UN DESCUBRIMIENTO INESPERADO

MILA

—Sabia que eras una perra—dice mi tía apuñalándome le pecho cuando acaba de ver como me tenia su marido y ella piensa que yo… que yo…

—MI amor, ella me sedujo, lo siento, perdóname mi amor—le dice el marido mientras ella me mira con un odio que me vuelve pequeña.

Se acerca a ella, subiéndose el cierre del pantalón y ni asi, ni porque ve lo que hace su marido, mi tía deja de mirarme como una cucaracha.

—Tía, por favor, escúchame —le digo, intentando defenderme—. Él me ha estado mintiendo, te lo juro. Jamás haría algo para lastimarte.

Mi tía me mira con una mezcla de ira y desdén mientras me pongo de pie, tragando saliva con las mejillas adoloridas.

—No quiero escuchar tus excusas, Mila —me responde—. Siempre has sido una desagradecida. Te traje a mi casa después de que tus padres murieron y esto es cómo me pagas. No te vi recoger, debería haberte dejado en ese orfanato.

Mi vida cambio desde que mis padres murieron y creo que si, las cosas serian mejores si me hubiera dejado en el orfanato porque con ella solo recibí humillaciones y maltratos.

—Tía, eso no es justo —le digo, intentando explicar—. Él es quien me ha estado atacando, no yo, siempre me busca queriendo que me acueste con el pero yo jamás haría eso porque amo al padre de mis hijos.

El marido de mi tía interviene, poniendo una mano en el hombro de mi tía.

—No le creas, mi amor —le dice—. Ella siempre ha tenido un interés en mí, pero yo siempre he sabido resistir sus avances. Es una mujer peligrosa, Mila.

—Eso no es cierto —le digo, intentando convencer a mi tía—. Él es quien me ha estado acosando, no yo. Te lo juro, tía, no haría algo así. Créeme, por favor.

Mi tía me mira con una frialdad que me paraliza.

—No te creo, Mila —me dice—. Y no quiero verte más en mi casa, ve con tis hijos y vete. No quiero saber nada más de ti.

Siento un dolor en el pecho como si me atravesaran una estaca en el centro, al escuchar sus palabras. Me doy cuenta de que he perdido a la persona que más me importaba en el mundo.

—Tía, por favor, no digas eso —le digo, intentando convencerla—. Me duele que pienses que soy capaz de hacer algo así. Te lo juro, no haría nada para lastimarte.

Mi tía se cruza de brazos y me mira con una mirada dura.

—No me importa lo que digas, Mila —me responde—. Lo que me importa es que te vayas de mi casa y no vuelvas nunca más. No quiero verte, no quiero saber nada de ti.

El marido de mi tía se acerca a mí, con una sonrisa sarcástica en el rostro.

—Sí, Mila, es hora de que te vayas —me dice—. Has causado suficiente daño en esta familia. No queremos verte más por aquí.

Siento un escalofrío al escuchar sus palabras porque acaba de conseguir lo que queria. Me doy cuenta de que estoy sola y que no tengo a nadie a quien recurrir.

—Está bien —le digo, intentando mantener la calma y resignada porque no tengo nada mas que hacer—. Me iré. Pero no creas que me rindo. Voy a demostrar que soy inocente y que tú eres el culpable.

Mi tía se ríe.

—No puedes demostrar nada, Mila —me dice—siempre has sido una puta regalada, eso paso con el padre de tus malditos hijos, te entregaste a un hombre que viene a verte dos veces al mes y ahora estas sola porque te dejo, te abandono con tres hijos, asi que eres una mujer sola y desesperada. No puedes hacer nada contra mí.

Me doy la vuelta tomando mis maletas y me dirijo hacia la puerta, con lágrimas en los ojos. Me siento derrotada y sola, pero sé que no me rindo. Voy a luchar por mi inocencia y por mi dignidad.

—No te preocupes, tía —le digo, antes de salir —ya me voy pero te aseguro que te arrepentirás de haberme tratado así.

