Ana se metió debajo de la camioneta. Creyó que era la única forma que tenía para escapar de la balacera. Arrastró a Jimena consigo. La mujer se quejó de dolor, pero al parecer la bala había tenido también un orificio de salida. Esperó que no hubiera afectado ningún órgano importante. De todas formas, presionó con fuerza el agujero por donde brotaba la sangre y la mujer tomó su teléfono, presionó un par de teclas y luego lo dejó caer de costado. — Ya llamé a la policía, vendrán en unos minutos. — ¿Quiénes son esos hombres? — preguntó Sara. La balacera seguía intensa. Los perdigones de las balas rebotaban sobre el pavimento y golpeaban el metal del auto sobre sus cabezas. — Unos son del esquema de seguridad de Emiliano. Él los envió detrás de nosotras porque no confiaba en Lara, pero los otros no sé quiénes son.Sara escuchó el ruido de algo caer al suelo, algo metálico, luego una fuerte explosión lanzó la camioneta de los hombres que habían llegado a defenderlas hacia un costado.L
Emiliano supo en ese instante que aquella sensación que lo atormentaba lo acompañaría de por vida. Fue un miedo visceral, profundo, algo instintivo. No era como cualquier miedo que hubiese sentido anteriormente, ni siquiera en el atentado en el que casi le arrebatan la vida había sentido tal sensación de vacío. Era como si hubiese saltado de varios kilómetros de altura hacia una muerte segura. — ¿Señor, sigue ahí? — le preguntó el hombre de su esquema de seguridad — . Le estoy diciendo que acaban de secuestrar a la señora Sara.Emiliano se tardó un largo segundo en entender lo que estaba pasando, en comprender lo que significaban aquellas palabras. Cuando todo regresó a él, le golpeó el pecho con tanta fuerza que cayó sentado en el mueble. Ni siquiera se había dado cuenta en qué momento se había puesto de pie. — ¿Qué sucedió? — le gritó al teléfono, aterrado. — Ella había terminado de hablar con la señora Lara cuando unos tipos las interceptaron. Traían una granada, volaron nuest
Emiliano apretó su teléfono con fuerza y dio un paso atrás, alejándose de la ambulancia. Jimena lo observó detenidamente. El indicador de llamadas decía que era Ezequiel, su suegro, o mejor dicho, su exsuegro. Emiliano sintió una extraña sensación en el estómago, como un mal presagio. — Esto es imposible — dijo, y luego contestó la llamada — . ¿Qué quieres? — preguntó con un poco de impaciencia.Al otro lado, Ezequiel soltó una carcajada. — Sorpresa — dijo — Creo que este jueguito termina hoy.Emiliano se sujetó del poste que tenía a un lado para no perder el equilibrio. — Entonces eres tú. Todo este tiempo siempre fuiste tú.Ezequiel suspiró profundamente al otro lado de la llamada. — Me parece que eres demasiado ingenuo. Fue realmente fácil desviar la atención hacia mi hija.— Es un monstruo, ¿por qué le hiciste esto? — El hombre se rio nuevamente. — Ella me lo perdonará, es mi hija. Todo lo que hago, lo estoy haciendo por su bien. — ¿Intentar asesinarme lo estás
Sara sintió un desasosiego en el estómago cuando vio a Emiliano subir por las escaleras. Sabía para qué lo quería Ezequiel. Sabía que quería matarlo. No entendía las razones o el porqué, pero lo haría.Ella no era más que una carnada y Emiliano había caído en su juego. Cuando el hombre la miró, ella negó con vehemencia. Quiso gritarle que corriera, pero tenía la mordaza bien puesta en la boca. Comenzó a empujarla con la lengua mientras los hombres tenían una corta conversación. Necesitaba quitársela, necesitaba gritarle que corriera, pero era demasiado tarde.Ezequiel sacó el arma, apuntó hacia el suelo, pero la aferró con fuerza en la mano. — Quiero tu vida — le dijo a Emiliano.Su esposo levantó la cabeza. Pensar de esa manera hizo que el nudo en su estómago creciera aún más. Su esposo, era su esposo porque legalmente lo era, porque ella quería que lo fuese, porque ni siquiera se habían divorciado. Pensarlo como su esposo hizo que sintiera esa sensación de protección y que ella
