Capítulo 2

Lucia se admiró en el espejo, su cabello castaño claro se veía como paja, estaba reseco y sin vida, su cuerpo era demasiado delgado y no tenía ropa bonita que ponerse, suspiró angustiada pensando en qué ponerse, aunque su matrimonio sería falso, ella aspiraba al menos no ser humillada.

Tocaron a su puerta, contuvo el aliento.

—Pase —dijo en voz baja.

La puerta se abrió y vio el rostro adusto de su madrastra, la miró de arriba abajo con asco. Recorrió la habitación con sus ojos y se cruzó de brazos.

—Rosalía vendrá por lo de tu compromiso. Ella te prestará algo decente que ponerte.

Lucia pasó saliva y afirmo sin responder. Rosalía era la hija de su madrastra Rosa, era una chica un año mayor que ella, esbelta, bonita, inteligente, con una carrera exitosa como modelo, delante de su padre la trataba bien, aunque realidad era cruel con Lucia, la hacía sentir miserable cada vez que podía, pensó que ella habría sido mejor pareja para Enrique Aristegui, pero ya estaba comprometida con un millonario empresario.

Su hermanastro Gabriel era diferente, era tan guapo y esbelto como su hermana Rosalía, él era mayor, debía tener veinticinco años, pero vivía fuera del país, se fue a trabajar a Francia cuando cumplió los veinte años, la trataba con amabilidad y con lástima, ella tuvo un enamoramiento platónico con él cuando lo conoció, sin embargo, dejó de ilusionarse porque él la llamaba hermanita, y la trataba como a una hermana de verdad, nunca la vería como algo más y su madre y su hermana eran unas brujas con ella.

A los hijos de Rosa les iba bien económicamente, pero su padre se avergonzaba de pedirles dinero, y se endeudó para pagar el nivel de vida que a ella le gustaba, y ahora ella debía pagarlo con un matrimonio arreglado.

—¿Viene Gabriel?

La mujer sonrió contenta.

—Sí, a mi hijo le está yendo bien en Francia, está a cargo de la colección de ropa más grande de la próxima semana de la moda en París. Mis hijos son exitosos, les va bien. Ya era hora de que tú sirvieras para algo.

Sonrió y se dio la vuelta para salir de la habitación de Lucia. Sus palabras ya no la afectaban, pasó años escuchándole, pensó que se lavaría el cabello y se aplicaría acondicionador para que su cabello se recuperara un poco. Se miró de nuevo al espejo, tenía la piel muy pálida y las pecas la hacían ver infantil, sus pechos eran pequeños, su cadera pronunciada y su trasero redondo era lo que hacía lucir un poco más como una mujer.

—Soy horrible —se dijo al espejo.

Después de lavar su cabello y usar algunas fórmulas caseras para darle vida, lo dejó secar al aire y el cabello cobró algo de vida, era largo y con formas de ondas, pero el olor a aguacate podrido no salía tan fácil, se lo lavó de nuevo echándose muchas veces champú. Escuchó un alboroto en la planta baja. Supuso que había llegado Rosalía y su estómago se contrajo.

Se abrió su puerta, su padre le sonrió y le hizo seña con las manos para que saliera.

—Llegaron Gabriel y Rosalía.

Sonrío al pensar en Gabriel. Se secó el cabello y se puso unas zapatillas blancas, llevaba un vestido gris sin manga ceñido al cuerpo, corrió escaleras abajo sintiendo su corazón acelerado, vio a Rosalía dando vueltas en la sala mostrando su esbelta figura y batiendo sus hermosos cabellos negros. Llevaba un short en color negro y un top blanco y botas negras altas, se veía hermosa con su piel blanca lozana, sus ojos grises y su cabello negro.

La mujer se volvió a verla y le dio un repaso de arriba abajo con una risa burlona en el rostro, se cruzó de brazos en dirección a ella.

—¿Qué tienes? ¿Doce años? ¿Por qué te vistes así? ¿A qué fiesta de disfraces vas? —preguntó y estalló en risas junto con su madre.

—Hola, Rosalía.

—Hola —respondió Rosalía con una sonrisa irónica.

Por la puerta, Gabriel cargando unas maletas, su corazón se aceleró, se veía alto, llevaba el cabello negro corto y sus ojos grises hacían juego con su polo en color azul claro, Lucia repasó sus jeans que dejaban ver que había estado entrenando en el gimnasio. Su porte era muy elegante, se veía hermoso a los ojos de Lucia, él alzó la cara hasta las escaleras y sus ojos se encontraron, él venía sonriendo y al verla dejó de sonreír, se quedó colgado mirándola, ella le sonrió y él volvió a sonreír.

