Capítulo 4
Apenas salí del grupo, Javier me llamó.

—Alejandra, necesito que vengas ahora mismo.

—¿A dónde?

—Ya sabes, al lugar de siempre.

—¿Qué pasa?

—Tienes que disculparte con Camila.

—¿Por qué?

—Te saliste del grupo de repente. ¿No te das cuenta de lo que los demás van a pensar de ella? —el tono de Javier era duro y dominante—. No quiero que hablen mal de Camila. Yo soy quien la quiere y quien decidió darle un lugar en mi vida. Es inocente y no merece que la tachen de arrebatadora de novios por tus impulsos y arrebatos.

Aunque ya no dejaba que sus palabras me afectaran, sentí una punzada de dolor en el pecho. Mis manos temblaban mientras sostenía el teléfono.

—Javier, no puedes tratarme así —mi voz también temblaba—. ¿Con qué derecho me lastimas de esta manera? Tú eres quien me traicionó. Yo no he hecho nada, incluso los felicité. ¿Qué más quieres?

Me esforzaba por contener las lágrimas, pero mi voz me traicionaba. Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea.

—Alejandra, por esta vez lo dejaré pasar. Pero quiero que entiendas que Camila es inocente. No la culpes ni la lastimes por esto.

Colgó. Me quedé sentada en la alfombra, temblando. Desde la foto en mi mesita de noche, mamá me miraba con dulzura. De repente, las lágrimas comenzaron a caer sin control y me abalancé a abrazar el marco. A través del frío cristal, pegué mi rostro al de ella. Mientras mis lágrimas caían, parecía que incluso la foto de mamá compartía mi dolor.

No quería seguir llorando, no quería que mamá se entristeciera donde sea que estuviera. Después de su aniversario luctuoso, me llevaría las cosas que me heredó y dejaría Puerto Céfiro para siempre.

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