Mi tía se ríe de nuevo, pero esta vez hay un tono de nerviosismo en su voz.

—No creo que puedas hacerlo, Mila —me dice—eres igual a tu madre, asi que lárgate de mí vista.

Me detengo en la puerta, mirando a mi tía con una mezcla de tristeza y gratitud. Me detengo, intentando contener las lágrimas.

—No te odio, tía —le digo—. Nunca pude entender por qué me odiabas tanto, por qué me tratabas de esa manera. Pero a pesar de todo, quiero agradecerte por lo que hiciste por mí. Me llevaré solo las cosas buenas, aunque sean pocas.

Me detengo, mirando a mi tía con una sonrisa triste.

—Te deseo lo mejor, tía —le digo—. Espero que encuentres la felicidad y la paz que tanto necesitas. Y aunque no podamos ser familia de la manera que yo hubiera querido, espero que puedas encontrar en tu corazón un lugar para perdonarme y para perdonarte a ti misma.

Con eso, me doy la vuelta y salgo de la casa, cerrando la puerta detrás de mí. Me siento un peso en el pecho, pero también una sensación de libertad. He dicho lo que necesitaba decir, y ahora puedo seguir adelante con mi vida. No sé qué me depara el futuro, pero estoy lista para enfrentarlo con valentía y determinación por mis hijos, porque dependen mi completamente.

Mientras camino por las calles del pueblo, con las mejillas hinchadas y la cara empapada de lágrimas, me siento como si el mundo se hubiera derrumbado sobre mí. Las maletas que llevo en mis manos contienen todas mis pertenencias y las de mis hijos, y me parece que es todo lo que me queda en este momento. Me dirijo hacia la casa de mi mejor amiga, Aunque ella tampoco tiene la mejor situación del mundo, siempre ha sido una persona generosa y dispuesta ayudarme.

Sus padres no estan y ella tiene la misma situación que yo, solo que su padrastro si ha llegado mucho mas lejos que el marido de mi tía y ella antes tenia que aguantar sus abusos constantes, pero ya no puede, porque le puso un alto, pero desde los 12 años abuso de ella.

Al llegar a su casa, me recibe con un abrazo cálido y me hace entrar. Me siento en el sofá, exhausta y emocionalmente agotada, y ella me prepara un té para que me calme los nervios. Mientras me lo sirve, me mira con una expresión de preocupación y me pregunta si estoy bien. Yo asiento con la cabeza, aunque en realidad no lo estoy. Me siento como si hubiera perdido todo lo que tengo, y no sé cómo voy a seguir adelante.

Le cuento todo lo que ha pasado y voy a ver a mis hijos que estan dormidos sobre la cama de Alisa. Me limpio las lagrimas sin saber que hacer y el poco dinero que tengo, no me durara mucho.

—Debiste devolverle el golpe a esa amargada —me dice mi amiga, refiriéndose a mi tía—. No entiendo cómo puede ser tan cruel contigo.

Me encojo de hombros, sintiendo una mezcla de tristeza y resignación. Ya no hay nada que hacer y mucho menos retroceder el tiempo y aunque asi pudiera, jamás levantaría un dedo contra ella. después de todo, es mi tía, aunque nunca me quisiera, es lo unico que me queda.

—No vale la pena —le digo—. No quiero seguir pensando en ella ni en lo que me ha hecho.

Mi amiga me mira con una expresión de comprensión y se sienta a mi lado, mientras observo a mi pequeña de un año, que tiene el cabello dorado como su padre.

—Siempre te he dicho que tu tía te tiene envidia —me dice—. Odiaba a tu madre, y ahora te odia a ti. No hay otra explicación para su comportamiento.

No quiero recordar el pasado, no quiero pensar en lo que mi tía me ha hecho.

—No quiero recordar eso, Alisa, duele demasiado saber que nunca signifique nada para ella—le digo, intentando cambiar de tema.

