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—¿Qué ocurre ahora? —inquirió indignado el antiguo jefe de cazadores, como si estuviera en posición de demandar explicaciones—. ¿La pequeña chupasangre los ha convencido de que vuelvan a echarnos de nuestros hogares?

Las palabras del humano despertaron todas mis alarmas instintivas, recordándome con un escalofrío que Risa había anticipado que la culparían por lo ocurrido en la aldea del Bosque Rojo la primavera anterior. Mendel lo arrojó al suelo de un bofetón que le hizo sangrar la nariz.

—Mide tus palabras, malnacido. Estás hablando de la esposa del Alfa —le espetó en tono amenazante.

Los otros hombres lanzaron miradas furibundas a una de las caras nuevas, que meneó la cabeza como diciendo que no tenía culpa de nada.

—¿Quién es ése? —le pregunté a Erwin mientras Garnik obligaba al cazador a volver a arrodillarse.

—El herrero —respondió mi primo de inmediato.

Alcé la vista ceñudo hacia Mendel, que me enfrentó interrogante.

—Es el pad

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