Él estaba recostado al marco de la puerta del baño mientras la veía hacerse una trenza en su larga cabellera rojiza.Ariadna se movía con gracia, aunque con cierta torpeza, intentando dominar el cabello que parecía tener vida propia. Max observaba en silencio, disfrutando de ese momento íntimo que, aunque cotidiano, le resultaba fascinante. Notaba cómo la luz del baño resaltaba los tonos cobrizos de su cabello, y cómo sus manos, aunque temblorosas, trabajaban con determinación. Era una imagen que lo llenaba de ternura.Lo hacía recordar como amanecieron esa mañana… ella pegada a él, su respiración acompasada y su rostro tan sereno.—Vamos a ir al pueblo a comprar algunas cosas que necesitas —dijo Max, rompiendo el silencio con un tono suave.Ariadna asintió sin mirarlo, concentrada en su tarea. Finalmente, logró terminar la trenza y se ajustó el elástico en la punta. Se levantó del taburete y se acercó a él, pasando a su lado con un movimiento rápido.—Ya estoy lista.—Abrígate bien —
Tenía el móvil en la mano, la pantalla brillando con la notificación que había intentado ignorar desde que despertó. Ariadna Valdés y Maximiliano Valenti han contraído matrimonio en una ceremonia privada en Valtris. Una boda rápida. Sin tiempo para dudas ni escapatorias. Víctor sintió una presión en el pecho, como si el aire le faltara de repente. No podía leerlo de nuevo. No quería. Se levantó bruscamente de la cama, arrojando el teléfono sobre la mesa con tanta fuerza que el dispositivo rebotó antes de caer al suelo. Apoyó las manos en la mesa y bajó la cabeza, su respiración pesada, su mente inundada de recuerdos. Ariadna riendo. Ariadna besándolo. Ariadna diciéndole que lo amaba. Ariadna pidiéndole que confiaran el uno en el otro. Pero él no estaba allí. Porque lo habían alejado. Porque lo habían obligado a dejarla. Porque su padre había firmado su sentencia. —Maldición… —murmuró entre dientes, sintiendo cómo la ira y la impotencia lo consumían. Golpeó la mesa con f
Leticia se movía con eficiencia dentro de la habitación de Ariadna, organizando sus cosas con precisión mientras los empleados trasladaban el resto de sus pertenencias a la habitación principal. Ropa, accesorios, libros, productos de cuidado personal… todo debía estar en su sitio antes de que Ariadna regresara. Mientras tanto, Maximiliano se dirigió a su despacho y cerró la puerta detrás de él. El peso del trabajo lo esperaba, acumulado en las semanas que estuvo de luna de miel. No había abierto un solo correo en todo ese tiempo. El hospital, las autorizaciones, los permisos… todo debía estar retrasado. Suspiró y encendió su ordenador. Cuando la pantalla se iluminó, la bandeja de entrada se actualizó inmediatamente. 64 correos sin leer. Se recostó en su silla, listo para enfrentarse al caos. Pero lo que encontró fue todo lo contrario. Cada correo era una buena noticia tras otra. Aprobado. Autorizado. Confirmado. Maximiliano abrió uno de los mensajes más recientes: "Estimado
Ariadna llegó a casa justo a la hora de la cena. Se sentía cansada, un poco agobiada, pero al menos tranquila después de haber hablado con su madre. Al entrar en el salón, encontró a Maximiliano sentado en uno de los sofás, hojeando algo en su teléfono. Levantó la mirada en cuanto la vio. —Vamos a cenar —le avisó con naturalidad. Ariadna se detuvo a unos metros, se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. —Quiero tomar una ducha primero. —Está bien, te espero en la mesa. Ella asintió y subió las escaleras, frotándose la sien con los dedos. Sentía el cuerpo pesado y el agua caliente le vendría bien. Al llegar a su habitación, abrió la puerta del armario para buscar ropa limpia, pero algo no estaba bien. Estaba vacío. Ariadna frunció el ceño. Miró de un lado a otro, como si sus cosas pudieran aparecer de repente. ¿Qué demonios…? Antes de que pudiera procesarlo del todo, escuchó un golpe en la puerta. —Voy a pasar. Era la voz de Maximiliano. La puerta se abrió y él entr
