Lucia se admiró en el espejo, su cabello castaño claro se veía como paja, estaba reseco y sin vida, su cuerpo era demasiado delgado y no tenía ropa bonita que ponerse, suspiró angustiada pensando en qué ponerse, aunque su matrimonio sería falso, ella aspiraba al menos no ser humillada.
Tocaron a su puerta, contuvo el aliento.
—Pase —dijo en voz baja.
La puerta se abrió y vio el rostro adusto de su madrastra, la miró de arriba abajo con asco. Recorrió la habitación con sus ojos y se cruzó de brazos.
—Rosalía vendrá por lo de tu compromiso. Ella te prestará algo decente que ponerte.
Lucia pasó saliva y afirmo sin responder. Rosalía era la hija de su madrastra Rosa, era una chica un año mayor que ella, esbelta, bonita, inteligente, con una carrera exitosa como modelo, delante de su padre la trataba bien, aunque realidad era cruel con Lucia, la hacía sentir miserable cada vez que podía, pensó que ella habría sido mejor pareja para Enrique Aristegui, pero ya estaba comprometida con un millonario empresario.
Su hermanastro Gabriel era diferente, era tan guapo y esbelto como su hermana Rosalía, él era mayor, debía tener veinticinco años, pero vivía fuera del país, se fue a trabajar a Francia cuando cumplió los veinte años, la trataba con amabilidad y con lástima, ella tuvo un enamoramiento platónico con él cuando lo conoció, sin embargo, dejó de ilusionarse porque él la llamaba hermanita, y la trataba como a una hermana de verdad, nunca la vería como algo más y su madre y su hermana eran unas brujas con ella.
A los hijos de Rosa les iba bien económicamente, pero su padre se avergonzaba de pedirles dinero, y se endeudó para pagar el nivel de vida que a ella le gustaba, y ahora ella debía pagarlo con un matrimonio arreglado.
—¿Viene Gabriel?
La mujer sonrió contenta.
—Sí, a mi hijo le está yendo bien en Francia, está a cargo de la colección de ropa más grande de la próxima semana de la moda en París. Mis hijos son exitosos, les va bien. Ya era hora de que tú sirvieras para algo.
Sonrió y se dio la vuelta para salir de la habitación de Lucia. Sus palabras ya no la afectaban, pasó años escuchándole, pensó que se lavaría el cabello y se aplicaría acondicionador para que su cabello se recuperara un poco. Se miró de nuevo al espejo, tenía la piel muy pálida y las pecas la hacían ver infantil, sus pechos eran pequeños, su cadera pronunciada y su trasero redondo era lo que hacía lucir un poco más como una mujer.
—Soy horrible —se dijo al espejo.
Después de lavar su cabello y usar algunas fórmulas caseras para darle vida, lo dejó secar al aire y el cabello cobró algo de vida, era largo y con formas de ondas, pero el olor a aguacate podrido no salía tan fácil, se lo lavó de nuevo echándose muchas veces champú. Escuchó un alboroto en la planta baja. Supuso que había llegado Rosalía y su estómago se contrajo.
Se abrió su puerta, su padre le sonrió y le hizo seña con las manos para que saliera.
—Llegaron Gabriel y Rosalía.
Sonrío al pensar en Gabriel. Se secó el cabello y se puso unas zapatillas blancas, llevaba un vestido gris sin manga ceñido al cuerpo, corrió escaleras abajo sintiendo su corazón acelerado, vio a Rosalía dando vueltas en la sala mostrando su esbelta figura y batiendo sus hermosos cabellos negros. Llevaba un short en color negro y un top blanco y botas negras altas, se veía hermosa con su piel blanca lozana, sus ojos grises y su cabello negro.
La mujer se volvió a verla y le dio un repaso de arriba abajo con una risa burlona en el rostro, se cruzó de brazos en dirección a ella.
—¿Qué tienes? ¿Doce años? ¿Por qué te vistes así? ¿A qué fiesta de disfraces vas? —preguntó y estalló en risas junto con su madre.
—Hola, Rosalía.
—Hola —respondió Rosalía con una sonrisa irónica.
