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“Mi amado señor

Por favor no te enfades con Baltar y Maeve. Hicieron cuanto podían para disuadirme. Pero soy sanadora y la esposa de un guerrero, del padre de la manada. Te suplico que comprendas que no podía quedarme cómoda y a buen resguardo sabiendo que podía ayudar. Sólo te pido que confíes en mí. Tienes mi palabra de que no correré riesgos. Me quedaré con los heridos, lejos de la lucha, y obedeceré en todo a tus hermanos.

Te amo con todo mi corazón, y aguardaré ansiosa el momento de reunirme contigo. No olvides que eres mi vida. Cuídate por mí así como yo me cuidaré por ti.

Siempre tuya,

Risa.”

Estrujé la hoja en mi puño con un nudo en la garganta, mirando sin ver el fuego, perdido en la angustia y la impotencia que me ahogaban.

Maeve acercó un taburete, donde apoyó un plato desbordante de comida, un tazón de sopa, una hogaza de pan. El miedo me había cerrado el estómago, pero el olor de la

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