—Entiendo —me dice—. Pero entonces, ¿qué piensas hacer? Tú sabes que yo por mí me quedaría contigo, pero no creo que mi madre y mi padrastro lo acepten.

Me siento un peso en el estómago. No sé qué hacer, no tengo dinero para irme a dormir a otro lugar.

—No sé —le digo, sintiendo la desesperación—No tengo mucho dinero, y no sé dónde ir.

Mi amiga me mira con una expresión de preocupación y no quiero llorar pero tengo la mente hecha pedazos y lo mismo el corazón.

—Puedes quedarte por esta noche —me dice—. Pero mañana, sí o sí, lo siento, amiga. No puedo hacer nada más.

—No te preocupes —le digo—. Entiendo. No quiero ser una carga para ti.

—No, no es eso —me dice—. Es que no puedo hacer nada más. Pero tengo una idea. ¿Por qué no vas y buscas a Moscú al padre de tus hijos? Tal vez pueda ayudarte.

—Lo pensé —le digo viendo a mis baroncitos—. Pero no sé si puedo. No sé ni siquiera su apellido ni su nombre completo, ni absolutamente nada.

—Mila en verdad, quien le tiene tres hijos a un hombre que no conoce completamente.

Me sonrojo porque tiene razón pero Marko llego en un momento vulnerable, me trato con amabilidad, con amor y no pude resistirme a sus encantos.

—Sabes bien amiga como pasaron las cosas—musito.

—¿Tienes una foto de él? —me pregunta.

—Sí —le digo—. Tengo una foto que logré tomarle cuando él estaba dormido.

Mi amiga me mira con una expresión de emoción que no le había visto, los ojos le brillan con maldad y se lo que significa, solo problemas.

—¿Puedo verla? —me pregunta.

Asiento con la cabeza y busco en mi celular la foto que tomé de él. La encuentro y se la muestro a mi amiga. Ella la mira con una expresión de sorpresa y sonríe con malicia.

—Es guapo, muy guapo la verdad—me dice— con un hombre asi, no necesito preguntar su pasado o saber nada de él, solo que me haga sentir bien y disfrutar de su masculinidad.

Su belleza física fue un factor, porque Marko verdaderamente es un hombre muy atractivo, imponente, y desafiante, pero me enamoro su forma de tratarme, de mirarme como si fuera la mas bella del mundo y lo mas importante en su vida.

—Pero también parece peligroso, también te lo he dicho.

—Si—mis hijos siguen dormidos y agradezco para que no vean mi desesperación—¿Qué haces?

—Estás muy atrasada en la tecnología, amiga —me dice mi amiga, sonriendo—. Ya se puede buscar por medio de las fotos en internet, y posiblemente tu esposo sea alguien que podamos encontrar.

Me siento un poco avergonzada, pero asiento con la cabeza.

—Sí, supongo que tienes razón —le digo—has lo que quieras y veamos que pasa.

Mientras mi amiga se pone a trabajar en su computadora, me levanto para prepararle los teteros a mis hijos para cuando despierten. Busco la maleta, los teteros y me acerco a la puerta para ir a la cocina. Pero justo cuando estoy a punto de salir, escucho a mi amiga que musita algo en tono angustiado.

—No puede ser... —su voz es baja y temblorosa, y me hace detenerme en seco.

Me vuelvo hacia ella, preocupada.

—¿Qué pasó? —le pregunto, sintiendo un escalofrío en mi espalda.

Mi amiga está pálida, como si se fuera a desmayar.

—Mila—su expresión acelera mi pulso.

—Alisa, ¿qué es lo que sucede? —le pregunto, acercándome a ella.

—Ay, amiga, tienes que tomarte eso con calma —me dice, intentando calmarme—. Acaba de encontrar... —se detiene, como si no supiera cómo continuar.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunto, sintiendo que mi corazón late cada vez más rápido.

—Acabo de encontrar al padre de tus hijos —me dice, finalmente—. Pero... —se detiene de nuevo, y me mira con una expresión de shock—. Está muerto.

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