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A pesar de que las habitaciones para los huéspedes estaban listas, además de una sustanciosa comida, los viajeros no tenían ninguna prisa en cambiar. Mael lo esperaba, y dejó que sus hermanos se los llevaran de cacería al bosque que rodeaba el lago.

Tanto ajetreo y tanta emoción habían fatigado a la reina, que aceptó retirarse a descansar hasta que los recién llegados tuvieran a bien entrar al castillo. Mael, en tanto, se reunió en el comedor principal con Alfa Artos, Alfa Eamon y los suyos.

—¿Vienes? —preguntó tendiéndome una mano, con una de esas sonrisas irresistibles. Sin embargo, advirtió mi expresión vacilante y me atrajo entre sus brazos—. Ya, no te preocupes. ¿Me recibirá mi señora para el almuerzo?

—Serás mañoso —protesté. Fue mi turno de notar su vacilación y lo enfrent&e

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