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Los hijos de Lenora se habían escapado de la guardería unas horas atrás, y Cordelia los había encontrado en los aposentos de la reina, donde solían refugiarse, muy entretenidos jugando con su abuela. Así que no necesitaba preguntar para qué me había llamado la reina.

—Necesito tu ayuda, hija —dijo a pesar de todo, frotándose la cadera.

Aunque a su edad lo más cómodo y sencillo para ella era permanecer en dos piernas, se empeñaba en cambiar para recibir a sus nietos más pequeños, que aún pasaban casi todo su tiempo en cuatro patas.

Pero los lobos están hechos para prosperar al aire libre, andar y correr sobre la tierra y la hierba. Los duros suelos del castillo no eran buenos para sus huesos, especialmente las caderas, que se lo recordaban después de pasar un par de horas con los cachorros.

—Por supuesto, Majestad —

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