Alimceceg no supo cómo reaccionar, pues no tenía la menor idea de lo que era la cofradía Kimek. Se quedó de pie, mirando al hombre sin desviar la mirada. Sin embargo, Tuva Eke al parecer sí sabía de qué se hablaba.
—¿Qué? —interrogó Alimceceg—. Explíqueme todo, porque no lo estoy comprendiendo.
—Los medallones pertenecían a la señora Khorgonzul y a la dama Anuska. Y sí, yo los hice. También, puedo asegurarle que las dueñas eran las líderes de las dos órdenes más poderosas de la cofradía Kimek: la orden de la grulla y la orden del águila.
Tuva Eke empezó a respirar aceleradamente. Todas las revelaciones que hacía el orfebre lo dejaban estupefacto. Sintiéndose ridículo por la vestimenta femenina, la arrancó en un solo movimiento.
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Tuva Eke dejó que la guardia del khan lo apresara. Sin embargo, tras él pataleaba Alimceceg, quien no estaba nada contenta con el trato que les estaban dando.—¡Es un príncipe! ¿Cómo pueden tratarlo así? —gritó enojada. Su rostro se había vuelto rojo—. El khan le cortará las cabezas.Los hombres rieron con diversión entre ellos, pero no le respondieron nada. Aquello terminó por enojarla, aunque no estaba claro si ella podía enojarse más de lo que ya estaba.Alimceceg siguió removiéndose entre los brazos de los hombres que la mantenían encerrada.—¡Está enfermo! —volvió a gritar.Los hombres se detuvieron por un momento en el camino.—Señora, usted debería callarse. El tegim no está enfermo, el khan siempre supo que no lo estaba… Pero lo dej&oa
Con el paso de las horas, Alimceceg se fue desesperando poco a poco, pues el señor Yul no aparecía por ningún lado. Si bien, podía ser que el hombre hubiese huido, ella no lo creía capaz de hacerlo. En lo que conocía del hombre, al menos se veía cierto grado de lealtad.Sin embargo, la convicción de Alimceceg empezaba a mermar mientras estaba encerrada dentro de la tienda.Alimceceg estaba encerrada en sus propias dudas, se creía incapaz de hacer algo más por Tuva Eke, quien batallaba con la dura realidad; que su padre no le quería vivo. Mientras ella pensaba y daba más vueltas a lo mismo, sintió que las dos doncellas que custodiaban la entrada sorpresivamente se habían retirado. Esperó un breve momento, el que las mujeres desaparecieran de la entrada, le daba sospechas. Pero solo eran malos presentimientos, ya que el señor Yul hizo presencia en el interior d
La sangre corrió hasta extenderse por el vestido, el dolor era insoportable, la pesadez lo era mucho más. Sin embargo, la incertidumbre abandonó de manera temporal a Alimceceg cuando el señor Yul empujó al soldado con una patada y lo hería con la espada.Alimceceg rodó a un lado de Tuva Eke con la ayuda del señor Yul hasta ubicarse en el lado vacío del carruaje. El cielo nublado acogió su vista sin ninguna piedad, pero en cambio, Alimceceg se sintió como flotando en las nubes de algodón.—Señora, debe presionar la herida —avisó el señor Yul afanado—, nos iremos pronto, no se preocupe.El carruaje salió a todo galope y mientras andaba, el señor Yul disparó una flecha sonora que silbó en el aire. Los hombres que todavía peleaban en favor de Tuva Eke empezaron la retirada tras
Cuando se hizo de mañana, Alimceceg, Tuva Eke y el señor Yul prepararon todo el equipaje para seguir su camino hacia el territorio que una vez había pertenecido a la madre de Tuva Eke.A pesar de no haber demorado mucho en esa tribu, las despedidas se hicieron largas. Alimceceg estaba segura que aquella unión era lo más parecido a una familia, al pensar en ello, se entristeció, pues aunque tuvo una familia, nunca se sintió querida por aquellos que se suponían y eran cercanos a ella.Sin embargo, rápidamente borró la tristeza de su corazón. De reojo observó a Tuva Eke y sonrió aliviada. Delante de ella se extendía una nueva tierra, nueva gente y nuevas oportunidades. En cada una de las nuevas travesías, Alimceceg quería estar con Tuva Eke, ser su apoyo.—Tuva Eke —llamó suavemente e hizo que el tegim solo murmurara. Ya esos gestos iba
