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Capítulo 03 «Es mía»

Él tenía por ahora lo que yo necesitaba para adentrarme con mayor facilidad en ese agujero de cobras. Tenía el dinero, los contactos, y los medios; si realmente estaba dispuesto a facilitar mi venganza, entonces sería exactamente lo que requería para avanzar en mi plan.

Arzhel Whitield podía ser codicioso, arrogante, pedante y frío, pero había algo en él que me inspiraba una oscura confianza: jamás mentía. Su honestidad brutal era su mejor y peor cualidad, porque no necesitaba engañar cuando podía doblegar a todos a su alrededor con solo una mirada de hielo.

Me tomé un tiempo para analizar todas mis opciones; lo ideal sería mantener a los Lancaster fuera de esto, al menos hasta que fuera necesario. Pero sabía que cualquier error podría costarme la ventaja que tanto me había costado conseguir.

—Está bien —dije, sentándome en el borde de la cama, tratando de ignorar el dolor punzante en mi pecho—. ¿Qué es lo que averiguó?

Arzhel se quedó en silencio por un momento, su expresión era tan impasible mientras sus ojos escudriñaban los míos, como si buscara algo que yo misma no había descubierto aún.

—Hubo un incendio en la cabaña. El señor Harriman fue el único que logró salir con vida, alegando que usted lo había salvado. —Su tono era sereno, pero había una nota de desdén escondida en sus palabras—. No necesito decirle lo conveniente que es eso para alguien de su clase. La gente desesperada siempre busca héroes, incluso si tienen que inventarlos.

Lo observé detenidamente, buscando algún indicio de lo que realmente pensaba, pero su rostro era una fachada perfecta de indiferencia. No hubo ni un solo gesto que traicionara sus pensamientos. Me encontré únicamente con su mirada fija, fría y evaluadora, como si estuviera desmenuzando cada palabra que yo le había dicho en busca de mentiras.

—Vaya… —solté una risa amarga, sin poder evitarlo—. Mintió para quedar bien. Debería haberme imaginado que haría cualquier cosa para salvar su miserable pellejo.

—¿De verdad le sorprende? —preguntó, su voz suave como el filo de un cuchillo bien afilado—. Pensé que ya habrías aprendido que las ratas siempre buscan una salida. Harriman no es diferente. Al fin y al cabo, la cobardía es la moneda corriente en su mundo.

Me quedé callada por un momento, tratando de ordenar mis pensamientos. Cada vez que hablaba con Arzhel, sentía como si me estuviera midiendo, poniendo a prueba cada una de mis palabras, buscando alguna debilidad que pudiera explotar más tarde.

—No sabía nada de esto —admití, aunque odiaba cómo eso me hacía parecer menos informada—. Ciprian intentó protegerme de todo mientras me recuperaba. Pero supongo que no pudo ocultarlo para siempre.

—Ciprian… —repitió su nombre con una suavidad casi burlona, como si probara el sabor de la palabra—. Ah, sí, un nombre que aparece en demasiados lugares, si sabes dónde buscar. No me interesan los actores, Aideen, pero me interesa quién te protege. Y aún más, ¿por qué?

Su mirada se volvió penetrante, como si intentara perforar las defensas que había construido durante los últimos cinco años. Sabía que no confiaba en él, y él lo sabía también, pero Arzhel era como una serpiente: paciente, siempre esperando el momento adecuado para atacar. Decidí que lo mejor era no darle más información de la necesaria.

—No es relevante para usted —respondí con frialdad—. Mi pasado no tiene nada que ver con usted. Recuerde que solo es el socio de mi padre.

—Oh, pero todo tiene que ver con todo, querida. —murmuró con una desconcertante tranquilidad—. Mientras menos secretos guarde de mí, más fácil será que este… acuerdo funcione. No obstante, sigue ocultándome cosas y me veré obligado a hacer mis propias indagaciones. Sabe que soy muy bueno en eso.

Me estremecí ante la amenaza implícita en sus palabras. Arzhel no era un hombre que hiciera promesas en vano. Si decía que indagaría, lo haría, y probablemente descubriría más de lo que yo deseaba.

Decidí contar lo que creía conveniente, no escondí nada; aun así, me guardé mucha información hasta convencerme de que era un hombre en el que podía confiar. No oculté las cosas que hizo ese hombre en la cabaña, la manera en la que me golpeó, incluso, el que le prendiera fuego, conmigo en su interior.

—¡Ese hombre es un malnacido! —gritó él de repente, cambiando de tono tan rápido que me tomó por sorpresa. Pero en lugar de dejarse llevar por la rabia, se limitó a apretar los labios en una línea fina—. ¿Todo eso lo pasó, sola?

—No, no estuve sola —admití, bajando la mirada para evitar el brillo calculador en sus ojos—. Pero no es algo de lo que quiera hablar ahora. Limítese, por favor, a lo que le he dicho.

—¿Limitarme? —Arzhel se inclinó hacia delante, sus ojos azules fríos como el acero—. Muy bien, si así lo desea. Pero no olvide que cuanto menos sé, más tengo que asumir. Y no siempre asumo lo mejor.

Un silencio pesado cayó entre nosotros, solo roto por el tic-tac del reloj en la pared.

—He dicho a todos que eres mi prometida —dijo de pronto, rompiendo la tensión con una sonrisa tan vacía de calidez que me hizo estremecer mientras tomaba mi mano enseñando el anillo que me puso en mi inconsciente—. Así que será mejor que se acostumbre a la idea. La gente ya ha comenzado a hablar, y no querrá desmentirlos, ¿verdad?

—¡Estás loco si piensas que voy a tolerar eso! —Me quité el anillo y se lo arrojé, pero él lo atrapó en el aire con la rapidez de una serpiente cazando a su presa.

—¿Se siente mejor ahora? —preguntó con una sonrisa burlona, mirando el anillo como si fuera un trofeo—. Puede quitárselo cuantas veces quiera, pero la gente ya ha visto lo que quería ver. Es mía, al menos ante sus ojos. Así que será mejor que juegue bien su papel, Aideen, si no quiere que todo este plan se desmorone antes de empezar.

Sentí la frustración hervir en mi interior, pero sabía que él tenía razón. Necesitaba su influencia para acercarme a los Lancaster y completar mi venganza. Pero odiaba la forma en que él tenía la ventaja en cada conversación, como si todo hubiera sido planificado desde el principio.

—Está bien —concedí, apretando los dientes—. Seré tu prometida falsa. Pero habrá reglas, Arzhel. Normas claras que ambos deberemos cumplir.

Él se echó a reír suavemente, como si hubiera escuchado el chiste más divertido del mundo.

—¿Reglas? —Se inclinó aún más cerca, hasta que pude sentir su aliento frío en mi mejilla—. ¿De verdad cree que está en posición de imponerme condiciones? Juguemos su juego, si eso la tranquiliza. Pero no olvide, Aideen… yo siempre tengo la última palabra.

Me quedé mirándolo con odio, no obstante, él simplemente se apartó, con una sonrisa satisfecha en los labios, como si ya hubiera ganado.

—Eso es lo que me gusta de usted —dijo finalmente, con voz suave y burlona—. Tanta lucha… tan inútil. Será un placer ver cuánto tiempo puede mantener esa fachada. Pero recuerde esto: sus secretos no son seguros conmigo. Y algún día, me los contará todos, lo quiera o no.

Arzhel se alejó. Sabía que, mientras estuviera bajo su sombra, cada paso que daba en este juego mortal lo había calculado antes. Y eso me aterrorizaba más de lo que me atrevía a admitir.

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