—¿Qué ocurre ahora? —inquirió indignado el antiguo jefe de cazadores, como si estuviera en posición de demandar explicaciones—. ¿La pequeña chupasangre los ha convencido de que vuelvan a echarnos de nuestros hogares?
Las palabras del humano despertaron todas mis alarmas instintivas, recordándome con un escalofrío que Risa había anticipado que la culparían por lo ocurrido en la aldea del Bosque Rojo la primavera anterior. Mendel lo arrojó al suelo de un bofetón que le hizo sangrar la nariz.
—Mide tus palabras, malnacido. Estás hablando de la esposa del Alfa —le espetó en tono amenazante.
Los otros hombres lanzaron miradas furibundas a una de las caras nuevas, que meneó la cabeza como diciendo que no tenía culpa de nada.
—¿Quién es ése? —le pregunté a Erwin mientras Garnik obligaba al cazador a volver a arrodillarse.
—El herrero —respondió mi primo de inmediato.
Alcé la vista ceñudo hacia Mendel, que me enfrentó interrogante.
—Es el pad
Indiferente al alboroto que seguía llegando desde la plaza, donde los ánimos no mostraban trazas de calmarse, ayudé a Risa a beber la mitad del té sedante, hasta que se atragantó y comenzó a toser. Advertí con un escalofrío las gotas de sangre mezcladas en su saliva. Hazel las vio también y me presionó el hombro para que me abriera.—No podemos esperar a que se duerma, Mael —dijo con acento perentorio—. Está sangrando por dentro. Necesitamos aplicarle compresas frías para cortar la hemorragia, y debemos hacerlo de inmediato.Me limité a asentir, porque el miedo me impedía articular palabra, y comencé a aflojar las cintas del cuello alto de su vestido. Ignoré sus quejas débiles, estrechándola contra mí para evitar que siguiera debatiéndose. Al fin logramos desvestirla hasta que quedó en enaguas.Hazel trajo el caldero con agua que dejara junto al hogar y comenzó de inmediato a lavar a Risa. Mi pobre pequeña seguía temblando agitada, y por momentos parecía que le
En el lado norte de la plaza, frente al pozo, había una carreta cargada de piedras para mantenerla inmóvil. Y amarrados a ella con las manos tras la espalda, retorciéndose y chillando como si estuvieran despellejándolos vivos, la docena de muchachitos que mi hermano mencionara. A un costado, mis sobrinos custodiaban a los agitadores que detuviéramos un rato antes. Los tenían de rodillas, amordazados y maniatados, sus ligaduras colgando de su cuello con un nudo corredizo, que se ajustaría si tentaban cualquier movimiento.En la esquina opuesta estaba Erwin con el viejo carpintero y su esposa, a quien yo recordaba de cuando los trajéramos desde el Valle. Intentaron acercarse a mí, pero mi expresión bastó para que Erwin los detuviera, indicándoles que aguardaran.Avancé hasta el pozo, donde me paré de frente a los que se agolpaban al sur de la plaza.—¡Silencio! —rugí, sin contener la furia que me ganaba de sólo mirarlos. Los míos hundiero
Contuve el impulso de acariciarle el pelo, como hubiera hecho para calmar a uno de los míos.—Tranquila, estás a salvo —agregué cruzando mis manos dentro de su campo visual, para que supiera que no era mi intención tocarla—. Gracias por ayudar a mi esposa, aun a riesgo de resultar herida.Asintió tratando en vano de serenarse y volví a erguirme, retrocediendo para ayudarla a sentirse más segura. Su miedo comenzó a limpiarse como por encanto, confirmando mis sospechas.Me volví hacia la carreta absorbiendo las implicaciones de mi descubrimiento y un escalofrío de furia renovada corrió por mi espalda al enfrentar a los muchachitos.—¿Qué quieres hacer con ellos? —me preguntó Mendel, cerrado a los demás.—Matarlos a todos —mascullé.—Huelga decirlo. Me refiero a estos en particular, hoy.—¿Qué castigo les impondrías tú?—Para empezar, diez azotes a los rapazuelos, veinte a los padres y un tiempo en el calabozo —replicó sin vacilar