Por la puerta, Gabriel cargando unas maletas, su corazón se aceleró, se veía alto, llevaba el cabello negro corto y sus ojos grises hacían juego con su polo en color azul claro, Lucia repasó sus jeans que dejaban ver que había estado entrenando en el gimnasio. Su porte era muy elegante, se veía hermoso a los ojos de Lucia, él alzó la cara hasta las escaleras y sus ojos se encontraron, él venía sonriendo y al verla dejó de sonreír, se quedó colgado mirándola, ella le sonrió y él volvió a sonreír.
—¿Lucia? —preguntó incrédulo, soltando las maletas y corriendo hacia ella.
—Sí, ¿cómo estás, Gabriel?
—Estás muy linda, cómo has crecido, ya no eres pequeña —dijo riendo.
Subió las escaleras de las que ella no se había atrevido a moverse, él la rodeó con sus brazos y ella sintió que se desmayaba, su olor era penetrante y delicioso, su abrazo se sintió cálido y reconoció que lo extrañaba, él la besó con intensidad en la mejilla lo que hizo que se mareara un poco, su estómago se sintió lleno de mariposas y sonrió como tonta.
—Estás bella, hermanita.
—Gracias.
Agradeció haber seguido lavándose el cabello, pues olería horrible entre sus brazos, Gabriel la tomó de la mano y bajó con ella hasta la sala, Rosalía y Rosa la miraban serias, su padre se sentó en el sofá sonriente.
—Mi hija se casará con Enrique Aristegui, muchachos, la felicidad es completa —dijo el padre de Lucia. Al recordarlo, Lucia se sintió pequeña y se sentó en el sofá con la mirada en el suelo.
—Solo falta que se nos case Gabriel y ya —dijo su madrastra.
Él se echó a reír.
—Aún no conozco a la indicada. Sigo buscando —confesó con picardía —, que mis hermanas menores se casen primero, es medio pavoso, ojalá sea cierto que ahora yo no me casaré por eso.
—Tienes una sola hermana —dijo su madrastra a Gabriel inclinándose con disimulo sobre él, Gabriel la miró mal y sonrió en dirección de Lucia.
—Yo te voy a regalar el traje de novia, elige el que quieras.
Lucia sonrió más que por la emoción del vestido de novia, por la atención que él le dedicaba, la trataba como gente y eso la hacía sentir bien.
—Gracia, Gabriel.
—Rosalía, debes prestarle algo tuyo, no tiene nada decente que comprarse para esta noche —dijo su madrastra ocultando una media sonrisa.
—Tengo algo perfecto para ella —respondió la pelinegra.
Sirvieron el almuerzo y ella se sentó junto con sus hermanastros a la mesa, Gabriel se sentó junto a ella y apretó su mano, le sonrió todo el rato.
—Te está yendo muy bien, Gabriel, eso hoy —dijo Mario, el padre de Lucia.
—Sí, Mario, me está yendo bien, gracias a Dios.
Hablaron de sus éxitos durante todo el almuerzo, agradeció que a ella la ignoraran, cuando terminó la comida, se levantó para regresar a su habitación, Gabriel la detuvo por el brazo y la condujo hasta el jardín.
—Estoy sorprendido, ¿Tú con Enrique?
—¿Crees que soy muy poca cosa para él?
—No, por Dios, es que eres tímida, callada, tranquila y él es, es: un político —dijo y se echó a reír.
—Las cosas se dan así.
—¿Lo amas? —preguntó.
Se sintió tentada a responderle que ni siquiera lo conocía, de hecho lo conocía personalmente, pero hacía años que no cruzaba palabras con él, y las palabras que alguna vez cruzaron fueron: hola, y buenos tardes. No se sintió cómoda mintiendo a Gabriel, pero no tuvo opción.
—Sí, supongo.
Él le sonrió.
—Mereces ser feliz, si no te hace feliz, lo mataré a golpes —dijo y rio de nuevo. Ella se colgó de su brazo y siguió caminando con él por el jardín.
—¿Y ninguna te ha atrapado a ti? —pregunto ella.
—No, no soy hombre de compromisos, nada de eso. Además, trabajo mucho, ¿para qué comprometerme con alguien si no voy a estar?
Ella afirmó, él era perfecto.
Escuchó que la llamaron, se giró a ver, era Rosalía con las manos sobre las caderas.
—Yo te prepararé para que recibas a tu prometido esta noche —dijo Rosalía.
Gabriel le lanzó un beso a su hermana.
—Qué bien, los tres juntos de nuevo. Te dejo con Rosalía, iré a ver a algunas personas —dijo y la dejó sola allí con su hermanastra que no era tan buena como él.
