Antes, sin importar cuán dolida estuviera, siempre lo esperaba pacientemente a que volviera. Él se había acostumbrado a eso. Todos a su alrededor decían que yo nunca podría dejarlo, y él lo creía firmemente.Mientras me alejaba con mis maletas, escuché la dulce voz de Camila:—Javier, llegaste —corrió hacia él, aferrándose a su brazo y pegándose a su cuerpo—. ¿Se te pasó la alergia?Javier le apartó el cabello de la frente para examinarla con cuidado.—Mucho mejor —sonrió Camila con dulzura—. Javier, no te enojes con Alejandra. En realidad es mi culpa; si no fuera tan delicada de salud, papá no nos hubiera hecho intercambiar habitaciones y Alejandra no se habría desquitado conmigo...—Esto no es tu culpa, ella es la mezquina —respondió Javier mirándome mientras abrazaba a Camila intencionadamente—. Entremos, no quiero que el viento te irrite la cara.—Sí.Los vi alejarse abrazados, como si fueran uno solo. Mi corazón, antes turbulento, ahora estaba tranquilo como un lago en calma.Desp
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