Cenamos platicando sobre los meses que pasara en el norte. Había sido un invierno difícil en la frontera, explicó, porque tal como él y la reina esperaban, los vampiros llegaron en números que él jamás viera, y reclutaron más vasallos humanos que nunca antes. Se negó a entrar en detalles sobre los enfrentamientos. Sin embargo, admitió que durante el mes de febrero había temido verse obligado a dar la orden de retroceder, y abandonar el puesto de avanzada de Maddox.
—El recodo —aventuré.
—Sí. Construyeron un puente móvil para cruzar y eran demasiados para evitar que tomaran el vado. Tuvimos que replegarnos hasta que recibimos refuerzos, y por un momento creímos que perderíamos la posición —explicó con acento grave—. Incluso cuando llegaron Ronan y los hijos de Erwin con los suyos, no estábamos seguros de que p
Era como si hubiera olvidado su sabor exquisito. Quería volver a paladearlo, quería volver a perderme en su efecto embriagador. Lo hundí cuanto pude en mi boca y Mael se estremeció de pies a cabeza con una queja ronca, alzando apenas las caderas.Era obvio que acusaría los largos meses que nuestros cuerpos pasaran separados, y no tardó en derramarse en mi boca. Bebí de él con ansias, paladeando cada gota de miel y madreselva que caía en mi lengua. Cuando tuve a bien apartarme de su ingle, sus brazos me recibieron para que me recostara a su lado, tendida a medias sobre él.—Te amo —murmuré, entregándome con gusto a esa sensación de liviandad que se extendía por todo mi cuerpo, como si fuera a alejarme flotando si él aflojaba su abrazo.—Y yo a ti, amor mío —resolló—. Puedes creerme que no esperaba semejante bienvenid
Una de las cosas que había aprendido cuando regresara al castillo casi dos años atrás, y me integrara por primera vez a la vida cotidiana de los lobos, era la importancia de las jerarquías.Era la clave para una convivencia pacífica, ordenada, en aquel clan tan numeroso, que casi sumaba cien individuos. Cada uno tenía su lugar y sus funciones, trataba con gentileza a quienes estaban por debajo y con respeto a los que estaban por encima. Pero no importaba cuál era tu jerarquía, Omega o Alfa, los humanos estaban más abajo.Y en aquella estricta organización, como siempre me ocurría desde que tenía memoria, yo no encajaba en ningún lado. Porque era humana, así que me correspondía el último escalón. Pero era la compañera del Alfa, lo cual me situaba en lo más alto.Sin embargo, no era Luna, y a Dios gracias no lo sería mientras
Mael iba a cerrar las puertas a mis espaldas cuando se detuvo, mirando intrigado hacia la escalera. Seguí su mirada y vi que los hijos menores de Milo y Fiona trepaban a los saltos los últimos escalones en cuatro patas y corrían hacia nosotros, colándose dentro entre nuestras piernas. Sus padres los seguían de la mano, las cabezas casi juntas, como una parejita de adolescentes enamorados, platicando con sus mentes a juzgar por sus expresiones.Milo se veía fatigado, debía haber llegado del norte una hora atrás como mucho, pero volver a estar junto a su compañera bastaba para hacer brillar sus ojos de alegría. Y Fiona se veía ligera, de excelente humor, sin rastros del talante serio con que solía encarar sus deberes al frente del castillo.Alzaron la vista para saludarnos con grandes sonrisas y entramos los cuatro juntos a la sala de la reina, donde la encontramos riendo bajo un confuso
