Capítulo 3

Enrique llegó sobre la hora, odiaba la impuntualidad, pero Rebeca lo retuvo en la cama más tiempo del que él sabía que podía compartirle, era la última vez que la vería, aunque no se lo dijo, ella era caprichosa e impredecible, no sabía cómo le caería su próximo compromiso así que prefirió ahorrarse los detalles.

Necesitaba una esposa, y no la buscaría entre las muchas amantes que tenía, entre las que lo seguían como moscas y lo alababan constantemente, prefería alguien a quien ni conociera bien, que no lo conociera y tuviera pretensiones con él, alguien que no tuviera escándalos ni pasado y fuera bien recibida por los electores, no sabía quién podía llenar esas condiciones hasta que su hermano Jaime le recordó a la hija de su padrino.

—¿La hija?, No, ¿Rosalía? Estás loco, demasiado llamativa, es modelo, no, para nada, no puede ser ella ni alguien como ella —respondió tajante.

—No, esa es la hija de Rosa, hablo de la hija de Mario: no recuerdo como se llama, que no sale nunca, se la pasa encerrada, ella antes venía, flaquita, mal vestida…

—Ah, ya, la hija de Amanda, no me acuerdo como se llama, pero sí, es verdad, ella desde que se murió la mamá no la vimos más —dijo Enrique tratando de recordar a la chica.

—Y es tú padrino, no te negará nada, está endeudado, eso sé, la vida que exige Rosa no es fácil. Ella es buena opción, dudo que esté casada o con novio. No sé, es cuestión de averiguar.

—Es verdad, ella ni sale, la puedo moldear para lo que quiera. Él no me va a decir que no, no recuerdo que sea fea, ¿no es fea verdad?

Su hermano se carcajeó.

—No, no es una belleza despampanante como Rosalía, pero es pasable.

—Suficiente. Para lo que la quiero, sirve.

—Se llama Lucia, ya me acordé.

Así fue como habló con su padrino y ahora iba de camino a casa de este a formalizar el compromiso delante de la familia, tendría unos quince minutos a sola con la chica para ponerse de acuerdo sobre que decir o no decir delante de sus petulantes familias, cuando llegó, su hermano se bajaba del auto y sus padres ya entraban con Mario y Rosa.

Esperó a que entraran y escribió a Mario. Lo espero en la puerta trasera de la casa como le indicó y lo condujo al vivero donde podría hablar con la chica. Solo su hermano Jaime sabía que la relación sería falsa, como era abogado, se encargaría de todo apropiadamente.

—Padrino, gracias por esto.

—Gracias a ti, no habría aceptado que pagaras mi deuda si no fuera necesario.

—Sí me lo hubieses pedido antes, lo hago sin pedirte nada a cambio.

—Gracias, Enrique.

—Ahora seremos familia. Trae a tu hija.

—Voy por ella.

Esperó cruzado de brazos en el vivero, solo se pondrían de acuerdo sobre qué decir en cuanto a su relación, ella no tendría que decir nada, esa era la única instrucción que tenía para darle; escuchó pasos y se giró a ver, no la recordaba, así que no la reconoció, se veía delgada con el cabello largo, la pobre luz no le dejaba ver sus facciones, pero repasó su cuerpo, pues llevaba un traje de lentejuelas plateado escotado en el pecho y abierto en las piernas, dejaba ver también sus caderas. Enrique pensó que la chica tenía un cuerpo candente.

No le gustó el vestido, era revelador y nada apropiado para la esposa del futuro Alcalde de la ciudad. Se molestó de inmediato, la chica avanzó y dejó ver además que llevaba demasiado maquillaje sobre el rostro, sombras de colores y labial rojo intenso, él aspiró aire y lo soltó para calmarse.

Ella se cruzó de brazos y ladeo la cabeza tímida.

—Buenas noches —dijo en voz baja.

—Lucia. ¿Qué diablos es esto? —preguntó tenso señalándole de pie a cabeza con la mano, ella se incorporó incómoda abriendo sus grandes ojos color miel sobre él.

—¿Qué?

—Estás vestida como una payasa, como una puta. ¿Quieres hacerme pasar vergüenza?

Ella se puso roja y a él le causó gracia que pudiera notarlo a pesar del excesivo maquillaje. Enseguida le corrieron lágrimas grandes por sus mejillas, y comenzó a temblar. Él chasqueó la lengua y se puso las manos sobre las caderas, alzó la vista hasta el techo del vivero pensando en cómo resolver la situación.

—Debes cambiarte, delante de mi familia no te vas a presentar así.

—No tengo nada más.

—No me importa, aunque sea con jeans y esos tacones, algo. Busca algo de tu madre, algo debes tener. Ponte un jean, esos zapatos y una camisa elegante, bastará, y quítate ese maquillaje ridículo de la cara.

