Lucia se cubrió el cuerpo por completo con la sábana echada sobre su cama, lloraba desconsolada mientras su padre le explicaba que su ahijado debía casarse para bien de su campaña política y que ya se había comprometido a casarla con él.
—Es mi ahijado, vi crecer a ese muchacho, ni que fuera un extraño.
—¿Por qué no tiene novia? —preguntó.
—Él es muy particular, solo quiere a alguien que no lo moleste, ya sabes, una esposa de verdad, es un compromiso muy grande, si lo sabré yo, amo a tu santa madre, pero es demandante, Enrique quiere que le tomen su foto de casado, pero no quiere a la esposa.
—No quiero hacerlo, papá. Tendré mucha exposición, me juzgarán.
—Hija, no, él se ocupará de eso. Con nadie puede hacer este acuerdo, no confía en nadie, confía en mí.
Lucia descubrió su rostro y se limpió las lágrimas.
—¡Ay!, Papá, no quiero hacerlo, lo siento, que se busque a otra.
Su padre suspiró con desespero y miro al techo con una expresión desencajada en el rostro y se llevó las manos al cabello, cerró los ojos e hizo como si iba a llorar.
—Lucia, estoy desesperado, no es un favor que le haría a él, es un favor que él me haría a mí, pagará mis deudas a cambio de que te cases con él, está dispuesto a darte algunos bienes y a ocuparse de ti económicamente, tú no estudias ni trabajas, ya tienes veintidós años, no puedo mantenerte más —dijo el hombre desesperado.
Lucia no pudo ni pestañear, las palabras de su padre la golpeaba fuerte en el pecho, además la mujer a la que él llamaba su madre era en realidad su madrastra y nunca la quiso. Lucia sufría de ansiedad social y no salía de su casa, sabía que era una carga y que pronto se lo echaría en cara.
—¡Papá!
—Lo siento, Lucia, necesito que te cases con él o te vayas de la casa —dijo sin mirarla.
Quiso llorar, el dolor se le acumuló en el pecho, los ojos le ardieron, pero se mantuvo sería y bajó la cabeza.
—Dame unos días, conseguiré a donde irme —dijo aun cuando no conocía a nadie y no tenía dinero, tampoco sabía hacer nada. Esperaba que alguna antigua criada de su padre la acogiera.
—¡Necia! Eres necia, y tonta. Enrique tiene dinero, tendrás casa, acordó darte un buen dinero por esto, no te molestará, será como vivir aquí, pero en una casa que podrás llamar tuya y con un sueldo solo por respirar.
Le dolió, a ella le gustaba pensar que esa era su casa, la casa de su padre y donde se crió. Se mantuvo callada con la mirada sobre la sabana, se sintió avergonzada y despreciada. No podía valer solo para ser una esposa.
—Hazlo por mí, debo mucho dinero, no duermo, no como pensando en cómo voy a pagar esa deuda y me preocupo por ti, que eres mi único tesoro, le debo a gente mala, pienso angustiado que quieran cobrarse contigo.
Lucia alzó la vista espantada, su corazón se aceleró y tomó las manos de su padre entre las suyas.
—¿Eso puede pasar? ¿Estás en peligro?
—De muerte sí, hija de mi vida. Trato de salvarte, con Enrique estarías protegida. Si es electo, será el alcalde, nadie se meterá con la esposa del alcalde o con el suegro del alcalde.
—Pero... Él ni me conoce.
—No hace falta, sabes que te bañas y no eres una loca, que no salgas nunca de la casa, es lo más atractivo que tienes para él, no tienes pasado ni manchas, cero escándalos, eres una diosa de la virtud para él.
—Soy muy joven para él.
—Eso nadie lo juzga ahora como antes, y eres la mujer, si fuera al revés otra cosa sería, pero él es el hombre, está bien.
—No sé papá, no quiero.
—Es cuestión de vida o muerte, Lucia Margarita. Es por tu vida, la mía. Yo estoy muerto de miedo y no puedo protegerte, en cambio, él, cuidará de ti a cambio de unas fotos, y guardar las apariencias.
Lucia no quería el fin de su vida como la conocía y también sabía que su padre tenía razón, ella no trabajaba ni hacía nada, era una mantenida y eso no estaba bien.
Le aterraba ser la esposa de alguien, nunca fue la novia de alguien, no salía ni conocía a nadie; de pequeña solía ver a Enrique y a Jaime, hijos de la comadre de su padre, Enrique le llevaba ocho años, por lo que debía tener ya treinta años y Jaime le llevaba seis por lo que debía tener veintiocho.
Cuando estaba por cumplir los dieciocho años su madre falleció y su ansiedad social apareció por primera vez, nunca más salió de casa, salvo contadas excepciones, por lo que dejó de verlos y frecuentarlos.
