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Pasamos un día más en la aldea, y a la mañana siguiente emprendimos el regreso. Ronda y Ragnar nos acompañaban con sus cachorros, para que la reina tuviera oportunidad de conocerlos.

Mael y yo los acompañamos a verla esa misma noche, y su emoción era tan palpable que me llenó los ojos de lágrimas. Los recibió en sus manos uno por uno y los acercó a su cara, acariciando sus cabecitas mientras ellos la olían con curiosidad, hablándoles con su mente a juzgar por la forma en que movían la cola y lamían su mejilla. Entonces los acomodaba en su falda y tomaba el siguiente.

Cuando tuvo a los cuatro en su regazo, muy cómodos y tranquilos, le tendió una mano a Ronda con una sonrisa rebosante de ternura. Ella se arrodilló junto a su madre, besando su mano antes de guiarla a su cabeza. La reina se inclinó para besar su frente, y advertí que las dos

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