita? —digo un poco temblorosa.

Primer strike para darle una buena impresión al jefe, se supone que uno debe ser seguro de sí mismo y se lo prometí a Martina en la entrevista para ser aceptada, pero ella dijo que no era necesario porque aunque tenga un puesto cercano al jefe, se supone que jamás tendría este tipo de contacto con él.

—¿Quién eres? ¿Y dónde está Martina? —exige.

—Soy la secretaria secundaria señor y Martina creo que ha ido al baño.

—¿Secretaria secundaria? Recuerdo haber firmado su contratación, pero no la he visto presente.

Que extraño.

—No señor, estoy aquí siempre siendo responsable y puntual.

—Bueno, tal vez no nos hemos cruzado…

¿Qué no nos hemos cruzado dice? Si hasta los buenos días le doy y este me ignora, calma Alba, solo haz tu trabajo.

—Como sea, necesito unos documentos, ¿Podrías hacerme el encargo? —me pide.

Si es para terminar lo que Martina empezó, no gracias, tal vez sea atractivo, pero no sería profesional.

—Si señor.

Me detalla lo que necesitaba y yo enseguida se lo busco, por supuesto que necesitaba papeles, no que alguien le terminara de sacar el resto de la leche.

aunque mis brazos queden ocupados. Me dirijo a la puerta y me doy todo el animo posible para no cometer algún error, con una mano libre tocó la puerta y hasta que escucho el “pase”, entro a la oficina de mi jefe.

—Aquí está lo que pidió señor, ¿Dónde se lo dejo? —trato de sonar profesional.

—En el escritorio.

Alzo la mirada, pero también mantengo mi vista al camino, no quería tropezarme con algo conociendo lo distraída que soy algunas veces.

Veo al hombre parado de espaldas cerca del ventanal con el celular reposando en su oreja teniendo una llamada.

Llego al escritorio con éxito y dejo las carpetas, ¿Se las acomodo o simplemente me alejo? Bueno, esto lo tenía que hacer Martina, así que mejor evito problemas.

Me doy la vuelta para salir de la oficina, pero me detengo a un llamado.

—Espera, señorita… —Escucho que está intentando recordar.

—Bermúdez —completo.

—Oh si claro, quédese a ayudarme con los documentos.

—Pero ese es el trabajo de Martina.

—¿Y no está cierto? Tengo una reunión importante y ya voy atrasado.

—Claro, lo siento.

Cierro mis ojos y respiro profundamente, tu puedes Alba, estar cerca del jefe me tenía muy nerviosa.

Me regreso y el hombre ya se encontraba sentado en su escritorio acomodando algunas de las carpetas.

Me acerco y me pongo de frente para ayudarlo a acomodar, pero me quedo levantada, no quería tomar confianza a menos que existiera una.

—¿Podría sacar alcanzarme algún lapicero? —me pregunta y sin mirarlo estoy incrédula.

Lo tiene justo al lado, ¿Acaso le pesa la mano? Acerco mi mano para tomar un bolígrafo de su escritorio y me detiene nuevamente.

—Esos no señorita Bermúdez, lo especiales están en la gaveta, en mi estuche.

—Claro, lo siento.

Repetí, este me habla como debiera conocer todo de su oficina. Camino al otro lado del escritorio casi junto a él y reviso las gavetas.

—Esta en la última gaveta —me indica.

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