La expresión de Erwin al verme entrar a la amplia habitación que oficiaba de cocina y comedor de diario delataba que había escuchado lo que acababa de hablar con su nuera. Dejó lo que estaba haciendo para acercarse a la mesa, esperando la reprimenda que sabía en ciernes.—¿Mejor no entrometernos? —repetí iracundo—. ¿Y qué harás cuando traten de atacar a una de las nuestras?—Ya lo intentaron —dijo Kendra entrando a la casa—. Mis hijos mataron a los tres.Erwin enrojeció hasta las orejas y comenzó a sudar copiosamente, evitando mi mirada fulgurante. Oí que Kendra se dirigía al dormitorio. Sus imprecaciones dejaron más que claro lo que sentía al ver a Risa en semejante estado.Un momento después apareció en la cocina emanando indignación por cada uno de sus poros.—¡Es tu culpa! —le reprochó a su compañero, pasando a mi lado hacia él—. ¡Esas malditas bestias ya trataron de atacar a una de tus sobrinas! ¡Si yo no hubiera intervenido, los culpables seg
Como era de esperar, el cuervo intentó arrancarme los dedos cuando quise tocarlo.—Ya, Bardo —lo regañé, como si me entendiera—. Risa necesita que lleves este mensaje.—¡Risa! —chilló, extendiendo las alas sobre la cabeza de mi pequeña para protegerla.—¡Shhh! Sí, Risa. —Le mostré el rollito de papel en mi mano—. Mensaje de Risa para Enyd.—¡Risa!Traté de tocarle el pico para silenciarlo y me asestó un picotazo que me arrancó sangre del dedo.—¡Maldición! —mascullé llevándomelo a la boca—. ¡Bardo!Entonces una mano vendada surgió de debajo de la manta. Risa volvió apenas la cara hacia el cuervo, sin abrir los ojos. No me atreví a moverme ni hablar. El cuervo se aquietó de inmediato, estirando la cabeza para frotarla
Las horas se eternizaron en ese día interminable. Cada vez que Hazel renovaba las compresas en el abdomen de Risa, el hematoma parecía aclararse y reducirse. Aunque la sanadora me mostró que en realidad estaba desplazándose hacia abajo, y ya casi le cubría la pelvis.—Seguirá yendo con sangre hasta que termine de expulsar todo —explicó—. Lo bueno es que no se ha extendido. Significa que la hemorragia interna ha cesado.—¿Cuándo podremos moverla? —inquirí—. Quiero llevarla a casa cuanto antes.Hazel meneó la cabeza con una mueca.—El traqueteo constante de una carreta agravaría su condición.—¿Entonces? ¿Cuándo?—No lo sé, Mael. Al menos varios días. Depende de cómo siga evolucionando. Tienes mi palabra que te lo diré tan pronto sea posible.Me
La reacción de Mendel al recibir la noticia fue darme un abrazo largo y estrecho. Me sostuvo en silencio, permitiéndome dar rienda suelta a mi miedo y mi dolor hasta que fui capaz de rehacerme un poco.—Preparemos todo para trasladar a Risa —dijo entonces—. Lo mejor es mantenernos ocupados hasta que sepamos de ella.Los hijos de Mora regresaban de una patrulla por la parte sur de la aldea, y se ofrecieron de inmediato a preparar el transporte para Risa. Por fortuna, ellos y Mendel mantenían la cabeza más clara que yo, porque me resultaba imposible prestar atención a nada, todos mis pensamientos en lo que estaría pasando en casa de Hazel.—Enyd necesitará ayuda —señaló mi hermano—. ¿A quién te llevarás? ¿Hay aquí otra sanadora además de Hazel?Amanecía y estábamos a las puertas de nuestros establos, donde mis sobrinos sacaran una carreta para montar un armazón de madera sobre la caja.—¿A qué te refieres? —pregunté distraído.—Precisas una o
LIBRO 2 - RISA*Abrí los ojos bruscamente al resplandor cansino de los rescoldos en el hogar. Afuera era aún noche cerrada. No recordaba el sueño que acababa de despertarme y sabía que era una suerte. Ya bastante me habían torturado mis pesadillas recurrentes en los últimos meses.Quillan dormía boca abajo contra mi espalda, roncando suavemente, y Sheila apoyaba la frente en mi pecho, tendida de lado como yo, muy cómoda entre mis brazos.La presencia tibia de los niños era una bendición que no me cansaba de agradecer. A decir verdad, sin ellos no creo que hubiera sido capaz de dormir una sola noche entera de ese invierno eterno. Su compañía me distraía de ese vago malestar insoslayable que me acosaba día y noche desde que Mael regresara al norte. Esa especie de vacío dentro, a veces en el pecho, a veces en el estómago, record&a