Llegamos a la aldea poco antes del atardecer. Dos o tres osas con sus oseznos merodeaban por el linde del bosque, y tan pronto olieron lobos, huyeron a refugiarse en las casas que ahora ocupaban.
Desierto y silencioso, el pueblo parecía un fantasma escapado de un sueño cuando nos internamos por la calle principal hacia el norte, las casas cerradas, puertas y ventanas tapiadas, los talleres abandonados.
Pronto aparecieron varias figuras allá adelante, a un centenar de metros de la plaza, a saludarnos con las manos en alto. Bardo llegó planeando y se adelantó para volar en círculos sobre Ragnar y los suyos. Los cachorros lo siguieron corriendo, y sólo entonces advertí la gruesa soga que cruzaba la calle, lo bastante baja para que cualquiera la pasara sin necesidad de saltar.
Un momento después estábamos en la plaza, y desmonté apresurada para caer en brazos de Ronda primero, y las dem&aac
Cenamos todos allí, platicando y bromeando en un ambiente distendido que resultaba un bálsamo para mi espíritu. Me daba gusto ver tan bien al clan de Ragnar. Y tal vez por sus talantes despreocupados, alegres, y por las semanas que pasara con ellos en el norte, me sentía cómoda, en confianza, algo que a veces me costaba en el castillo.Mientras comíamos, manteníamos un ojo en los más pequeños. La actitud de Sheila había hecho que los otros cuatro le perdieran el miedo a los bebés y trataran de jugar con ellos. Y cuando eran bruscos sin darse cuenta, ella les lanzaba un tarascón para llamarlos al orden. Hasta que a todos los ganó el cansancio y se echaron a dormir frente al fuego. Entonces, los bebés se acurrucaron contra ellos y se durmieron también, muy tranquilos.—Necesitamos más cachorros por aquí —suspiró Ragnar.Conserva
Pasamos un día más en la aldea, y a la mañana siguiente emprendimos el regreso. Ronda y Ragnar nos acompañaban con sus cachorros, para que la reina tuviera oportunidad de conocerlos.Mael y yo los acompañamos a verla esa misma noche, y su emoción era tan palpable que me llenó los ojos de lágrimas. Los recibió en sus manos uno por uno y los acercó a su cara, acariciando sus cabecitas mientras ellos la olían con curiosidad, hablándoles con su mente a juzgar por la forma en que movían la cola y lamían su mejilla. Entonces los acomodaba en su falda y tomaba el siguiente.Cuando tuvo a los cuatro en su regazo, muy cómodos y tranquilos, le tendió una mano a Ronda con una sonrisa rebosante de ternura. Ella se arrodilló junto a su madre, besando su mano antes de guiarla a su cabeza. La reina se inclinó para besar su frente, y advertí que las dos
A fines de mayo llegó un cuervo desde el este, anunciando que los últimos lobos de la Cuna habían arribado sanos y salvos al Valle de Fuego, y descansarían una semana antes de cruzar las montañas. Dos días después llegaron Mendel y Mora con los hijos de ambos, y Ragnar y Ronda con sus bebés. Alfa Artos con su Luna y su Beta llegarían al día siguiente.El castillo parecía una colmena con los últimos preparativos para recibir a los representantes de los clanes perdidos.En medio de aquel ajetreo, lo mejor fue reencontrarme con Aine. Hacía año y medio que no nos veíamos, y me las arreglé para tomarme unas horas para escaparme con ella al lago. Hubiera querido llevar a los niños, pero era imposible apartarlos de los bebés de Ronda. Y al fin y al cabo resultó para bien, porque nos dio la posibilidad de hablar a solas.Aine estaba igual
