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Se dejó caer en el sillón junto al mío, levantándose los pantalones lo indispensable para que no lo molestaran al moverse, y me instó a inclinarme hacia él. Dejé mi asiento por sus rodillas mientras nos besábamos.

—Quiero que me hagas el amor —susurré contra sus labios, dejándome ganar por la conocida sensación de liviandad que tanto echara en falta.

—Claro que sí, amor mío, pero no esta noche —respondió acariciando mi mejilla con sonrisa fatigada—. Iremos paso a paso, como al principio, para ayudar a tu cuerpo a que no sienta ningún dolor ni molestia.

En medio de la nube de bienestar que llenaba mi cabeza, reconocí que su prudencia era justificada. Costaba recordarlo entre sus brazos, pero sólo un mes atrás, algo tan simple como tender la cama me causaba dolores del pecho para abajo.

—De acuerdo

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