Caminó detrás de ella, hacia su habitación, dispuesta a escuchar las humillaciones y burla que seguramente le tenía preparada.
Enrique llegó sobre la hora, odiaba la impuntualidad, pero Rebeca lo retuvo en la cama más tiempo del que él sabía que podía compartirle, era la última vez que la vería, aunque no se lo dijo, ella era caprichosa e impredecible, no sabía cómo le caería su próximo compromiso así que prefirió ahorrarse los detalles.Necesitaba una esposa, y no la buscaría entre las muchas amantes que tenía, entre las que lo seguían como moscas y lo alababan constantemente, prefería alguien a quien ni conociera bien, que no lo conociera y tuviera pretensiones con él, alguien que no tuviera escándalos ni pasado y fuera bien recibida por los electores, no sabía quién podía llenar esas condiciones hasta que su hermano Jaime le recordó a la hija de su padrino.—¿La hija?, No, ¿Rosalía? Estás loco, demasiado llamativa, es modelo, no, para nada, no puede ser ella ni alguien como ella —respondió tajante.—No, esa es la hija de Rosa, hablo de la hija de Mario: no recuerdo como se llama, que no sale nunca, se la pa
Lucia temblaba por completo, Enrique le dijo cosas horribles y ella solo podía pensar en que él la miró como si fuera una loca, le dio órdenes que siguió sin quejarse y sintió vergüenza de ella, cuando él le dijo que ponerse, fue cuando se dio cuenta de lo inapropiado de la ropa que le prestó Rosalía, solo quería humillarla.Los ojos se le querían llenar de lágrimas, pero se quedó tranquila mirando la escena en la que por primera vez un hombre estaba sentado a su lado como su pareja, decía que sería su esposo, además lo encontraba bello, sus cabellos dorados y sus ojos grises junto con su barba bien cuidada le daban un porte elegante, caminaba con gracia y se movía como un rey, mientras ella sentía que ni sabía caminar.—La campaña va bien, aún no quiero anunciar lo del compromiso —dijo su supuesto novio mirando a todos, era un actor excelente, la ignoraba, pero hacía como si la tomara en cuenta, la miraba de reojo y hablaba de ella como si se tuvieran mucha confianza.—Pero entendí qu
Abrió los ojos y vio el rostro angustiado de Gabriel. Este sonrió al verla despertar, aunque no perdió el gesto de preocupado.—¿Te sientes bien?—Sí. —¿Debes ir al médico?—No, solo han sido los nervios. Me voy a casar, al verme en el vestido me vi en la boda con gente mirándome. Fue todo.Él sobó su brazo y besó su mejilla con intensidad, sintió mariposas en el estómago como cuando la besó Enrique.—Debes comer bien, hacerte tus chequeos y bueno, entiendo que estés nerviosa por la boda. Es normal.—No sé si estoy preparada para la prensa. Tengo un poco de miedo —confesó.—¿Lo hablaste con Enrique?Lucia alzó un hombro y suspiró.—Él se va a ocupar, tendré asesores y esas cosas.—Entonces estarás bien, él sabe lo que hace. Estarás muy cuidada y protegida. Solo déjale saber siempre que te causa ansiedad, él te cuidará.Lucia sonrío deseando que fuera cierto, quizás por el bien de su campaña lo haría.—Gracias, Gabriel, por tu apoyo.—Siempre, Luci. Para ti siempre.Sonó su teléfono, n
Dos semanas después. Lucia miraba a Enrique mientras tomaban la comida, él se movía con gracia y sonreía amable a todos a los que se le acercaban, la miraban con curiosidad y ella desviaba la mirada incómoda. Cuando las personas que se habían acercado a él para saludarlo y tomarse fotos se alejaron, él se le quedó mirando con intensidad. —Vaya que hay que hacer mucho trabajo contigo, me gusta un poco que eres como un lienzo en blanco. Ella afirmó avergonzada, sabía que se había comportado como una montuna en la mesa. Batió su cabello y se concentró en la comida. —Tienes lindo rostro —le dijo Enrique sin dejar de mirarla, ella sintió como sus mejillas ardieron y pasó saliva, alzó la mirada para que sus ojos color miel se encontraran con los suyos, él le sonrió con picardía, debió notar el rubor de sus mejillas. —Gracias, supongo. —Con los asesores correctos serás un icono de moda y elegancia en esta ciudad, serás muy distinguida. Elegí bien, aunque sabes, yo no me acordaba de ti,