Ariadna caminó con rapidez por el pasillo.Su corazón latía con fuerza, el enojo nublándole la vista.Pero antes de llegar a la puerta principal, una sombra se interpuso en su camino.Maximiliano.Bloqueando la salida con su cuerpo, su postura firme, sus ojos oscuros clavados en ella con una intensidad que la hizo estremecer.—Muévete —espetó Ariadna, su voz temblorosa por la ira contenida.Él no lo hizo.—No.Ariadna apretó los dientes y dio un paso hacia un lado, intentando esquivarlo, pero él volvió a moverse, bloqueándola de nuevo.—Maximiliano, no hagas esto.—No quiero que te vayas.—Pues yo sí quiero.—No. —Su voz fue más baja, más amenazante—. No de esta manera.Ariadna sintió una mezcla de frustración y miedo escalar por su pecho.—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—Evitar que cometas una estupidez.—¡No eres mi dueño! El único estúpido aquí eres tú que quieres forzarme a dormir contigo. ¡No me das mi habitación! Entonces me marcho. ¿Crees que puedes retenerme?Intentó a
El sonido del agua cayendo contra los azulejos llenaba la habitación, creando un eco suave y constante. Maximiliano estaba bajo la ducha, dejando que el agua tibia recorriera cada músculo de su cuerpo. El vapor comenzaba a empañar el espejo y la puerta de vidrio, envolviendo la escena en un aire denso y cálido. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo la humedad deslizarse por su piel. Había despertado temprano, pero no quiso moverse demasiado para no despertarla. La noche anterior aún estaba muy presente en su mente y en su cuerpo. Cuando giró ligeramente la cabeza, una sombra llamó su atención. Ariadna estaba de pie en la puerta del baño, desnuda, sus ojos fijos en él, con la respiración contenida. No apartó la mirada. Sus pupilas se dilataron un poco, como si estuviera atrapada en el momento, incapaz de hacer otra cosa más que observar. Maximiliano sonrió de lado, dejando que el agua siguiera resbalando por su cuerpo, sus manos yendo de un lado a otro con cierta insinuación.
El día había pasado volando. Maximiliano no había tenido un solo momento libre. Entre reuniones con inversores, ajustes en los planos de la construcción y la interminable burocracia del hospital, su tiempo se había evaporado sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las cosas estaban avanzando mucho más rápido de lo que esperaba. Eso, en teoría, debería hacerlo sentir satisfecho. Pero no lo estaba del todo. Su mente seguía volviendo a lo mismo. Ariadna. El recuerdo de la mañana en la ducha seguía quemándole la piel. La sensación de su cuerpo contra el suyo. El sabor de sus labios. El sonido de su voz gimiendo su nombre. Maximiliano se pasó una mano por la nuca con frustración. Ella no había vuelto a mencionarlo. Ni un comentario, ni una indirecta. Nada. Y eso lo jodía más de lo que quería admitir. Suspiró profundamente mientras esperaba en el banco. El gerente finalmente se acercó con un sobre negro y lo dejó sobre la mesa. —Aquí está la tarjeta que solicitó, señor Va
La mesa estaba servida con elegancia, pero lo que más destacaba era la enorme bandeja de sushi frente a Ariadna. Había una pequeña porción para Maximiliano, pero la mayoría del sushi estaba dispuesto para ella. No había ni una pizca de vergüenza en su expresión. Ariadna tomó los palillos con naturalidad, sumergió un rollo en la salsa de soya y lo llevó a su boca con una satisfacción evidente. Cerró los ojos brevemente mientras el sabor se expandía en su paladar y luego suspiró con un placer tan genuino que Maximiliano no pudo evitar notarlo. —Eso es un verdadero antojo—comentó él, observándola con una leve sonrisa. Ariadna abrió los ojos y lo miró con tranquilidad. —Sí, y lo estoy disfrutando. —No hubo rastro de vergüenza. Era un hecho. Estaba disfrutando de su comida, y no veía necesidad de disimularlo. Maximiliano tomó un rollo de su porción y lo probó, asintiendo con aprobación. —Está realmente bueno. Ricardo sabe lo que hace. Ariadna tomó otro trozo y se permitió saborearl