Jaime era serio y elitesco, no le hablaba a cualquiera, muy inteligente y trabajador, nunca hablaba demasiado y con ella fue siempre amable.
Enrique era dos personas en una, en público sonreía y saludaba a todos, era elocuente y conversador, amable con todos, aunque siempre mantenía igual cierta distancia con la que parecía recordar que los demás estaban en un nivel y él en otro, a ella apenas la saludaba.
Así que sí, tenía miedo de enfrentar a ese hombre elegante, inteligente de mundo y sofisticado que aspiraba a un cargo político y sobre todo le daba miedo enfrentar el mundo, pero tenía mucho más miedo de perder a su padre por lo que se llenó de coraje y apretó las manos de su padre entre las suyas con fuerza y cerró los ojos.
—Lo haré.
—¡Hija!
Se abrazaron, él, feliz, ella aterrada.
Lucia se admiró en el espejo, su cabello castaño claro se veía como paja, estaba reseco y sin vida, su cuerpo era demasiado delgado y no tenía ropa bonita que ponerse, suspiró angustiada pensando en qué ponerse, aunque su matrimonio sería falso, ella aspiraba al menos no ser humillada.Tocaron a su puerta, contuvo el aliento.—Pase —dijo en voz baja.La puerta se abrió y vio el rostro adusto de su madrastra, la miró de arriba abajo con asco. Recorrió la habitación con sus ojos y se cruzó de brazos.—Rosalía vendrá por lo de tu compromiso. Ella te prestará algo decente que ponerte.Lucia pasó saliva y afirmo sin responder. Rosalía era la hija de su madrastra Rosa, era una chica un año mayor que ella, esbelta, bonita, inteligente, con una carrera exitosa como modelo, delante de su padre la trataba bien, aunque realidad era cruel con Lucia, la hacía sentir miserable cada vez que podía, pensó que ella habría sido mejor pareja para Enrique Aristegui, pero ya estaba comprometida con un millo
Enrique llegó sobre la hora, odiaba la impuntualidad, pero Rebeca lo retuvo en la cama más tiempo del que él sabía que podía compartirle, era la última vez que la vería, aunque no se lo dijo, ella era caprichosa e impredecible, no sabía cómo le caería su próximo compromiso así que prefirió ahorrarse los detalles.Necesitaba una esposa, y no la buscaría entre las muchas amantes que tenía, entre las que lo seguían como moscas y lo alababan constantemente, prefería alguien a quien ni conociera bien, que no lo conociera y tuviera pretensiones con él, alguien que no tuviera escándalos ni pasado y fuera bien recibida por los electores, no sabía quién podía llenar esas condiciones hasta que su hermano Jaime le recordó a la hija de su padrino.—¿La hija?, No, ¿Rosalía? Estás loco, demasiado llamativa, es modelo, no, para nada, no puede ser ella ni alguien como ella —respondió tajante.—No, esa es la hija de Rosa, hablo de la hija de Mario: no recuerdo como se llama, que no sale nunca, se la pa
Lucia temblaba por completo, Enrique le dijo cosas horribles y ella solo podía pensar en que él la miró como si fuera una loca, le dio órdenes que siguió sin quejarse y sintió vergüenza de ella, cuando él le dijo que ponerse, fue cuando se dio cuenta de lo inapropiado de la ropa que le prestó Rosalía, solo quería humillarla.Los ojos se le querían llenar de lágrimas, pero se quedó tranquila mirando la escena en la que por primera vez un hombre estaba sentado a su lado como su pareja, decía que sería su esposo, además lo encontraba bello, sus cabellos dorados y sus ojos grises junto con su barba bien cuidada le daban un porte elegante, caminaba con gracia y se movía como un rey, mientras ella sentía que ni sabía caminar.—La campaña va bien, aún no quiero anunciar lo del compromiso —dijo su supuesto novio mirando a todos, era un actor excelente, la ignoraba, pero hacía como si la tomara en cuenta, la miraba de reojo y hablaba de ella como si se tuvieran mucha confianza.—Pero entendí qu
Abrió los ojos y vio el rostro angustiado de Gabriel. Este sonrió al verla despertar, aunque no perdió el gesto de preocupado.—¿Te sientes bien?—Sí. —¿Debes ir al médico?—No, solo han sido los nervios. Me voy a casar, al verme en el vestido me vi en la boda con gente mirándome. Fue todo.Él sobó su brazo y besó su mejilla con intensidad, sintió mariposas en el estómago como cuando la besó Enrique.—Debes comer bien, hacerte tus chequeos y bueno, entiendo que estés nerviosa por la boda. Es normal.—No sé si estoy preparada para la prensa. Tengo un poco de miedo —confesó.—¿Lo hablaste con Enrique?Lucia alzó un hombro y suspiró.—Él se va a ocupar, tendré asesores y esas cosas.—Entonces estarás bien, él sabe lo que hace. Estarás muy cuidada y protegida. Solo déjale saber siempre que te causa ansiedad, él te cuidará.Lucia sonrío deseando que fuera cierto, quizás por el bien de su campaña lo haría.—Gracias, Gabriel, por tu apoyo.—Siempre, Luci. Para ti siempre.Sonó su teléfono, n
