La esposa perfecta
La esposa perfecta
Por: Elena Emperatriz
Capítulo 1

Lucia se cubrió el cuerpo por completo con la sábana echada sobre su cama, lloraba desconsolada mientras su padre le explicaba que su ahijado debía casarse para bien de su campaña política y que ya se había comprometido a casarla con él.

—Es mi ahijado, vi crecer a ese muchacho, ni que fuera un extraño.

—¿Por qué no tiene novia? —preguntó.

—Él es muy particular, solo quiere a alguien que no lo moleste, ya sabes, una esposa de verdad, es un compromiso muy grande, si lo sabré yo, amo a tu santa madre, pero es demandante, Enrique quiere que le tomen su foto de casado, pero no quiere a la esposa.

—No quiero hacerlo, papá. Tendré mucha exposición, me juzgarán.

—Hija, no, él se ocupará de eso. Con nadie puede hacer este acuerdo, no confía en nadie, confía en mí.

Lucia descubrió su rostro y se limpió las lágrimas.

—¡Ay!, Papá, no quiero hacerlo, lo siento, que se busque a otra.

Su padre suspiró con desespero y miro al techo con una expresión desencajada en el rostro y se llevó las manos al cabello, cerró los ojos e hizo como si iba a llorar.

—Lucia, estoy desesperado, no es un favor que le haría a él, es un favor que él me haría a mí, pagará mis deudas a cambio de que te cases con él, está dispuesto a darte algunos bienes y a ocuparse de ti económicamente, tú no estudias ni trabajas, ya tienes veintidós años, no puedo mantenerte más —dijo el hombre desesperado.

Lucia no pudo ni pestañear, las palabras de su padre la golpeaba fuerte en el pecho, además la mujer a la que él llamaba su madre era en realidad su madrastra y nunca la quiso. Lucia sufría de ansiedad social y no salía de su casa, sabía que era una carga y que pronto se lo echaría en cara.

—¡Papá!

—Lo siento, Lucia, necesito que te cases con él o te vayas de la casa —dijo sin mirarla.

Quiso llorar, el dolor se le acumuló en el pecho, los ojos le ardieron, pero se mantuvo sería y bajó la cabeza.

—Dame unos días, conseguiré a donde irme —dijo aun cuando no conocía a nadie y no tenía dinero, tampoco sabía hacer nada. Esperaba que alguna antigua criada de su padre la acogiera.

—¡Necia! Eres necia, y tonta. Enrique tiene dinero, tendrás casa, acordó darte un buen dinero por esto, no te molestará, será como vivir aquí, pero en una casa que podrás llamar tuya y con un sueldo solo por respirar.

Le dolió, a ella le gustaba pensar que esa era su casa, la casa de su padre y donde se crió. Se mantuvo callada con la mirada sobre la sabana, se sintió avergonzada y despreciada. No podía valer solo para ser una esposa.

—Hazlo por mí, debo mucho dinero, no duermo, no como pensando en cómo voy a pagar esa deuda y me preocupo por ti, que eres mi único tesoro, le debo a gente mala, pienso angustiado que quieran cobrarse contigo.

Lucia alzó la vista espantada, su corazón se aceleró y tomó las manos de su padre entre las suyas.

—¿Eso puede pasar? ¿Estás en peligro?

—De muerte sí, hija de mi vida. Trato de salvarte, con Enrique estarías protegida. Si es electo, será el alcalde, nadie se meterá con la esposa del alcalde o con el suegro del alcalde.

—Pero... Él ni me conoce.

—No hace falta, sabes que te bañas y no eres una loca, que no salgas nunca de la casa, es lo más atractivo que tienes para él, no tienes pasado ni manchas, cero escándalos, eres una diosa de la virtud para él.

—Soy muy joven para él.

—Eso nadie lo juzga ahora como antes, y eres la mujer, si fuera al revés otra cosa sería, pero él es el hombre, está bien.

—No sé papá, no quiero.

—Es cuestión de vida o muerte, Lucia Margarita. Es por tu vida, la mía. Yo estoy muerto de miedo y no puedo protegerte, en cambio, él, cuidará de ti a cambio de unas fotos, y guardar las apariencias.

Lucia no quería el fin de su vida como la conocía y también sabía que su padre tenía razón, ella no trabajaba ni hacía nada, era una mantenida y eso no estaba bien.

Le aterraba ser la esposa de alguien, nunca fue la novia de alguien, no salía ni conocía a nadie; de pequeña solía ver a Enrique y a Jaime, hijos de la comadre de su padre, Enrique le llevaba ocho años, por lo que debía tener ya treinta años y Jaime le llevaba seis por lo que debía tener veintiocho.

Cuando estaba por cumplir los dieciocho años su madre falleció y su ansiedad social apareció por primera vez, nunca más salió de casa, salvo contadas excepciones, por lo que dejó de verlos y frecuentarlos.

Jaime era serio y elitesco, no le hablaba a cualquiera, muy inteligente y trabajador, nunca hablaba demasiado y con ella fue siempre amable.

Enrique era dos personas en una, en público sonreía y saludaba a todos, era elocuente y conversador, amable con todos, aunque siempre mantenía igual cierta distancia con la que parecía recordar que los demás estaban en un nivel y él en otro, a ella apenas la saludaba.

Así que sí, tenía miedo de enfrentar a ese hombre elegante, inteligente de mundo y sofisticado que aspiraba a un cargo político y sobre todo le daba miedo enfrentar el mundo, pero tenía mucho más miedo de perder a su padre por lo que se llenó de coraje y apretó las manos de su padre entre las suyas con fuerza y cerró los ojos.

—Lo haré.

—¡Hija!

Se abrazaron, él, feliz, ella aterrada.

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