Ella afirmó tensa, pero no se movía, seguía llorando.

—Iré contigo, llévame a tu habitación sin que nos vean —dijo firme.

Ella salió dando pasos torpes del vivero, él se situó a su lado.

—Nos conocimos aquí, siempre que visitaba a mi padrino, te veía a ti y de un tiempo para acá, nos vemos a solas. Tenemos un año de relación, y eres superreservada y privada. Yo hablaré siempre, cuando te pregunten algo, me miras, yo responderé.

—Está bien —respondió con un hilo de voz.

Subieron por las escaleras de la terraza y les tocó subirse desde allí hasta el pasillo para llegar a la habitación de ella sin que los notaran, él apreció el trasero redondo de ella y sonrió. No tenía planificado tocarla, pero le divirtió verla, pensó que podía verla después de todo, sería su esposa.

La habitación era pequeña y parecía de una adolescente, con peluches y dibujos infantiles por todos lados, miro la habitación y negó asqueado, era una chica que fácilmente podría pasar por retrasada mental.

Abrió su closet y se lo señaló, él se detuvo frente y comenzó a hurgar entre sus cosas, vio una blusa rosada, manga tres cuarto con lunares dorados y la sacó, buscó un jean oscuro y lo sacó también, se los lanzó encima, ella jadeó al atraparlos.

—Ponte eso. Con esos zapatos, se verá elegante y sácate ese maldito maquillaje.

Ella asintió y corrió hacia el baño cerrando la puerta detrás de sí, él se sentó en su cama y miró las fotos que tenía sobre la mesa de noche, eran fotos de su difunta madre, quien fue una mujer hermosa y buena, no tenía fotos de ella misma, tenía una computadora y un televisor y muchos libros.

Salió del baño, la miró de arriba abajo y ella temblaba ante su mirada evaluadora, afirmó al verla, se veía mucho mejor, sencilla, pero elegante y bonita. Tenía bonito rostro, las pecas le daban un toque interesante, sus cabellos eran hermosos y sus ojos color miel muy llamativa, así como sus carnosos labios color rosa.

—Te ves mejor sin una gota de maquillaje. Vamos —dijo levantándose de la cama.

Abrió la puerta y se volvió a verla.

—Saldré por donde entramos y tú, baja normal por las escaleras.

Ella afirmó sin decir nada, viéndolo con sus grandes ojos.

Se detuvo frente a la puerta de la casa y tocó, abrió una muchacha del servicio y pasó rápido, vio a su familia en el recibidor y a la familia de su padrino. Sonrió al ver a Rosalía, atractiva y hermosa como siempre, ella se colgó de su cuello sonriéndole coqueta.

—Bienvenido a la familia —susurró sobre su oído. Él sonrió recordando las veces que se metió en su habitación cuando ella tenía dieciocho años y las escapadas que se daban los dos hacia el río.

—Tiempo sin verte, estás bellísima —dijo pasando su mano por la espalda desnuda de la mujer que llevaba una braga negra muy sobria con escote en la espalda.

—No más que tu futura esposa, espera verla nada más como se ha puesto para ti esta noche. Creo que quiere sorprenderte —dijo con burla que él advirtió y supo que fue seguramente idea de ella hacerla vestir como puta y maquillarla como payasa.

—Ella siempre es muy sobria, no espero nada diferente hoy —dijo seguro, ella sonrió con malicia.

Gabriel se acercó y lo saludó con abrazo sentido.

—Qué sorpresa, Gabriel, bienvenido a casa.

—No me quedaré, he venido por el anuncio del compromiso, qué feliz me hace saber que estén juntos, si la haces siquiera llorar, te partiré la cara, así seas alcalde, gobernador o Dios —dijo Gabriel.

Los dos se carcajearon.

—No seas bobo, claro que no. Sé lo que tengo, tu hermana es una joya.

—Más te vale que lo sepas.

Saludó a Rosa y a su padrino como si no lo hubiese visto antes, saludó a sus padres y a su hermano. Se escucharon aplausos, se giró hacia las escaleras y allí venía ella, sonrojada y nerviosa, Enrique pensó que se veía mucho mejor en su traje improvisado que en la ridiculez que llevaba antes, se volvió a ver a Rosalía y esta recogió la sonrisa y se puso muy seria, la miraba de arriba abajo y supo que sí, su hermanastra intentó humillarla haciéndola vestir así, y la muy estúpida ni se dio cuenta.

Sonrió pensando que eso era perfecto, le convenía que la chica fuera así, haría con ella lo que quisiera, se la entregaría por completo a su equipo de mercadeo y ellos harían maravillas, supo que eligió bien al pedirla a ella para casarse.

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