Como prometió Enrique al día siguiente la pasó a recoger personalmente para llevarla a la fundación, Lucia se detuvo frente al espejo, maquillo sus ojos y labios, se colocó polvo y arregló su cabello como le habían enseñado, se puso una camisa blanca de mangas largas y pantalones de mezclilla, se puso zapatos de tacón blanco, bajó las escaleras de la casa y sintió nervios ante la imagen que comenzaba a proyectar, era ella, pero más sofisticada, su cabello suelto tenía más vida y brillaba como nunca.Enrique la esperaba en la sala, se levantó del sofá al verla, no había nadie más por lo que los besos de apariencias no eran requeridos. Ella le sonrió mientras él se limitó a asentir, caminó hacia la puerta con decisión, y se detuvo para que ella pasara.Caminó a su lado y vio el auto que los esperaba. Un par de hombres esperaban sosteniendo la puerta para ellos, se subieron y cerraron la puerta, el chofer se puso en marcha y el par de hombres se subieron a otro auto.—¿Sabes manejar? —p
Lucia no dejaba de mirar la hora y el teléfono, esperaba que Enrique le escribiera, pues no tenía como irse, no acordó con él como hacerlo, no tenía dinero, no sabía pedir un taxi y no conocía las rutas de la ciudad, se odió por torpe y pensó como último recurso llamar a su padre.Experimentó el nerviosismo de no saber qué hacer cuando llegara la hora de salida. Se sintió torpe y desvalida y no era más que su culpa por no comportarse como una adulta funcional, entonces sonó su teléfono, era Enrique.—Paso por ti en quince minutos —dijo.—Perfecto, gracias —respondió aliviada y feliz de que su problema se solucionara. Él no la dejaría allí después de todo, era como su pequeño proyecto y seguramente querría verificar con ella como le fue en el día.Se preparó para esperarlo y cuando fue la hora le llegó un mensaje donde le indicaba que estaba afuera esperándola. Ella se subió al auto y cuando sus miradas se encontraron supo que aún él parecía preocupado por algo.—¿Cómo te fue? —preguntó
Tocaron a su puerta, Lucia seguía echada sobre su cama, sosteniendo su estómago y manteniéndose con los ojos cerrados por el dolor tan intenso que sentía. Estaba nerviosa, sabía que eran los nervios. Se levantó con dificultad y abrió la puerta, su padre, Rosa y Rosalía la miraba con caras de asombro.—Te ves horrible —dijo su madrastra.—Esto no hay como arreglarlo ni con cien mascarillas, estás pálida, ojerosa, no es que seas bonita, pero te ves demasiado fea para casarte con un hombre como Enrique —dijo Rosalía mientras se cruzaba de brazos.Su padre negó reprobando su apariencia.—Pasé la noche vomitando, es que…—No te justifiques, hija, hoy es la cena previa a la boda, el ensayo, la prensa estará hoy, mírate, la cara hinchada, tampoco has cumplido con tus deberes, Enrique está decepcionado —Explicó su padre.Lucia se dio la vuelta por si las lágrimas la traicionaban, ella se decepcionó primero de él, además, sí estaba hinchada y ojerosa porque desde aquella conversación con su pro
Enrique quedó gratamente sorprendido con la apariencia de Lucia, se veía sencilla, pero elegante, muy bonita y la vez sensual, la miró de reojo, ella iba seria y bastante retraída, hacía días que no la veía o sabía de ella, pues se internó su casa y solo iba a trabajar y de regreso a su casa. Supuso que tenía que ver con el adelanto de la boda, debió ponerse nerviosa y él entendía la situación, aunque esperaba que pronto todo volviera a la normalidad.Como pensó, el anuncio de su boda lo disparó en las encuestas, dejando atrás a su contrincante más cercano, nadie en la ciudad e incluso el país hablaba de otra cosa que no fuera sobre la boda de Enrique Marino Aristegui y su discreta y misteriosa prometida.—Todo marcha bien, Lucia —dijo para buscarle conversación a la chica que, aunque no era de mucha conversación, había logrado abrirse con él.—Así vi en el correo, me llegaron los resultados de las encuestas —respondió ella con parquedad sin mirarlo.—Fue buena idea adelantar la boda,