La vida de Sara da un vuelco inesperado cuando se ve obligada a abandonar al amor de su vida, Emiliano, por razones desconocidas incluso para él. Ocho años después, en la víspera de la boda de Emiliano, Sara se encuentra con él mientras le baila en su despedida de soltero, sin revelar su identidad. La tensión entre ellos es palpable, y Emiliano, intrigado, urde un plan de venganza cuando descubre que ella le ha ocultado a sus hijos todos esos años: la obliga a trabajar en su empresa para mantenerla cerca, muy cerca, ella debía pagar ocho años de sufrimiento, pero los sentimientos no han escapado del todo, y entre su odio y su actual esposa, Emiliano se encuentra en medio de un amor prohibido sin saber que peligrosas sombras del pasado se alzan sobre la empresa de modas mas importante del mundo: Casa Monter. ¿Lograrán sobrevivir al pasado y a su amor prohibido?
Leer másSara no sintió rabia ante la confesión de Luna, ni tampoco sintió placer al verla descompuesta frente a ella. Estiró la mano y agarró la de Luna con fuerza. La mujer trató de apartarla, pero Sara la mantuvo sujeta.— Déjame adivinar, ¿Mario? — preguntó Sara, y Luna asintió.— Él me dijo que tú le eras infiel a Emiliano. Me mintió y me manipuló. Por eso contraté a una prostituta para que fingiera que se acostaba con él. Yo ni siquiera supe cómo lo drogaron.— ¿Tú eres la mujer que aparecía en el video de seguridad con el casco de motociclista, cierto?Luna asintió. — No sabes cuánto me ha pesado estos años. Cuando regresaste a Casa Monter, tenía miedo, por eso me comporté tan hostil. Tenía miedo de que supieras la verdad. Tenía miedo de que mi hermano me delatara por ello.Sara apretó con más fuerza la mano de la mujer. — No es tu culpa, es culpa de Mario. Él fue quien nos manipuló, quien nos usó. De verdad lamento que hubieras tenido que llegar a eso. Pero lo importante es que es
Sara vio cómo Emiliano saltó hacia un lado, esquivando el próximo disparo de Ezequiel. Se escondió tras la puerta. El segundo hombre que había subido con Emiliano corrió hacia él para tratar de dispararle, pero otro disparo en su hombro lo hizo rodar por las escaleras.Sara se apoyó en la pared y se empujó. Los perdigones de las balas pasaban volando por sobre su cabeza. Cuando cayó, la silla de madera se rompió y el espaldar se le clavó en las costillas, pero no le importó. Se removió y los trozos de madera que la sujetaban a la silla comenzaron a apartarse, dejándola libre.Sara se puso de pie, sin zapatos, cansada y con miedo. A lo lejos logró ver un tubo metálico y lo sujetó. — ¿A dónde vas, perra? — le gritó Ezequiel.Pero Sara logró refugiarse detrás de una pared antes de que el hombre le disparara. Las balas rompieron el concreto a su lado. Ezequiel disparaba a diestra y siniestra. El sonido del helicóptero se hacía cada vez más fuerte. Sara vio cómo un par de hombres más b
Sara sintió un desasosiego en el estómago cuando vio a Emiliano subir por las escaleras. Sabía para qué lo quería Ezequiel. Sabía que quería matarlo. No entendía las razones o el porqué, pero lo haría.Ella no era más que una carnada y Emiliano había caído en su juego. Cuando el hombre la miró, ella negó con vehemencia. Quiso gritarle que corriera, pero tenía la mordaza bien puesta en la boca. Comenzó a empujarla con la lengua mientras los hombres tenían una corta conversación. Necesitaba quitársela, necesitaba gritarle que corriera, pero era demasiado tarde.Ezequiel sacó el arma, apuntó hacia el suelo, pero la aferró con fuerza en la mano. — Quiero tu vida — le dijo a Emiliano.Su esposo levantó la cabeza. Pensar de esa manera hizo que el nudo en su estómago creciera aún más. Su esposo, era su esposo porque legalmente lo era, porque ella quería que lo fuese, porque ni siquiera se habían divorciado. Pensarlo como su esposo hizo que sintiera esa sensación de protección y que ella
Emiliano apretó su teléfono con fuerza y dio un paso atrás, alejándose de la ambulancia. Jimena lo observó detenidamente. El indicador de llamadas decía que era Ezequiel, su suegro, o mejor dicho, su exsuegro. Emiliano sintió una extraña sensación en el estómago, como un mal presagio. — Esto es imposible — dijo, y luego contestó la llamada — . ¿Qué quieres? — preguntó con un poco de impaciencia.Al otro lado, Ezequiel soltó una carcajada. — Sorpresa — dijo — Creo que este jueguito termina hoy.Emiliano se sujetó del poste que tenía a un lado para no perder el equilibrio. — Entonces eres tú. Todo este tiempo siempre fuiste tú.Ezequiel suspiró profundamente al otro lado de la llamada. — Me parece que eres demasiado ingenuo. Fue realmente fácil desviar la atención hacia mi hija.— Es un monstruo, ¿por qué le hiciste esto? — El hombre se rio nuevamente. — Ella me lo perdonará, es mi hija. Todo lo que hago, lo estoy haciendo por su bien. — ¿Intentar asesinarme lo estás