Sara vio cómo Emiliano saltó hacia un lado, esquivando el próximo disparo de Ezequiel. Se escondió tras la puerta. El segundo hombre que había subido con Emiliano corrió hacia él para tratar de dispararle, pero otro disparo en su hombro lo hizo rodar por las escaleras.Sara se apoyó en la pared y se empujó. Los perdigones de las balas pasaban volando por sobre su cabeza. Cuando cayó, la silla de madera se rompió y el espaldar se le clavó en las costillas, pero no le importó. Se removió y los trozos de madera que la sujetaban a la silla comenzaron a apartarse, dejándola libre.Sara se puso de pie, sin zapatos, cansada y con miedo. A lo lejos logró ver un tubo metálico y lo sujetó. — ¿A dónde vas, perra? — le gritó Ezequiel.Pero Sara logró refugiarse detrás de una pared antes de que el hombre le disparara. Las balas rompieron el concreto a su lado. Ezequiel disparaba a diestra y siniestra. El sonido del helicóptero se hacía cada vez más fuerte. Sara vio cómo un par de hombres más b
Sara no sintió rabia ante la confesión de Luna, ni tampoco sintió placer al verla descompuesta frente a ella. Estiró la mano y agarró la de Luna con fuerza. La mujer trató de apartarla, pero Sara la mantuvo sujeta.— Déjame adivinar, ¿Mario? — preguntó Sara, y Luna asintió.— Él me dijo que tú le eras infiel a Emiliano. Me mintió y me manipuló. Por eso contraté a una prostituta para que fingiera que se acostaba con él. Yo ni siquiera supe cómo lo drogaron.— ¿Tú eres la mujer que aparecía en el video de seguridad con el casco de motociclista, cierto?Luna asintió. — No sabes cuánto me ha pesado estos años. Cuando regresaste a Casa Monter, tenía miedo, por eso me comporté tan hostil. Tenía miedo de que supieras la verdad. Tenía miedo de que mi hermano me delatara por ello.Sara apretó con más fuerza la mano de la mujer. — No es tu culpa, es culpa de Mario. Él fue quien nos manipuló, quien nos usó. De verdad lamento que hubieras tenido que llegar a eso. Pero lo importante es que es
Era la noche del viernes, la despedida de soltero de Emiliano Monter, el hombre más rico y frío de la ciudad. Emiliano Monter estaba sentado en el amplio mueble rodeado de sus amigos, no eran más que seis hombres, los únicos seis en los que él podía confiar realmente. Las luces se apagaron, apenas se encendió una en el centro del techo que apuntó hacia un punto en específico donde una mujer rubia apareció. Tenía el cabello corto a los hombros y una máscara que le cubría el rostro, un traje de cuero que ajustaba su perfecta silueta con cadenas de plata que hacían ruido cuando la mujer se movía. La música comenzó, los amigos de Emiliano se inclinaron hacia el frente para ver el espectáculo, pero él simplemente se encogió de hombros, no quería una despedida de soltero, tampoco quería una bailarina exótica, pero ¿quién podía decirle que no a su amigo Samuel? La mujer estiró las caderas y arqueó la espalda. Era indudable que era un espectáculo de mujer, con la figura marcada, las pie
— ¡Esta mujer es mi esposa! — ante tal confesión, La rubia se soltó con fuerza del agarre de Emiliano y salió corriendo. Sus tacones resonaron por el suelo de mármol, sobre la alacena del corredor había dejado su abrigo.Se cubrió con él y salió corriendo, pero Emiliano no podía dejarla ir.Utilizó la fuerza de voluntad y la adrenalina que le había dado el encuentro para correr tras la bailarina, el corazón le latió con fuerza, el dolor en el pecho fue como un apuñalada.¡La había encontrado nuevamente¡ ¡después de tantos años de haber pedido su rastro! Mientras corría, le dolía con fuerza el corazón.Salió al corredor de su edificio y cuando las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse, corrió tras ella, pero no logró llegar a tiempo. — ¡Sara! — gritó a las puertas cerradas del elevador, pero no la dejaría escapar, no esa vez. Salió corriendo a toda velocidad por las escaleras, eran ocho pisos. Saltaba de a dos a tres escalones, cuando llegó al primer piso, cansado y sudoroso,