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Capítulo 08 «´¿Cena romántica?»

—Una cena romántica, princesa. ¿No se suponía que las falsas prometidas también disfrutan de las formalidades? —habló con ligereza, casi como si meterse conmigo lo deleitara. Era como si estuviera midiendo cada reacción mía con detenimiento.

—¿Romántica? —solté una risa seca—. Claro, porque eso suena absolutamente como algo que un Whitield haría. Tú, para ser exactos.

—¿Por qué no? —preguntó con gran calma—. Hasta los hombres fríos y egoístas que solo piensan en sí mismos tienen derecho a cenar, ¿no? Aunque, para ser sincero, esta cena no es solo para nuestro entretenimiento. —Su voz bajó un poco, como si me fuera a contar algún secreto—. Hay algo que creo que te interesará.

Fruncí el ceño, estaba claro que ese desgraciado siempre buscaría sacarme de mis cabales, siempre tenía un plan para todo, siempre llevaba la delantera. ¡¿Por qué tenía que ser así?! ¿Qué hice para merecer esto?

—¿Qué es lo que estás tramando, Whitield? —dije, suspirando mientras masajeaba mi sien.

—Tramando, tramando… Qué palabra tan dura, princesa. —¿Estaría loca si les dijera que podía imaginarlo apoyándose en el respaldo de su silla, disfrutando de cada segundo de la conversación?—. Digamos que escuché un rumor. Un par de rostros familiares estarán presentes en este lugar. Pensé que te gustaría… saludarlos.

—¿De qué estás hablando? —pregunté, tratando de mantener mi tono neutral, aunque sentía un nudo en el estómago.

¿Quiénes podrían ser si eran rostros conocidos? No estaba preparada para ver el resto de mi familia paterna. Solo aumentarían mis probabilidades de ser descubierta.

—Oh, no te preocupes por eso, es solo una pareja encantadora. Rune y su adorable esposa, Nessa. —La forma en que dijo sus nombres, con esa mezcla de desprecio y diversión, hizo que mi piel se erizara—. No pensé que querrías perdértelo. Después de todo, siempre es interesante observar a las serpientes en su hábitat natural.

—¿Y tú crees que quiero cenar con ellos? —pregunté, intentando contener mi risa, luego de que los llamara serpientes.

—¿Cenar con ellos? No, princesa, no tan literal. Estaremos a una distancia prudente, disfrutando de nuestra propia velada. Pero… estarás lo suficientemente cerca como para verlos, observarlos… y, quizás, recordar por qué estamos haciendo todo esto.

Sus palabras eran suaves, calculadas. Estaba recurriendo a algo más profundo en mí, a esa furia latente que siempre trataba de mantener bajo control. Sabía lo que Rune y Nessa me habían hecho. Sabía que quería destruirlos. Y estaba usando eso para hacerme aceptar.

Usaba mis propias emociones en mi contra. Lo detestaba.

—Eres un manipulador, Whitield —espeté, apretando los dientes.

—Gracias por el cumplido. Aunque, para ser justos, no estoy manipulando nada. Solo estoy… presentándote una oportunidad. Si prefieres pasar la noche sola, arrancándote el cabello por quién sabe qué, no te detendré. —Su tono era burlón, pero había un matiz de desafío en él.

—No digas tonterías, hay algo que debo contarte; sin embargo, debe ser en casa. Por ahora, aceptaré tu propuesta, solo porque necesito hacerme amiga de esa hiena.

—Ah, antes de que lo olvide —afirmó Arzhel con un tono tan despreocupado que provocaba que la preocupada fuera yo—, envié algo para ti. No puedo permitir que mi prometida aparezca en nuestra cena sin un atuendo digno de la ocasión.

—¿Qué? —averigüé, deteniéndome en seco. Viniendo de Arzhel, cualquier cosa podría pasar—. ¿Qué enviaste?

—Un vestido, por supuesto. —Podía escuchar la sonrisa en su voz, esa que siempre me daba ganas de golpear algo. O a alguien. Preferiblemente a él.

—¿Tú escogiste un vestido para mí? —mordí mis labios intentando contener las maldiciones. Esto no era bueno, para nada bueno.

—¿Por qué no? —respondió con calma, como si fuera la cosa más normal del mundo—. Tengo buen gusto. O eso dicen mis socios. —Pude oír el ligero sarcasmo en su voz antes de que siguiera hablando—. Mi asistente personal ya debe estar en tu puerta con el paquete.

Mis ojos se entrecerraron con cierta desconfianza, ¿había escuchado bien?

—¿Tu asistente? —tanteé con cautela. Mi rostro reflejaba la gran sensación de disgusto que me recorría— ¿Hablas de la dama de la última vez?

Arzhel rio con suavidad, y el sonido solo provocaba que yo estuviera un poco más molesta. ¿Por qué me sentía así? ¡Era una tontería! Ni siquiera nos conocíamos lo suficiente como para que todo eso tuviera una razón coherente.

—No sabía que estabas tan interesada en mis empleados, princesa. Pero sí, está claro que tengo asistentes personales, soy un hombre de negocios, muñeca. —Hizo una pausa que se sintió más larga de lo necesario, como si saboreara el momento—. Aunque creo que te sorprenderás al conocerla.

—¿Qué significa eso? —gruñí, pero él ya había colgado.

Me quejé mientras dejaba mi celular en el escritorio, estaba molesta. Al sonar la puerta, abrí de golpe, lista para encontrarme con esa mujer hermosa de revista… y casi me atraganté cuando me encontré con un hombre alto, corpulento y perfectamente vestido con traje, el cual traía una caja en sus manos.

—Buenas tardes, señorita Kenna —expuso con una voz profunda y educada, ofreciéndome el paquete con una leve inclinación de cabeza. ¿Era este… el famoso asistente sexy? Oh, claro que Arzhel debía estar disfrutando de esto.

—Ah, gracias —murmuré, aceptando la caja mientras él me sonreía con un profesionalismo impecable antes de marcharse.

Cerré la puerta y solté un largo suspiro. Sabía que Arzhel había planeado esto solo para molestarme, pero cuando abrí la caja, entendí que esto era solo el comienzo. Dentro había un vestido rojo. No cualquier vestido rojo: era el vestido más atrevido que había visto en mi vida. La tela parecía hecha para abrazar cada curva, y el escote… bueno, digamos que había suficiente para que yo misma me sonrojara.

Parte de mí quería arrojar el vestido por la ventana, pero otra parte, una mucho más pequeña y molesta, pensó: Que el mundo arda. Así que me lo puse.

Me miré en el espejo, ajustándome los tirantes con un bufido frustrado. Era escandalosamente perfecto. Demasiado perfecto. Y eso me molestaba aún más. Él sabía exactamente lo que hacía al enviármelo. Y yo, por supuesto, estaba cayendo en su juego.

Antes de que pudiera arrepentirme y ponerme algo más discreto, mi celular vibró. El mensaje era breve. «Mi asistente espera por ti. Disfruta del paseo, princesa.» Maldito Arzhel.

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