Emiliano supo en ese instante que aquella sensación que lo atormentaba lo acompañaría de por vida. Fue un miedo visceral, profundo, algo instintivo. No era como cualquier miedo que hubiese sentido anteriormente, ni siquiera en el atentado en el que casi le arrebatan la vida había sentido tal sensación de vacío. Era como si hubiese saltado de varios kilómetros de altura hacia una muerte segura. — ¿Señor, sigue ahí? — le preguntó el hombre de su esquema de seguridad — . Le estoy diciendo que acaban de secuestrar a la señora Sara.Emiliano se tardó un largo segundo en entender lo que estaba pasando, en comprender lo que significaban aquellas palabras. Cuando todo regresó a él, le golpeó el pecho con tanta fuerza que cayó sentado en el mueble. Ni siquiera se había dado cuenta en qué momento se había puesto de pie. — ¿Qué sucedió? — le gritó al teléfono, aterrado. — Ella había terminado de hablar con la señora Lara cuando unos tipos las interceptaron. Traían una granada, volaron nuest
Ana se metió debajo de la camioneta. Creyó que era la única forma que tenía para escapar de la balacera. Arrastró a Jimena consigo. La mujer se quejó de dolor, pero al parecer la bala había tenido también un orificio de salida. Esperó que no hubiera afectado ningún órgano importante. De todas formas, presionó con fuerza el agujero por donde brotaba la sangre y la mujer tomó su teléfono, presionó un par de teclas y luego lo dejó caer de costado. — Ya llamé a la policía, vendrán en unos minutos. — ¿Quiénes son esos hombres? — preguntó Sara. La balacera seguía intensa. Los perdigones de las balas rebotaban sobre el pavimento y golpeaban el metal del auto sobre sus cabezas. — Unos son del esquema de seguridad de Emiliano. Él los envió detrás de nosotras porque no confiaba en Lara, pero los otros no sé quiénes son.Sara escuchó el ruido de algo caer al suelo, algo metálico, luego una fuerte explosión lanzó la camioneta de los hombres que habían llegado a defenderlas hacia un costado.L
Lara trató de cerrar la puerta, pero Sara se lo impidió. — ¿Acaso viniste a burlarte de mí? — le preguntó a la mujer. Al parecer, había llorado tanto que tenía la garganta entumecida y la voz le salió ronca — . Créeme, aunque no lo parezca, tengo dignidad. Quédate con Emiliano, no me importa, solo déjame en paz. — Entonces, ¿por qué no me dejas tú en paz a mí? — le gritó Sara. Tenía tanta rabia que no le importó el estado lamentable en el que estaba la mujer.Lara blanqueó los ojos, parecía cansada de esa conversación, parecía cansada de todo. — ¿De qué estás hablando? — preguntó, medio hastiada, medio estresada— ¿No te bastó con dañar los diseños de mi colección, Si no arruinar mi cuaderno y ahora amenazar a mis hijos? Esto ha llegado muy lejos y ya no lo voy a permitir. Quiero que te detengas ahora, si quieres hacer algo o decirme algo, dímelo aquí y ahora, no metas a mis hijos en esto.Lara abrió los ojos, sorprendida. — ¿De qué diablos estás hablando? — le preguntó una v
Sara sintió una extraña sensación en el pecho. Esta vez no tuvo miedo, no tuvo miedo como las otras veces en que las personas que amaba corrían riesgo.En ese momento, sintió rabia, sintió mucha rabia, una rabia cegadora, punzante, que le apuñaló el corazón y el estómago.Las manos le temblaron, tomó el cuadro con la fotografía que amenazaba la vida de sus hijos y lo lanzó con fuerza contra la pared. El vidrio se rompió en mil fragmentos. Tomó la carta y la rompió, luego la lanzó a la basura.Emiliano asomó por la puerta, se veía despeinado y con cara de sueño. — ¿Pasó algo? — preguntó con voz soñolienta.Cuando notó la expresión en el rostro de Sara, el sueño se le esfumó por completo. — ¿Qué sucedió? — preguntó.Sara le contó lo sucedido, le contó la amenaza. — ¿Crees que Lara estará tan loca como para hacerle daño a mis hijos?Emiliano tomó la fotografía y le apartó los trozos de vidrio, observándola. — No lo sé, sinceramente ya no la conozco. Su familia ha tenido acciones por
En cuanto cruzaron la puerta de la oficina de Sara, la mujer no aguantó la tentación. Cerró la puerta con fuerza y se lanzó sobre Emiliano, abrazándolo con fuerza, sus brazos alrededor de sus hombros, enterrando los dedos en su cabello.Luego, después de lo que para ella pareció una eternidad, unió sus labios con los de él. Emiliano casi perdió el equilibrio, pero logró afianzarse al mueble cerca de la entrada.Sara lo besó y Emiliano se dejó besar con placer, apretando su espalda con sus fuertes manos. Sara se sintió segura entre sus brazos, como hacía mucho tiempo no se sentía.Apretó con fuerza su cabello entre los dedos, disfrutando de los labios suaves y carnosos del hombre. La sensación de su barba creciente en su rostro, tan masculina, le hizo temblar las rodillas.¿Cuánto tiempo había deseado esto en realidad? Prácticamente desde el mismo instante en que lo había abandonado. Desde el instante en que su cuerpo se alejó del suyo, Sara había sentido un vacío en el vientre que no s