Mientras esperaba a Samuel en el vestíbulo, recibí una llamada de un amigo de Puerto Céfiro.—Alejandra, ¿dónde has estado estos días? No te hemos visto.—Tengo algunos asuntos personales que atender.—¿Por qué no vienes a reunirte con nosotros?—No, gracias. Diviértanse ustedes —sonreí.—Espera, no cuelgues... Mira, es Javier. Está muy mal, está borracho y no escucha a nadie. Si no estás ocupada, ¿podrías venir? Nos preocupa que le vuelva a sangrar el estómago.—Llamen a Camila.—Alejandra, Javier acaba de echarla. Se nota que todavía te quiere, está arrepentido.—Basta, Diego. Terminamos —apreté el teléfono con firmeza, mi voz serena—. Ya no tengo nada que ver con él. No vuelvan a llamarme.Escuché un alboroto, como si alguien le hubiera arrebatado el teléfono a Diego. Estaba por colgar cuando oí la voz de Javier:—Alejandra, ellos te llamaron por su cuenta, no tiene nada que ver conmigo —su tono arrogante y altivo de siempre.—Bien, voy a colgar.—Alejandra... —volvió a llamarme, su
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