—¿Lucia? —preguntó incrédulo, soltando las maletas y corriendo hacia ella.

—Sí, ¿cómo estás, Gabriel?

—Estás muy linda, cómo has crecido, ya no eres pequeña —dijo riendo.

Subió las escaleras de las que ella no se había atrevido a moverse, él la rodeó con sus brazos y ella sintió que se desmayaba, su olor era penetrante y delicioso, su abrazo se sintió cálido y reconoció que lo extrañaba, él la besó con intensidad en la mejilla lo que hizo que se mareara un poco, su estómago se sintió lleno de mariposas y sonrió como tonta.

—Estás bella, hermanita.

—Gracias.

Agradeció haber seguido lavándose el cabello, pues olería horrible entre sus brazos, Gabriel la tomó de la mano y bajó con ella hasta la sala, Rosalía y Rosa la miraban serias, su padre se sentó en el sofá sonriente.

—Mi hija se casará con Enrique Aristegui, muchachos, la felicidad es completa —dijo el padre de Lucia. Al recordarlo, Lucia se sintió pequeña y se sentó en el sofá con la mirada en el suelo.

—Solo falta que se nos case Gabriel y ya —dijo su madrastra.

Él se echó a reír.

—Aún no conozco a la indicada. Sigo buscando —confesó con picardía —, que mis hermanas menores se casen primero, es medio pavoso, ojalá sea cierto que ahora yo no me casaré por eso.

—Tienes una sola hermana —dijo su madrastra a Gabriel inclinándose con disimulo sobre él, Gabriel la miró mal y sonrió en dirección de Lucia.

—Yo te voy a regalar el traje de novia, elige el que quieras.

Lucia sonrió más que por la emoción del vestido de novia, por la atención que él le dedicaba, la trataba como gente y eso la hacía sentir bien.

—Gracia, Gabriel.

—Rosalía, debes prestarle algo tuyo, no tiene nada decente que comprarse para esta noche —dijo su madrastra ocultando una media sonrisa.

—Tengo algo perfecto para ella —respondió la pelinegra.

Sirvieron el almuerzo y ella se sentó junto con sus hermanastros a la mesa, Gabriel se sentó junto a ella y apretó su mano, le sonrió todo el rato.

—Te está yendo muy bien, Gabriel, eso hoy —dijo Mario, el padre de Lucia.

—Sí, Mario, me está yendo bien, gracias a Dios.

Hablaron de sus éxitos durante todo el almuerzo, agradeció que a ella la ignoraran, cuando terminó la comida, se levantó para regresar a su habitación, Gabriel la detuvo por el brazo y la condujo hasta el jardín.

—Estoy sorprendido, ¿Tú con Enrique?

—¿Crees que soy muy poca cosa para él?

—No, por Dios, es que eres tímida, callada, tranquila y él es, es: un político —dijo y se echó a reír.

—Las cosas se dan así.

—¿Lo amas? —preguntó.

Se sintió tentada a responderle que ni siquiera lo conocía, de hecho lo conocía personalmente, pero hacía años que no cruzaba palabras con él, y las palabras que alguna vez cruzaron fueron: hola, y buenos tardes. No se sintió cómoda mintiendo a Gabriel, pero no tuvo opción.

—Sí, supongo.

Él le sonrió.

—Mereces ser feliz, si no te hace feliz, lo mataré a golpes —dijo y rio de nuevo. Ella se colgó de su brazo y siguió caminando con él por el jardín.

—¿Y ninguna te ha atrapado a ti? —pregunto ella.

—No, no soy hombre de compromisos, nada de eso. Además, trabajo mucho, ¿para qué comprometerme con alguien si no voy a estar?

Ella afirmó, él era perfecto.

Escuchó que la llamaron, se giró a ver, era Rosalía con las manos sobre las caderas.

—Yo te prepararé para que recibas a tu prometido esta noche —dijo Rosalía.

Gabriel le lanzó un beso a su hermana.

—Qué bien, los tres juntos de nuevo. Te dejo con Rosalía, iré a ver a algunas personas —dijo y la dejó sola allí con su hermanastra que no era tan buena como él.

Caminó detrás de ella, hacia su habitación, dispuesta a escuchar las humillaciones y burla que seguramente le tenía preparada.

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