EXTRAS

Refugiados en las interminables praderas de color verde intenso, durante una fría noche, la esposa del Khubilai Ilk había dado a luz una niña tan radiante como la propia luz de la luna que brilló aquella noche. De ojos negros como el carbón, piel arrugada y manos fuertes, que no soltaban los gordos dedos de su padre.

—Khubilai Ilk, es una niña —avisó su esposa con una sonrisa.

La partera avanzó y le enseñó la bebé al hombre que estaba sentado en una de las esquinas de la habitación. El Khubilai Ilk cargó a la bebé en sus brazos y sonrió complacido.

—Se llamará Khojin, ella será una luz para nuestra casa.

La niña creció entre los verdes pastos y los caballos salvajes de las praderas. Era vivaz, alegre y muy fuerte. Tanta era su fascinación por las artes marciales y el combate, que su padre nunca pudo negarse a enseñarle los secretos de las espadas y toda suerte de armas.

Muchos años después, Khojin Batun ya era una mujer. Y, aunque era muy hermosa a la vista, resaltaba mucho más por
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