A fines de mayo llegó un cuervo desde el este, anunciando que los últimos lobos de la Cuna habían arribado sanos y salvos al Valle de Fuego, y descansarían una semana antes de cruzar las montañas. Dos días después llegaron Mendel y Mora con los hijos de ambos, y Ragnar y Ronda con sus bebés. Alfa Artos con su Luna y su Beta llegarían al día siguiente.
El castillo parecía una colmena con los últimos preparativos para recibir a los representantes de los clanes perdidos.
En medio de aquel ajetreo, lo mejor fue reencontrarme con Aine. Hacía año y medio que no nos veíamos, y me las arreglé para tomarme unas horas para escaparme con ella al lago. Hubiera querido llevar a los niños, pero era imposible apartarlos de los bebés de Ronda. Y al fin y al cabo resultó para bien, porque nos dio la posibilidad de hablar a solas.
Aine estaba igual
Mael despertó al alba e intentó levantarse sin perturbarme. Como si pudiera escaparse de mis brazos sin que me diera cuenta. Me apreté contra su espalda, reteniéndolo un momento más junto a mi cuerpo. Se revolvió para voltear hacia mí, y alcé la cara a tiempo para atrapar sus labios con los míos.—Buenos días, mi señor.—Buenos días, amor mío.Sabía que su cabeza estaba en otro lado, de modo que me limité a robarle un beso. Su aire distraído era más que comprensible: Alfa Eamon ya había cruzado las montañas con los clanes perdidos, y estaban a menos de un día de camino del castillo.Me tendí boca abajo atravesada en la cama, los brazos cruzados bajo mi mentón, para mirarlo levantarse y vestirse, su piel pálida reflejando el mortecino resplandor de los rescoldos en el hogar, su cuerpo esbelto, musculoso, una visión que me hacía cosquillear los dedos de deseo.—¿Por qué no sales a recibir a Alfa Eamon? —propuse, mirándolo vestirse.Me enfrentó frunciendo un poco el ceño con una expresión
Desayunamos los cuatro con la reina, que parecía brillar con luz propia esa mañana, esperando a los viajeros con los bebés de Ronda en su falda. Sheila había trepado al sofá, atenta a cada movimiento de los pequeños, mientras su hermano y los hijos de Milo jugaban a sus pies.Por la tarde me ofrecí a relevar a Cordelia y Morgana con los cachorros, para que pudieran pasar tiempo con Aine y sus hermanas. Habían crecido y vivido juntas hasta que Mora llamara a sus hijas al norte, y yo sabía cuánto las echaban de menos las hijas de Milo.Ronda se me unió con sus hijos, que de inmediato se convirtieron en el centro de atención de la guardería. Los cachorros los olieron de cabo a rabo, trataron de jugar con ellos, y cuando vieron que eran demasiado pequeños para saltar y correr como ellos, se fueron a seguir sus juegos al jardín. Ronda cambió para amamantarlos rode
Alfa Eamon, esbelto como un lebrel, entró con los suyos al pabellón. Los viajeros, en cambio, optaron por saciar su sed en las grandes pilas de agua dispuestas a la sombra. Eran todos corpulentos pero de líneas estilizadas. Sus gruesas pelambres mostraban una variedad de tonos pardos, del color té con leche y un pardo rojizo como el de los zorros a un marrón tan oscuro que parecía negro. Se mezclaban con grises y blancos, que se hacían predominantes en las panzas y las patas.Aguardaron a que Alfa Eamon reapareciera en dos piernas para seguirlo hacia la reina. Él hincó su rodilla ante ella para besar su mano y se paró a su derecha, volviéndose hacia los emisarios de los clanes perdidos.Era una suerte que Mael estuviera allí para decirme al oído quién era cada uno, porque el encuentro se desarrolló en completo silencio.Un lobo de larga pelambre rojiza se ade
