Javier García y yo llevábamos tres años juntos, pero nunca mostró interés en casarse conmigo. De repente, cayó rendido ante los encantos de mi hermanastra y empezó a perseguirla sin disimulo. A diferencia de otras veces, cuando solía ahogarme en lágrimas y aguardar pacientemente su regreso, esta ocasión fue distinta. Me desprendí de cada uno de sus obsequios y convertí en jirones aquel vestido de novia que había adquirido a escondidas, soñando con nuestro futuro. Decidí marcharme de Puerto Céfiro el mismo día de su cumpleaños, completamente sola. Momentos antes de embarcar, recibí su mensaje en WhatsApp preguntando por mi ausencia, diciendo que todos me esperaban. Esbocé una sonrisa mientras lo bloqueaba de todas mis redes y contactos. Él ignoraba que, dos semanas atrás, había aceptado convertirme en la esposa de Samuel Torres, quien había sido mi compañero en la universidad. Mi plan era simple: al llegar a mi nuevo destino, celebraríamos nuestra boda.
Leer másLa boda fue espléndida y profundamente romántica. Javier y Mariano no pudieron entrar a la ceremonia, pero por algún acuerdo tácito, ninguno se marchó.Mariano no pudo quedarse hasta el final. Sufrió un ataque cardíaco repentino y fue llevado al hospital en ambulancia. Sobrevivió, pero quedó en coma.Javier permaneció hasta el final. Por alguna razón, Julia, la mejor amiga de Alejandra, nunca lo había bloqueado, así que pudo ver toda la boda a través de sus redes sociales.Javier ya sabía que el novio era Samuel, un compañero de universidad de Alejandra. Era excepcionalmente brillante y ella solía elogiarlo mucho. En aquella época, cuando apenas estaban coqueteando, él siempre sentía celos. Por eso Alejandra dejó de mencionarlo y se distanció de Samuel. Pero irónicamente, después de todo, terminó casándose con él.Como hombre, Javier podía ver claramente cuánto la amaba Samuel. En cada foto, en cada video, la manera en que la miraba estaba llena de amor y devoción. Javier se vio reflej
Mi boda con Samuel fue en la primavera del año siguiente. Como habíamos prometido en nuestra juventud, Julia fue mi única dama de honor. No invité a nadie de Puerto Céfiro, pero de alguna manera la noticia se filtró. El día de la boda, papá y Javier aparecieron.Samuel vino a preguntarme qué quería hacer. La maquillista estaba trabajando en mi rostro cuando levanté la vista y nos vi a ambos en el espejo. El maquillaje nupcial era más elaborado, haciéndome lucir diferente. Como las begonias que Samuel había plantado en nuestra casa, florecía tímidamente, delicada pero cautivadora. Y él, en su traje negro de novio, se veía increíblemente apuesto. Nuestras miradas se encontraron y ambos sonreímos.—No quiero verlos.Samuel asintió sin dudar: —Bien, haré que los escolten afuera.—Gracias.El pasado y sus heridas permanecerían en mi corazón hasta desvanecerse con el tiempo. Esta vida es demasiado corta para forzar lazos familiares. Ya no quería forzarme a mí misma.Cuando subí al altar en m
Pero su "papá", que tanto la había querido, ni siquiera la miró. Con un gesto de la mano, como espantando moscas molestas, ordenó que sacaran a madre e hija.En la puerta, Camila hizo un último intento desesperado. Se aferró a las columnas gritando histéricamente: —¡Javier! ¡No puedes hacerme esto! ¡Estoy embarazada! ¡El bebé es tuyo! ¡Tienes que responder por mí!—¿Javier? —Mariano lo miró interrogante.Javier sintió náuseas. Quería reír pero no podía. ¿Cómo pudo haberse enamorado de alguien tan repugnante?—Mariano —se acercó al anciano de cabello casi blanco—. Nunca la toqué, lo juro.—Bien, bien —Mariano suspiró aliviado y volvió a hacer un gesto. Los guardias las arrastraron fuera hasta que sus gritos se perdieron en la distancia.El atardecer caía sobre la mansión mientras ambos contemplaban las begonias marchitas. Las flores dormían, sin saber cuándo volverían a despertar. Eran las favoritas de la madre de Alejandra, y después de su muerte, Alejandra las había cuidado. Ahora que
Los vecinos llamaron a administración por el escándalo, y así se enteró de que Alejandra se había mudado y puesto el apartamento en venta.¿Adónde se fue? ¿Seguía en Puerto Céfiro? ¿Volvería alguna vez? Javier no sabía nada. Solo tenía un pensamiento que lo aterrorizaba como una bestia acechando en la oscuridad: había perdido a Alejandra. Quizás la había perdido para siempre.Todas las mentiras y manipulaciones de Camila y su madre contra Alejandra salieron a la luz. Hasta los sirvientes de los Ponce defendieron a su señorita. El día que las echaron de la mansión, fue humillante. Eran como ratas que todos querían golpear.Javier, parado entre los arbustos marchitos de begonias, sintió que se le humedecían los ojos. Las flores volverían a florecer, pero hay personas que nunca regresan.Mariano había intentado contactarla muchas veces, pero ella colgaba en silencio al oír sus voces. Al irse de Puerto Céfiro, se llevó las pertenencias de su madre y toda su herencia. Los Ponce solo eran un
