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Alfa Eamon, esbelto como un lebrel, entró con los suyos al pabellón. Los viajeros, en cambio, optaron por saciar su sed en las grandes pilas de agua dispuestas a la sombra. Eran todos corpulentos pero de líneas estilizadas. Sus gruesas pelambres mostraban una variedad de tonos pardos, del color té con leche y un pardo rojizo como el de los zorros a un marrón tan oscuro que parecía negro. Se mezclaban con grises y blancos, que se hacían predominantes en las panzas y las patas.

Aguardaron a que Alfa Eamon reapareciera en dos piernas para seguirlo hacia la reina. Él hincó su rodilla ante ella para besar su mano y se paró a su derecha, volviéndose hacia los emisarios de los clanes perdidos.

Era una suerte que Mael estuviera allí para decirme al oído quién era cada uno, porque el encuentro se desarrolló en completo silencio.

Un lobo de larga pelambre rojiza se ade

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