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Me sorprendió ver que mis hermanos salían a recibirnos con Baltar y Maeve. Ayudé a desmontar a Risa y nos adelantamos juntos hacia ellos. Risa les hizo una rápida reverencia que los hizo reír por lo bajo, porque convertirse en mi esposa no había alterado su modestia.

—Bienvenida, Risa —le dijo Milo, haciéndose a un lado e invitándonos a entrar al puesto.

Maeve la recibió con un ramillete de hierbas medicinales con flores secas, no sólo porque era imposible hallar flores vivas en esa época del año, sino también para reconocerla como sanadora.

—Tu casa espera —terció Mendel palmeándome la espalda, y agregó sólo para mí:—. Y ya deja de sonreír como cachorro con hueso nuevo.

Le di un codazo, que él respondió con un palmazo en mi nuca, hasta que apareció Milo a empujarnos suavemente para que no nos detuviéramos.

—Ya los dos, que hace un frío de mil demonios —nos regañó.

A lo largo del sendero abierto en la nieve de la empalizada al pozo se habían

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