—¡Claro que soy alérgica a los duraznos, papá lo sabe! Fue él quien descubrió que Alejandra había hecho que la sirvienta pusiera jugo en mi cama... —sollozó Camila.—¡Mentirosa! —Javier se abalanzó sobre ella y la agarró del cuello de la blusa. Con su altura, casi la levantó del suelo.—Javier... suéltame, no puedo respirar...La miró con un rostro que se iba deformando por la ira: —Camila, ¿olvidaste que usas el perfume favorito de Alejandra? El que yo le compraba constantemente. Aunque después lo olvidé...Javier soltó una risa amarga. Había olvidado tantas cosas: la devoción de Alejandra durante años, la profundidad de su amor, sus tres años juntos, cuánto anhelaba ella formar una vida con él. Olvidó cómo lloraba en silencio cuando terminaron, aceptando todo sin protestar. Olvidó la bondad y dulzura de la mujer que una vez amó. Olvidó que la había adorado antes de abandonarla. Había olvidado tanto que ahora estaba pagando las consecuencias.—Este perfume tiene notas de durazno y gar
Recordó la última mirada de Alejandra: vacía, sin emoción alguna. Como si él fuera un extraño, un simple transeúnte en su vida.Javier se levantó bruscamente, pero antes de que pudiera salir, Camila entró.—Javier —su voz suave y tímida como siempre, sus grandes ojos brillantes a punto de llorar, como si alguien la hubiera lastimado—. ¿Por qué bebiste tanto? Mañana te dolerá la cabeza.Se acercó y lo tomó del brazo con dulzura. Javier iba a hablar cuando percibió ese perfume familiar. Algo se removió en su interior y detuvo el impulso de apartarla.—¿Qué perfume es ese?La suavidad repentina en su voz emocionó a Camila.—¿Es la misma marca de la otra vez?Camila dudó un momento pero asintió: —Sí, la misma.Sonreía por fuera, pero por dentro crecía su resentimiento. Era el perfume que había tomado del tocador de Alejandra. Quería romper todos los frascos, aunque fueran de marcas caras y sin abrir. Pero Javier solo le gustaba ese aroma; cuando usaba otros, parecía despreciarla.—Si te gu
—Javier, ¿quieres matarte bebiendo así? ¿No ves que todos estamos preocupados? —su amigo sujetó la botella—. Acabamos de llamar a Camila, viene en camino. Por favor, deja de beber.De repente, Javier sintió un profundo desprecio por el nombre de Camila. Empujó a su amigo y arrojó la botella contra el suelo.—¿Quién les pidió que la llamaran? ¿Yo se los pedí?—Es tu novia, ¿a quién más podíamos llamar?—¿Mi novia? —Javier rio con amargura—. ¿Acaso no saben quién es mi verdadera novia?Los amigos se miraron confundidos: —Javier, ¿olvidaste que terminaste con Alejandra? Tú mismo dijiste en el grupo que llamáramos 'cuñada' a Camila. Incluso Alejandra los felicitó antes de salirse. ¿No ibas a comprometerte con Camila?—No habrá compromiso —Javier pidió otra botella.—Javier, no puedes seguir bebiendo...—¿Creen que les haré caso?—Claro que no, tú solo escuchabas a Alejandra. Si ella estuviera aquí, ya te habría llevado a casa en vez de dejarte beber hasta terminar en el hospital.Javier gu
—Samuel...—No estoy soñando. Eres tú, Alejandra, ¿verdad?De repente, tomó mi rostro entre sus manos. Tan cerca que nuestras respiraciones se mezclaban. Sus ojos nublados por el alcohol mostraban confusión, incredulidad y una inexplicable amargura. Mi corazón se encogió de dolor.—Samuel, no estás soñando. Soy yo, Alejandra...Antes de terminar, sentí sus labios sobre los míos en un beso suave y delicado. Apenas pude reaccionar cuando ya me había soltado. Al ver mi expresión de sorpresa y nerviosismo, me tomó de la mano y me ayudó a sentarme correctamente.El auto arrancó y Samuel bajó la división. El espacio cerrado me ponía más nerviosa, pero él me soltó la mano.—No temas, Alejandra. No haré nada aquí.Me acomodó un mechón de cabello: —Esperaré pacientemente hasta nuestra noche de bodas.Bajé la cabeza sonrojada y después de un momento, asentí suavemente.Mientras tanto, Javier volvía a estar ebrio, ignorando los consejos de sus amigos. No entendía bien por qué se sentía tan mal úl
Mientras esperaba a Samuel en el vestíbulo, recibí una llamada de un amigo de Puerto Céfiro.—Alejandra, ¿dónde has estado estos días? No te hemos visto.—Tengo algunos asuntos personales que atender.—¿Por qué no vienes a reunirte con nosotros?—No, gracias. Diviértanse ustedes —sonreí.—Espera, no cuelgues... Mira, es Javier. Está muy mal, está borracho y no escucha a nadie. Si no estás ocupada, ¿podrías venir? Nos preocupa que le vuelva a sangrar el estómago.—Llamen a Camila.—Alejandra, Javier acaba de echarla. Se nota que todavía te quiere, está arrepentido.—Basta, Diego. Terminamos —apreté el teléfono con firmeza, mi voz serena—. Ya no tengo nada que ver con él. No vuelvan a llamarme.Escuché un alboroto, como si alguien le hubiera arrebatado el teléfono a Diego. Estaba por colgar cuando oí la voz de Javier:—Alejandra, ellos te llamaron por su cuenta, no tiene nada que ver conmigo —su tono arrogante y altivo de siempre.—Bien, voy a colgar.—Alejandra... —volvió a llamarme, su