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LIBRO 2 - RISA

*

Abrí los ojos bruscamente al resplandor cansino de los rescoldos en el hogar. Afuera era aún noche cerrada. No recordaba el sueño que acababa de despertarme y sabía que era una suerte. Ya bastante me habían torturado mis pesadillas recurrentes en los últimos meses.

Quillan dormía boca abajo contra mi espalda, roncando suavemente, y Sheila apoyaba la frente en mi pecho, tendida de lado como yo, muy cómoda entre mis brazos.

La presencia tibia de los niños era una bendición que no me cansaba de agradecer. A decir verdad, sin ellos no creo que hubiera sido capaz de dormir una sola noche entera de ese invierno eterno. Su compañía me distraía de ese vago malestar insoslayable que me acosaba día y noche desde que Mael regresara al norte. Esa especie de vacío dentro, a veces en el pecho, a veces en el estómago, record&a

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