Alfa Eamon, esbelto como un lebrel, entró con los suyos al pabellón. Los viajeros, en cambio, optaron por saciar su sed en las grandes pilas de agua dispuestas a la sombra. Eran todos corpulentos pero de líneas estilizadas. Sus gruesas pelambres mostraban una variedad de tonos pardos, del color té con leche y un pardo rojizo como el de los zorros a un marrón tan oscuro que parecía negro. Se mezclaban con grises y blancos, que se hacían predominantes en las panzas y las patas.
Aguardaron a que Alfa Eamon reapareciera en dos piernas para seguirlo hacia la reina. Él hincó su rodilla ante ella para besar su mano y se paró a su derecha, volviéndose hacia los emisarios de los clanes perdidos.
Era una suerte que Mael estuviera allí para decirme al oído quién era cada uno, porque el encuentro se desarrolló en completo silencio.
Un lobo de larga pelambre rojiza se ade
A pesar de que las habitaciones para los huéspedes estaban listas, además de una sustanciosa comida, los viajeros no tenían ninguna prisa en cambiar. Mael lo esperaba, y dejó que sus hermanos se los llevaran de cacería al bosque que rodeaba el lago.Tanto ajetreo y tanta emoción habían fatigado a la reina, que aceptó retirarse a descansar hasta que los recién llegados tuvieran a bien entrar al castillo. Mael, en tanto, se reunió en el comedor principal con Alfa Artos, Alfa Eamon y los suyos.—¿Vienes? —preguntó tendiéndome una mano, con una de esas sonrisas irresistibles. Sin embargo, advirtió mi expresión vacilante y me atrajo entre sus brazos—. Ya, no te preocupes. ¿Me recibirá mi señora para el almuerzo?—Serás mañoso —protesté. Fue mi turno de notar su vacilación y lo enfrent&e
Los bebés no tardaron en dormirse al sol entre las patas de su madre, las boquitas contra su panza. Entonces Briana convenció a las niñas de que no los molestaran y se las llevó hacia donde los niños jugaban con Aine y Dugan. Pronto ella también se sumó a los juegos, y daba gusto verla correr entre los cachorros, sosteniéndose los ruedos del vestido para no tropezarse, riendo agitada.Ronda se había echado junto a mí, y sin pararme a pensarlo, comencé a acariciarle el cuello, algo que nunca antes hiciera. Ronda soltó un jadeo y alzó la cabeza para apoyarla en mi regazo. Me dirigió una mirada que parecía una sonrisa, movió la cola y cerró los ojos, dejándome acariciarla y rascarle suavemente tras las orejas.Nos demoramos en el prado un par de horas, hasta que todos los cachorros acabaron echados y jadeantes. Briana regresó a sentarse conm
A pesar de que la actitud mandona de Mora me había molestado, la tomé como de quien venía y no le di ninguna importancia. Sin embargo, Ronda no estaba dispuesta a dejarla pasar. Recuperó a sus bebés, y con Aine, Dugan y Briana se llevaron a los cachorros a la guardería.Yo seguí bañando a la loba, aunque pronto comencé a sentir molestias en el abdomen y la cintura.Bañar a Alfa Artos no me había causado dolores porque, a pesar de ser corpulento, su pelambre estaba muy bien cuidada. Luna Gaida, por el contrario, después de pasar tantos años en cuatro patas viviendo a la intemperie, me demandaba hacer más fuerza.Pronto me dolían los hombros y los brazos de fregarle el lomo, pero debía al menos terminar el primer lavado.Ronda regresó sola poco después y aguardó a un paso que la enjuagara. Entonces la gran loba se alzó