—De modo que los dos Alfas y la Luna vendrán con tu padre.—Sí, e imagino que cada uno traerá a dos o tres de sus clanes, para avalar lo que digan al regresar con los suyos.—¿Tienes idea cuándo llegarán? —inquirió Fiona cuando pasaron las risas y bromas, y podía imaginar que ya estaba contando mentalmente cuántas camas disponibles teníamos, en cuántas habitaciones, y cuánto necesitábamos en los almacenes para alimentar a todos.—Se disponían a partir dos semanas después que yo, pero les llevará tiempo —explicó Muriel—. Viajarán en tríos, dos de ellos y uno de nosotros como guía, con dos días de distancia entre grupo y grupo. Han aparecido varias ciudades humanas entre la Cuna y los valles, y una multitud de pueblitos y aldeas. Pasar desapercibidos es la forma más segur
Se dejó caer en el sillón junto al mío, levantándose los pantalones lo indispensable para que no lo molestaran al moverse, y me instó a inclinarme hacia él. Dejé mi asiento por sus rodillas mientras nos besábamos.—Quiero que me hagas el amor —susurré contra sus labios, dejándome ganar por la conocida sensación de liviandad que tanto echara en falta.—Claro que sí, amor mío, pero no esta noche —respondió acariciando mi mejilla con sonrisa fatigada—. Iremos paso a paso, como al principio, para ayudar a tu cuerpo a que no sienta ningún dolor ni molestia.En medio de la nube de bienestar que llenaba mi cabeza, reconocí que su prudencia era justificada. Costaba recordarlo entre sus brazos, pero sólo un mes atrás, algo tan simple como tender la cama me causaba dolores del pecho para abajo.—De acuerdo
Despertar abrazada a su ancha espalda, sintiendo su respiración pausada, su cuerpo distendido, era la mejor forma de recibir un nuevo día. Especialmente porque él también despertó apenas me moví, y aguardó a que me aburriera de acariciar su espalda para girar hacia mí con una sonrisa desbordante de dulzura a flor de labios. Alcé la cabeza para que pasara su brazo y me apreté contra su costado.—¿Cómo te sientes, amor mío? —preguntó besando mi frente.Me limité a asentir junto a su pecho. Él asintió también y no dijo más. Tampoco durante el desayuno hizo comentarios sobre lo que ocurriera la noche anterior, que le daba la razón a la necesidad de que me tomara las cosas con calma. No por falta de deseo de ninguno de los dos, sino porque mi cuerpo parecía que precisaba volver a aprender a recibirlo en mi seno.<
Muriel y Casey pasaron varios días en el castillo, y antes de partir aceptaron la invitación de Mael de visitar la aldea del Bosque Rojo, donde había lugar de sobra para que los clanes perdidos vivieran tranquilos, al menos hasta que decidieran si querían quedarse allí o buscar otras tierras.—¿Nos acompañarás? —me preguntó Mael esa tarde—. Partimos en la mañana y haremos noche allí.—¡Por supuesto! —asentí entusiasmada.La perspectiva de volver a viajar con Mael era una sorpresa inesperada, aunque no saliéramos del Valle. Además, hacía casi un año que no veía al clan de Ragnar, ni a Ronda. Sus hijos habían nacido sólo una semana antes que me trajeran del norte, y eran demasiado pequeños para que viniera con ellos al castillo en invierno.A la mañana siguiente, vestir ropas d
Llegamos a la aldea poco antes del atardecer. Dos o tres osas con sus oseznos merodeaban por el linde del bosque, y tan pronto olieron lobos, huyeron a refugiarse en las casas que ahora ocupaban.Desierto y silencioso, el pueblo parecía un fantasma escapado de un sueño cuando nos internamos por la calle principal hacia el norte, las casas cerradas, puertas y ventanas tapiadas, los talleres abandonados.Pronto aparecieron varias figuras allá adelante, a un centenar de metros de la plaza, a saludarnos con las manos en alto. Bardo llegó planeando y se adelantó para volar en círculos sobre Ragnar y los suyos. Los cachorros lo siguieron corriendo, y sólo entonces advertí la gruesa soga que cruzaba la calle, lo bastante baja para que cualquiera la pasara sin necesidad de saltar.Un momento después estábamos en la plaza, y desmonté apresurada para caer en brazos de Ronda primero, y las dem&aac