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Los bebés no tardaron en dormirse al sol entre las patas de su madre, las boquitas contra su panza. Entonces Briana convenció a las niñas de que no los molestaran y se las llevó hacia donde los niños jugaban con Aine y Dugan. Pronto ella también se sumó a los juegos, y daba gusto verla correr entre los cachorros, sosteniéndose los ruedos del vestido para no tropezarse, riendo agitada.

Ronda se había echado junto a mí, y sin pararme a pensarlo, comencé a acariciarle el cuello, algo que nunca antes hiciera. Ronda soltó un jadeo y alzó la cabeza para apoyarla en mi regazo. Me dirigió una mirada que parecía una sonrisa, movió la cola y cerró los ojos, dejándome acariciarla y rascarle suavemente tras las orejas.

Nos demoramos en el prado un par de horas, hasta que todos los cachorros acabaron echados y jadeantes. Briana regresó a sentarse conm

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