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Despertar abrazada a su ancha espalda, sintiendo su respiración pausada, su cuerpo distendido, era la mejor forma de recibir un nuevo día. Especialmente porque él también despertó apenas me moví, y aguardó a que me aburriera de acariciar su espalda para girar hacia mí con una sonrisa desbordante de dulzura a flor de labios. Alcé la cabeza para que pasara su brazo y me apreté contra su costado.

—¿Cómo te sientes, amor mío? —preguntó besando mi frente.

Me limité a asentir junto a su pecho. Él asintió también y no dijo más. Tampoco durante el desayuno hizo comentarios sobre lo que ocurriera la noche anterior, que le daba la razón a la necesidad de que me tomara las cosas con calma. No por falta de deseo de ninguno de los dos, sino porque mi cuerpo parecía que precisaba volver a aprender a recibirlo en mi seno.

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