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Muriel y Casey pasaron varios días en el castillo, y antes de partir aceptaron la invitación de Mael de visitar la aldea del Bosque Rojo, donde había lugar de sobra para que los clanes perdidos vivieran tranquilos, al menos hasta que decidieran si querían quedarse allí o buscar otras tierras.

—¿Nos acompañarás? —me preguntó Mael esa tarde—. Partimos en la mañana y haremos noche allí.

—¡Por supuesto! —asentí entusiasmada.

La perspectiva de volver a viajar con Mael era una sorpresa inesperada, aunque no saliéramos del Valle. Además, hacía casi un año que no veía al clan de Ragnar, ni a Ronda. Sus hijos habían nacido sólo una semana antes que me trajeran del norte, y eran demasiado pequeños para que viniera con ellos al castillo en invierno.

A la mañana siguiente, vestir ropas d

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