Dos semanas después. Lucia miraba a Enrique mientras tomaban la comida, él se movía con gracia y sonreía amable a todos a los que se le acercaban, la miraban con curiosidad y ella desviaba la mirada incómoda. Cuando las personas que se habían acercado a él para saludarlo y tomarse fotos se alejaron, él se le quedó mirando con intensidad. —Vaya que hay que hacer mucho trabajo contigo, me gusta un poco que eres como un lienzo en blanco. Ella afirmó avergonzada, sabía que se había comportado como una montuna en la mesa. Batió su cabello y se concentró en la comida. —Tienes lindo rostro —le dijo Enrique sin dejar de mirarla, ella sintió como sus mejillas ardieron y pasó saliva, alzó la mirada para que sus ojos color miel se encontraran con los suyos, él le sonrió con picardía, debió notar el rubor de sus mejillas. —Gracias, supongo. —Con los asesores correctos serás un icono de moda y elegancia en esta ciudad, serás muy distinguida. Elegí bien, aunque sabes, yo no me acordaba de ti,
Como prometió Enrique al día siguiente la pasó a recoger personalmente para llevarla a la fundación, Lucia se detuvo frente al espejo, maquillo sus ojos y labios, se colocó polvo y arregló su cabello como le habían enseñado, se puso una camisa blanca de mangas largas y pantalones de mezclilla, se puso zapatos de tacón blanco, bajó las escaleras de la casa y sintió nervios ante la imagen que comenzaba a proyectar, era ella, pero más sofisticada, su cabello suelto tenía más vida y brillaba como nunca.Enrique la esperaba en la sala, se levantó del sofá al verla, no había nadie más por lo que los besos de apariencias no eran requeridos. Ella le sonrió mientras él se limitó a asentir, caminó hacia la puerta con decisión, y se detuvo para que ella pasara.Caminó a su lado y vio el auto que los esperaba. Un par de hombres esperaban sosteniendo la puerta para ellos, se subieron y cerraron la puerta, el chofer se puso en marcha y el par de hombres se subieron a otro auto.—¿Sabes manejar? —p
Lucia no dejaba de mirar la hora y el teléfono, esperaba que Enrique le escribiera, pues no tenía como irse, no acordó con él como hacerlo, no tenía dinero, no sabía pedir un taxi y no conocía las rutas de la ciudad, se odió por torpe y pensó como último recurso llamar a su padre.Experimentó el nerviosismo de no saber qué hacer cuando llegara la hora de salida. Se sintió torpe y desvalida y no era más que su culpa por no comportarse como una adulta funcional, entonces sonó su teléfono, era Enrique.—Paso por ti en quince minutos —dijo.—Perfecto, gracias —respondió aliviada y feliz de que su problema se solucionara. Él no la dejaría allí después de todo, era como su pequeño proyecto y seguramente querría verificar con ella como le fue en el día.Se preparó para esperarlo y cuando fue la hora le llegó un mensaje donde le indicaba que estaba afuera esperándola. Ella se subió al auto y cuando sus miradas se encontraron supo que aún él parecía preocupado por algo.—¿Cómo te fue? —preguntó
Tocaron a su puerta, Lucia seguía echada sobre su cama, sosteniendo su estómago y manteniéndose con los ojos cerrados por el dolor tan intenso que sentía. Estaba nerviosa, sabía que eran los nervios. Se levantó con dificultad y abrió la puerta, su padre, Rosa y Rosalía la miraba con caras de asombro.—Te ves horrible —dijo su madrastra.—Esto no hay como arreglarlo ni con cien mascarillas, estás pálida, ojerosa, no es que seas bonita, pero te ves demasiado fea para casarte con un hombre como Enrique —dijo Rosalía mientras se cruzaba de brazos.Su padre negó reprobando su apariencia.—Pasé la noche vomitando, es que…—No te justifiques, hija, hoy es la cena previa a la boda, el ensayo, la prensa estará hoy, mírate, la cara hinchada, tampoco has cumplido con tus deberes, Enrique está decepcionado —Explicó su padre.Lucia se dio la vuelta por si las lágrimas la traicionaban, ella se decepcionó primero de él, además, sí estaba hinchada y ojerosa porque desde aquella conversación con su pro