Sus palabras no dejaron de alarmarme.
—Son los arrogantes de siempre —explicó Kendra irritada. Nunca se había distinguido por su simpatía hacia los humanos, y era evidente que la situación no la preocupaba como a su compañero, sino que la indignaba—. En vez de dedicar todo su esfuerzo a trabajar para tener un buen hogar para ellos y sus familias, no dejan de quejarse por su situación. Y por supuesto que nos culpan a nosotros.
—No todos —aclaró Erwin, intentando ser conciliador sin contradecirla—. El viejo carpintero y su mujer se han convertido en algo así como sus nuevos líderes, y se esfuerzan por hacer quedar a los antiguos cazadores como lo que son: un atajo de perezosos arrogantes que no se resignan a que las cosas han cambiado. La mayoría de los humanos le hace más caso al carpintero que a ellos.
—El problema es que los agitadores son los únicos entrenados en el uso de armas —continuó Kendra—. O sea, los más necesarios para la defensa.
—Eso estará r
—¿Qué ocurre ahora? —inquirió indignado el antiguo jefe de cazadores, como si estuviera en posición de demandar explicaciones—. ¿La pequeña chupasangre los ha convencido de que vuelvan a echarnos de nuestros hogares?Las palabras del humano despertaron todas mis alarmas instintivas, recordándome con un escalofrío que Risa había anticipado que la culparían por lo ocurrido en la aldea del Bosque Rojo la primavera anterior. Mendel lo arrojó al suelo de un bofetón que le hizo sangrar la nariz.—Mide tus palabras, malnacido. Estás hablando de la esposa del Alfa —le espetó en tono amenazante.Los otros hombres lanzaron miradas furibundas a una de las caras nuevas, que meneó la cabeza como diciendo que no tenía culpa de nada.—¿Quién es ése? —le pregunté a Erwin mientras Garnik obligaba al cazador a volver a arrodillarse.—El herrero —respondió mi primo de inmediato.Alcé la vista ceñudo hacia Mendel, que me enfrentó interrogante.—Es el pad
Indiferente al alboroto que seguía llegando desde la plaza, donde los ánimos no mostraban trazas de calmarse, ayudé a Risa a beber la mitad del té sedante, hasta que se atragantó y comenzó a toser. Advertí con un escalofrío las gotas de sangre mezcladas en su saliva. Hazel las vio también y me presionó el hombro para que me abriera.—No podemos esperar a que se duerma, Mael —dijo con acento perentorio—. Está sangrando por dentro. Necesitamos aplicarle compresas frías para cortar la hemorragia, y debemos hacerlo de inmediato.Me limité a asentir, porque el miedo me impedía articular palabra, y comencé a aflojar las cintas del cuello alto de su vestido. Ignoré sus quejas débiles, estrechándola contra mí para evitar que siguiera debatiéndose. Al fin logramos desvestirla hasta que quedó en enaguas.Hazel trajo el caldero con agua que dejara junto al hogar y comenzó de inmediato a lavar a Risa. Mi pobre pequeña seguía temblando agitada, y por momentos parecía que le
En el lado norte de la plaza, frente al pozo, había una carreta cargada de piedras para mantenerla inmóvil. Y amarrados a ella con las manos tras la espalda, retorciéndose y chillando como si estuvieran despellejándolos vivos, la docena de muchachitos que mi hermano mencionara. A un costado, mis sobrinos custodiaban a los agitadores que detuviéramos un rato antes. Los tenían de rodillas, amordazados y maniatados, sus ligaduras colgando de su cuello con un nudo corredizo, que se ajustaría si tentaban cualquier movimiento.En la esquina opuesta estaba Erwin con el viejo carpintero y su esposa, a quien yo recordaba de cuando los trajéramos desde el Valle. Intentaron acercarse a mí, pero mi expresión bastó para que Erwin los detuviera, indicándoles que aguardaran.Avancé hasta el pozo, donde me paré de frente a los que se agolpaban al sur de la plaza.—¡Silencio! —rugí, sin contener la furia que me ganaba de sólo mirarlos. Los míos hundiero
Contuve el impulso de acariciarle el pelo, como hubiera hecho para calmar a uno de los míos.—Tranquila, estás a salvo —agregué cruzando mis manos dentro de su campo visual, para que supiera que no era mi intención tocarla—. Gracias por ayudar a mi esposa, aun a riesgo de resultar herida.Asintió tratando en vano de serenarse y volví a erguirme, retrocediendo para ayudarla a sentirse más segura. Su miedo comenzó a limpiarse como por encanto, confirmando mis sospechas.Me volví hacia la carreta absorbiendo las implicaciones de mi descubrimiento y un escalofrío de furia renovada corrió por mi espalda al enfrentar a los muchachitos.—¿Qué quieres hacer con ellos? —me preguntó Mendel, cerrado a los demás.—Matarlos a todos —mascullé.—Huelga decirlo. Me refiero a estos en particular, hoy.—¿Qué castigo les impondrías tú?—Para empezar, diez azotes a los rapazuelos, veinte a los padres y un tiempo en el calabozo —replicó sin vacilar
La expresión de Erwin al verme entrar a la amplia habitación que oficiaba de cocina y comedor de diario delataba que había escuchado lo que acababa de hablar con su nuera. Dejó lo que estaba haciendo para acercarse a la mesa, esperando la reprimenda que sabía en ciernes.—¿Mejor no entrometernos? —repetí iracundo—. ¿Y qué harás cuando traten de atacar a una de las nuestras?—Ya lo intentaron —dijo Kendra entrando a la casa—. Mis hijos mataron a los tres.Erwin enrojeció hasta las orejas y comenzó a sudar copiosamente, evitando mi mirada fulgurante. Oí que Kendra se dirigía al dormitorio. Sus imprecaciones dejaron más que claro lo que sentía al ver a Risa en semejante estado.Un momento después apareció en la cocina emanando indignación por cada uno de sus poros.—¡Es tu culpa! —le reprochó a su compañero, pasando a mi lado hacia él—. ¡Esas malditas bestias ya trataron de atacar a una de tus sobrinas! ¡Si yo no hubiera intervenido, los culpables seg
Como era de esperar, el cuervo intentó arrancarme los dedos cuando quise tocarlo.—Ya, Bardo —lo regañé, como si me entendiera—. Risa necesita que lleves este mensaje.—¡Risa! —chilló, extendiendo las alas sobre la cabeza de mi pequeña para protegerla.—¡Shhh! Sí, Risa. —Le mostré el rollito de papel en mi mano—. Mensaje de Risa para Enyd.—¡Risa!Traté de tocarle el pico para silenciarlo y me asestó un picotazo que me arrancó sangre del dedo.—¡Maldición! —mascullé llevándomelo a la boca—. ¡Bardo!Entonces una mano vendada surgió de debajo de la manta. Risa volvió apenas la cara hacia el cuervo, sin abrir los ojos. No me atreví a moverme ni hablar. El cuervo se aquietó de inmediato, estirando la cabeza para frotarla
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man