Dos días más tarde, Tuva Eke entró a la pequeña aldea donde residía el famoso médico del que tanto le había hablado el señor Yul. El lugar era tranquilo, los pequeños corrían de un lugar a otro, las mujeres los miraban con curiosidad y los hombres con escepticismo, un poco de desconfianza. Sostenían las espadas que les colgaban de las caderas, estaban en vilo por la llegada de ellos al interior de la aldea.El señor Yul alzó un sello que tanto para Alimceceg como para Tuva Eke, resultó desconocido. Sin embargo, no para los hombres de dicha aldea, quienes de manera automática inclinaron la cabeza y le hicieron paso en medio del camino.Los tres pasaron con rapidez y se internaron en las yurtas traseras que solo estaban autorizadas para el líder de la aldea, quien a su vez era el médico que conocía el señor Yul y
Alimceceg sonrió medianamente cuando entraron a la habitación principal de la mansión, Tuva Eke también le sonrió mientras se quitaba capa oscura de sus hombros y mojada con el agua de la lluvia para arrojarla en el suelo. Alimceceg se sentó en el lecho y esperó a que Tuva Eke secara su cabello y se pusiera una ropa limpia y seca. El hombre se quedó de pie frente a ella todavía vestido con las ropas mojadas. Alimceceg frunció el ceño sin entenderlo. Sin embargo, después de un rato supo la razón por la que el tegim no se movía. —Lo siento, yo… —balbuceó apenada—, ya te traeré la ropa. Alimceceg cruzó la habitación contigua para buscar una muda de ropa para Tuva Eke, sintió pena en su interior. Había olvidado que él ya no podía valerse por sí mismo, y que el señor Yul no estaba cerca. Al rato, Alimceceg regresó a la habitación y le puso la ropa en sus manos. A su espalda, escuchó el sonido de las telas deslizarse en la piel del príncipe y sintió
La mansión ardió tras ellos mientras los hombres que provenían de las tierras del norte se acercaban a ellos en una gran caravana. Alimceceg se sentía nerviosa, algo le decía que aquellas personas no venían con buenas intenciones.Los hombres de la cofradía que vigilaban de cerca de Tuva Eke esperaron en silencio la llegada de la caravana, pero también era cierto que estaban asustados.—¿Quiénes son ustedes? —gritó el señor Yul cuando estos se apostaron frente a la mansión—. Mi amo es el dueño de este territorio, y somos personas de paz.Un hombre anciano y de cabellos blancos se bajó del caballo mientras miraba a Tuva Eke.—¿Este es el hijo del khan Karluk? —preguntó en un susurro muy bajo. Los ojos marrones del hombre se veían húmedos. Parecía que quería llorar.El se&ntil
Alimceceg despertó en medio de los gritos masculinos que se escuchaban al exterior de la tienda. Se limpió los ojos con la manga de su vestido, consiguiendo aclarar su borrosa visión, como pudo se puso una manta sobre los hombros y salió de la tienda. La belleza de la naturaleza la recibió con amabilidad.De repente, se sintió aturdida y confundida. Una caravana de hombres se alejaba del campamento mientras seguían a Tuva Eke, quien iba en la cabeza del grupo sentado sobre la calesa impulsada por dos caballos.Alimceceg lo miró avanzando a lo lejos, pero todavía su cerebro estaba dormido. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo. Y como si se tratara de un sueño, el señor Yul la despertó. El hombre le sonrió con respeto.—Señora, el tegim hará una pequeña expedición con los señores de la