A pesar de que las habitaciones para los huéspedes estaban listas, además de una sustanciosa comida, los viajeros no tenían ninguna prisa en cambiar. Mael lo esperaba, y dejó que sus hermanos se los llevaran de cacería al bosque que rodeaba el lago.Tanto ajetreo y tanta emoción habían fatigado a la reina, que aceptó retirarse a descansar hasta que los recién llegados tuvieran a bien entrar al castillo. Mael, en tanto, se reunió en el comedor principal con Alfa Artos, Alfa Eamon y los suyos.—¿Vienes? —preguntó tendiéndome una mano, con una de esas sonrisas irresistibles. Sin embargo, advirtió mi expresión vacilante y me atrajo entre sus brazos—. Ya, no te preocupes. ¿Me recibirá mi señora para el almuerzo?—Serás mañoso —protesté. Fue mi turno de notar su vacilación y lo enfrent&e
Los bebés no tardaron en dormirse al sol entre las patas de su madre, las boquitas contra su panza. Entonces Briana convenció a las niñas de que no los molestaran y se las llevó hacia donde los niños jugaban con Aine y Dugan. Pronto ella también se sumó a los juegos, y daba gusto verla correr entre los cachorros, sosteniéndose los ruedos del vestido para no tropezarse, riendo agitada.Ronda se había echado junto a mí, y sin pararme a pensarlo, comencé a acariciarle el cuello, algo que nunca antes hiciera. Ronda soltó un jadeo y alzó la cabeza para apoyarla en mi regazo. Me dirigió una mirada que parecía una sonrisa, movió la cola y cerró los ojos, dejándome acariciarla y rascarle suavemente tras las orejas.Nos demoramos en el prado un par de horas, hasta que todos los cachorros acabaron echados y jadeantes. Briana regresó a sentarse conm
A pesar de que la actitud mandona de Mora me había molestado, la tomé como de quien venía y no le di ninguna importancia. Sin embargo, Ronda no estaba dispuesta a dejarla pasar. Recuperó a sus bebés, y con Aine, Dugan y Briana se llevaron a los cachorros a la guardería.Yo seguí bañando a la loba, aunque pronto comencé a sentir molestias en el abdomen y la cintura.Bañar a Alfa Artos no me había causado dolores porque, a pesar de ser corpulento, su pelambre estaba muy bien cuidada. Luna Gaida, por el contrario, después de pasar tantos años en cuatro patas viviendo a la intemperie, me demandaba hacer más fuerza.Pronto me dolían los hombros y los brazos de fregarle el lomo, pero debía al menos terminar el primer lavado.Ronda regresó sola poco después y aguardó a un paso que la enjuagara. Entonces la gran loba se alzó
La reina nos esperaba en la sala, con Ronda sentada a su lado y los bebés en su falda, en un gran sillón situado frente a los ventanales abiertos. Me recibió con una sonrisa afectuosa y me indicó que me sentara en el sillón junto al suyo. Por suerte, Mora no estaba a la vista.La reina volvió la cara hacia mí como si me observara, y yo sabía que me estudiaba con sus otros sentidos. Permaneció un momento en silencio, muy quieta, y luego asintió lentamente con sonrisa triste.—¿Estás bien, hija? —preguntó con suavidad.—Sí, Majestad, gracias. Los masajes de Ronda me dejaron como crema batida, pero confío en que mis rodillas me sostienen bien.Ellas rieron por lo bajo y la reina tendió su mano para cubrir las mías, cruzadas sobre mi falda.—Me escuchaste —susurró con un guiño travieso.<
—No creo que vuelvan a cambiar hasta que sea hora de regresar a la Cuna —decía Ronda cuando volví a prestar atención a lo que hablaban—. Y les brillaron los ojos cuando les hablé de nuestra aldea.—Sueñan con un hogar confortable para las mujeres de su clan, y sobre todo para las viudas de más edad. A ellas las beneficiaría más que a nadie la posibilidad de vivir tranquilas y en dos piernas los años que les quedan.—Tendrán que correr la soga —bromeó Fiona.La reina preguntó a qué se refería y nos demoramos contándole sobre el límite simbólico, y lo bonita que estaba la parte de la aldea que ocupaba el clan de Ragnar. Terminábamos el té cuando Lenora se presentó a avisarnos que habían llegado los hijos de Mora.—Bien, a trabajar —dije, sintiéndome mucho mej