Mael despertó al alba e intentó levantarse sin perturbarme. Como si pudiera escaparse de mis brazos sin que me diera cuenta. Me apreté contra su espalda, reteniéndolo un momento más junto a mi cuerpo. Se revolvió para voltear hacia mí, y alcé la cara a tiempo para atrapar sus labios con los míos.—Buenos días, mi señor.—Buenos días, amor mío.Sabía que su cabeza estaba en otro lado, de modo que me limité a robarle un beso. Su aire distraído era más que comprensible: Alfa Eamon ya había cruzado las montañas con los clanes perdidos, y estaban a menos de un día de camino del castillo.Me tendí boca abajo atravesada en la cama, los brazos cruzados bajo mi mentón, para mirarlo levantarse y vestirse, su piel pálida reflejando el mortecino resplandor de los rescoldos en el hogar, su cuerpo esbelto, musculoso, una visión que me hacía cosquillear los dedos de deseo.—¿Por qué no sales a recibir a Alfa Eamon? —propuse, mirándolo vestirse.Me enfrentó frunciendo un poco el ceño con una expresión
Desayunamos los cuatro con la reina, que parecía brillar con luz propia esa mañana, esperando a los viajeros con los bebés de Ronda en su falda. Sheila había trepado al sofá, atenta a cada movimiento de los pequeños, mientras su hermano y los hijos de Milo jugaban a sus pies.Por la tarde me ofrecí a relevar a Cordelia y Morgana con los cachorros, para que pudieran pasar tiempo con Aine y sus hermanas. Habían crecido y vivido juntas hasta que Mora llamara a sus hijas al norte, y yo sabía cuánto las echaban de menos las hijas de Milo.Ronda se me unió con sus hijos, que de inmediato se convirtieron en el centro de atención de la guardería. Los cachorros los olieron de cabo a rabo, trataron de jugar con ellos, y cuando vieron que eran demasiado pequeños para saltar y correr como ellos, se fueron a seguir sus juegos al jardín. Ronda cambió para amamantarlos rode
Alfa Eamon, esbelto como un lebrel, entró con los suyos al pabellón. Los viajeros, en cambio, optaron por saciar su sed en las grandes pilas de agua dispuestas a la sombra. Eran todos corpulentos pero de líneas estilizadas. Sus gruesas pelambres mostraban una variedad de tonos pardos, del color té con leche y un pardo rojizo como el de los zorros a un marrón tan oscuro que parecía negro. Se mezclaban con grises y blancos, que se hacían predominantes en las panzas y las patas.Aguardaron a que Alfa Eamon reapareciera en dos piernas para seguirlo hacia la reina. Él hincó su rodilla ante ella para besar su mano y se paró a su derecha, volviéndose hacia los emisarios de los clanes perdidos.Era una suerte que Mael estuviera allí para decirme al oído quién era cada uno, porque el encuentro se desarrolló en completo silencio.Un lobo de larga pelambre rojiza se ade
A pesar de que las habitaciones para los huéspedes estaban listas, además de una sustanciosa comida, los viajeros no tenían ninguna prisa en cambiar. Mael lo esperaba, y dejó que sus hermanos se los llevaran de cacería al bosque que rodeaba el lago.Tanto ajetreo y tanta emoción habían fatigado a la reina, que aceptó retirarse a descansar hasta que los recién llegados tuvieran a bien entrar al castillo. Mael, en tanto, se reunió en el comedor principal con Alfa Artos, Alfa Eamon y los suyos.—¿Vienes? —preguntó tendiéndome una mano, con una de esas sonrisas irresistibles. Sin embargo, advirtió mi expresión vacilante y me atrajo entre sus brazos—. Ya, no te preocupes. ¿Me recibirá mi señora para el almuerzo?—Serás mañoso —protesté. Fue mi turno de notar su vacilación y lo enfrent&e
Los bebés no tardaron en dormirse al sol entre las patas de su madre, las boquitas contra su panza. Entonces Briana convenció a las niñas de que no los molestaran y se las llevó hacia donde los niños jugaban con Aine y Dugan. Pronto ella también se sumó a los juegos, y daba gusto verla correr entre los cachorros, sosteniéndose los ruedos del vestido para no tropezarse, riendo agitada.Ronda se había echado junto a mí, y sin pararme a pensarlo, comencé a acariciarle el cuello, algo que nunca antes hiciera. Ronda soltó un jadeo y alzó la cabeza para apoyarla en mi regazo. Me dirigió una mirada que parecía una sonrisa, movió la cola y cerró los ojos, dejándome acariciarla y rascarle suavemente tras las orejas.Nos demoramos en el prado un par de horas, hasta que todos los cachorros acabaron echados y jadeantes. Briana regresó a sentarse conm