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Era como si hubiera olvidado su sabor exquisito. Quería volver a paladearlo, quería volver a perderme en su efecto embriagador. Lo hundí cuanto pude en mi boca y Mael se estremeció de pies a cabeza con una queja ronca, alzando apenas las caderas.

Era obvio que acusaría los largos meses que nuestros cuerpos pasaran separados, y no tardó en derramarse en mi boca. Bebí de él con ansias, paladeando cada gota de miel y madreselva que caía en mi lengua. Cuando tuve a bien apartarme de su ingle, sus brazos me recibieron para que me recostara a su lado, tendida a medias sobre él.

—Te amo —murmuré, entregándome con gusto a esa sensación de liviandad que se extendía por todo mi cuerpo, como si fuera a alejarme flotando si él aflojaba su abrazo.

—Y yo a ti, amor mío —resolló—. Puedes creerme que no esperaba semejante bienvenid

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