La reina nos esperaba en la sala, con Ronda sentada a su lado y los bebés en su falda, en un gran sillón situado frente a los ventanales abiertos. Me recibió con una sonrisa afectuosa y me indicó que me sentara en el sillón junto al suyo. Por suerte, Mora no estaba a la vista.La reina volvió la cara hacia mí como si me observara, y yo sabía que me estudiaba con sus otros sentidos. Permaneció un momento en silencio, muy quieta, y luego asintió lentamente con sonrisa triste.—¿Estás bien, hija? —preguntó con suavidad.—Sí, Majestad, gracias. Los masajes de Ronda me dejaron como crema batida, pero confío en que mis rodillas me sostienen bien.Ellas rieron por lo bajo y la reina tendió su mano para cubrir las mías, cruzadas sobre mi falda.—Me escuchaste —susurró con un guiño travieso.<
—No creo que vuelvan a cambiar hasta que sea hora de regresar a la Cuna —decía Ronda cuando volví a prestar atención a lo que hablaban—. Y les brillaron los ojos cuando les hablé de nuestra aldea.—Sueñan con un hogar confortable para las mujeres de su clan, y sobre todo para las viudas de más edad. A ellas las beneficiaría más que a nadie la posibilidad de vivir tranquilas y en dos piernas los años que les quedan.—Tendrán que correr la soga —bromeó Fiona.La reina preguntó a qué se refería y nos demoramos contándole sobre el límite simbólico, y lo bonita que estaba la parte de la aldea que ocupaba el clan de Ragnar. Terminábamos el té cuando Lenora se presentó a avisarnos que habían llegado los hijos de Mora.—Bien, a trabajar —dije, sintiéndome mucho mej
Mael se presentó de improviso poco después que nos reunimos con los hijos de Mora. Era una suerte que Ronda estuviera conmigo, porque él también quería aprender cómo hacer los famosos masajes espinales, y precisaba toda mi fuerza de voluntad para no quedarme mirándolo embobada cada cinco minutos.Lo mejor fue que pasó la noche conmigo, mientras sus tíos y sus hermanos estaban con los emisarios en las inmediaciones del Atalaya.Nos quedamos despiertos hasta muy tarde, haciendo el amor como si hiciera un año que no nos veíamos, y luego nos demoramos platicando desnudos en la cama como solíamos, estrechamente abrazados.Tal como pidiera la reina, ni siquiera mencioné mi encontronazo con Mora. Y Mael tenía tanto para contarme que los desaires de la princesa eran lo último en mi mente.Me contó que habían ido hasta la base misma de las monta&n
Jamás tuve ocasión de consultar a Tilda.Mael se marchó con sus sobrinos al día siguiente, a reunirse con los demás en el Atalaya, y la reina me llamó a desayunar con ella, Fiona y Ronda.—Gaida está ansiosa por conocer tu nuevo hogar, hija —le dijo a Ronda tan pronto nos sentamos a su mesa, cada una con uno de sus bebés en el regazo porque eran tan adorables que no podíamos resistir la tentación de consentirlos.—Mael y los demás planean visitar la aldea en uno o dos días —comenté.—¿Luna Gaida no irá con ellos al norte? —inquirió Fiona sorprendida.—No —respondió la reina—. Está cansada de tanto viajar, y la idea de una aldea entera, ya construida y lista para ser habitada, le resulta por demás atractiva.—Podríamos llevarlas nosotras —d
Pasamos una semana en Ragnarheim. Los jóvenes solitarios terminaron de aprender a cambiar con ayuda de Garold y los demás hombres, que podían guiarlos mejor que cualquiera de nosotros.Los demás también decidieron que era hora de andar en dos piernas, al menos unos días, después de décadas en cuatro patas. No ocultaban que se sentían incómodos con las ropas, sobre todo las botas, pero apreciaban las bondades de la alternativa.Especialmente porque el clima cambió, haciéndose lluvioso. Y esas noches disfrutaron dormir bajo techo, secos y abrigados, después de una buena cena caliente y un vaso de la sabrosa cerveza que producían las mujeres del clan.Al ver que todos los adultos iban en dos piernas, los niños también insistieron en cambiar. Recorrían la aldea con ellos, y cuando se aburrían, venían a reclamar atención a las cocinas, donde las mujeres trabajábamos con ahínco para mantener alimentados a los hombres, probando cuanta receta sabíamos. Y para subsanar u